Para elaborar juntos, a partir de la muerte de Néstor Kirchner

La impactante muerte de Néstor Kirchner supone, a quienes le sobrevivimos, una reflexión sobre las pasiones políticas que inevitablemente nos recorren y contribuimos a forjar por el hecho ser parte de cuerpo colectivo mayor que el de la mera individualidad, que el de la familia o que el del grupo. Descubro en mí con claridad un largo y perturbador esfuerzo por moderar las oscilaciones anímicas (luego de un largo hábito de desprecio por todos los gobernantes pasados), la acentuación de cualquier pasión directa hacia estos dos últimos gobiernos. Preservación ante un amor que bien podría brotar de ciertos gestos bien importantes que desde las presidencias de estos años se realizaron con relación a la historia y al presente de las militancias justicieras, pero también y más intensamente, de una persistente desconfianza proveniente del fondo mismo sobre el cual se realizan esos mismos gestos. Esa “preservación” (no sé si es la palabra correcta), me parece, tiene un motivo: el intento propio por conservar una memoria-afectiva en torno al 2001 (y a las principales características de aquellas jornadas de lucha: autonomía como premisa, rasgo y horizonte). En otras palabras: advierto ahora que durante estos siete años intenté pensar/sentir todo lo que se abrió a partir del 2003 (con sus particiones excluyentes entre “pro” y “contra”) despojado de las pasiones directas de odio y de amor a los Kirchner que atravesaron a buena parte de la militancia y de la sociedad, como condición para abrir una dimensión infrapolítica sensible a los poderosos afectos e ideas despertados desde aquel otro proceso abierto antes, durante la crisis del 2001.



¿Substracción inmunitaria respecto de la política vigente en nombre de una suerte de nostalgia? No lo creo. En todo caso, batallas dispares en un frente doble: rechazo abierto contra los que quieren volver atrás respecto de lo conquistado durante los años 2001-2002 (prohibición a la represión, deslegitimación del sistema político y del diseño neoliberal que buena parte de la canalla “oposición” querría revertir) y polémica difícil, a veces contra uno mismo, con quienes interpretan el 2003 como fiesta y felicidad, descuidando todo efecto de cierre respecto de la experiencia de desacato más intenso que vivió nuestra generación. Como se ve, doble frente no quiere decir igualación ni simetría.

Este no-kircherismo es una tensión compleja, hecha de valoraciones y prudencias, así como de un odio a quienes odian por todo lo bien hecho durante estos años. Es tal vez la más incómoda de las posiciones: sobre todo porque nunca se trató entre nosotros antikirchnerismo. Recurro a la fórmula de un compañero para describir este afecto: “nostalgia del futuro”. Y defensa apasionada de ciertos avances que abarcan, sobre todo, a la región. Defensa que, como en su origen, necesita de un protagonismo que no se agota en los líderes presidenciales, impensables ellos mismos fuera del contexto determinado por el ciclos de luchas de la década pasada.
No sufrí ayer una excesiva tristeza personal. Pero ni puedo ni quiero desentenderme  de las diferentes tristezas de amigos, familiares y compañeros, a muchos de los cuales encontré anoche en la plaza.

Afrontando la muerte desde este lugar me pregunto hoy por la muerte del líder sin descuidar en ese pensamiento otras muertes recientes que seguimos elaborando, como las de los pibes de Bariloche, y la más reciente de Mariano Ferreyra, en muchos sentidos, más indignantes. Y en ese pensamiento me pregunto si lo que muere en todas estas muertes, junto a las personas pregnadas por los procesos sociales, no es un cierto modo de traducir, política e institucionalmente, aquello que todos descubrimos (que el sentido no preexiste, que se elabora en una complejidad transversal de prácticas, que la democracia supone, ante todo, gestos laicos de desmitificación de todas las instancias de jerarquía y de mando) en el 2001.

Existe en muchos temor y angustia por lo que pueda venir (traducciones restrictivas, sino directamente nefastas, de los micro-procesos políticos que atraviesan lo social), así como una extendida necesidad de enfatizar todo aquello que de estos años no pueda simplemente disolverse o perderse. Por eso vale la pena ocupar la plaza desde las diversas formas del sentir.  
Difícil gestión de lo sensible, ésta, que no puede (incluso en el dolor más hondo que llega desde los más próximos, así como desde las imágenes que transmiten ahora  los medios, y resultan tan impactantes como lo repentino mismo de esta muerte) sino ayudar a comprender lo que ocurre, ahora más que nunca, como complejidad (es decir, como un transcurrir en varios niveles diferentes y simultáneos) para poder asumir con serenidad la incertidumbre que nos sobreviene y con claridad los cambios de escenarios locales, nacionales y regionales que puedan advenir.

DS, 28 de octubre del 2011