A 10 de 2001
El político ignorante
(sobre el pensamiento de Rancière)
Por Marina Garcés
Jacques Rancière
(Argel, 1940), uno de los filósofos franceses más prestigiosos de la actualidad
-autor de libros celebrados como 'El maestro ignorante', 'El reparto de lo
sensible. Estética y política' o 'Política de la literatura'-, reflexiona sobre
la emancipación política, artística e intelectual. Su obra encuentra eco entre
numerosos creadores, como el artista, compositor y realizador Claudio Zulian o
la filósofa Marina Garcés, que escriben aquí sobre algunas de sus ideas clave.
Uno de los libros
más leídos e influyentes de Jacques
Rancière es El
maestro ignorante. En él, Rancière recoge y hace suya la
experiencia vivida por el pedagogo francés Joseph Jacotot, cuando en 1818 tuvo
que exiliarse en tierras flamencas y desempeñar su profesión de maestro con
alumnos cuya lengua desconocía absolutamente. Ahí Jacotot descubrió que podía
enseñar desde la imposibilidad de transmitir nada a sus alumnos. Descubrió que
sus alumnos podían ser puestos en situación de aprender por sí mismos tomando
en sus manos el uso de su propia inteligencia. Este descubrimiento, una
verdadera revolución interior
en la conciencia de un profesor, tuvo lugar en tiempos de Ilustración, en el
momento en el que la vida social y política empezaba a pedagogizarse bajo la
doctrina del progreso. Jacotot dinamitó esta doctrina. Con su enseñanza desde
la ignorancia, Jacotot puso en cuestión las promesas emancipadoras ilustradas y
sus presupuestos. Pero no lo hizo desde la reacción contrarevolucionaria, lo
hizo desenmascarando las trampas que entraña la idea misma de emancipación,
cuando convierte a unos en emancipadores y a otros en necesitados de
emancipación. Jacotot puso al descubierto la nueva coartada de la desigualdad
vestida de promesa de libertad.
Método
Me atrevería a afirmar que el maestro ignorante es la clave del pensamiento de
Jacques Rancière y de su reformulación de la tradición emancipadora para
nuestros tiempos. El maestro ignorante es el personaje central, la figura
ejemplar de una propuesta emancipadora que no se propone como promesa sino como
método, que no es un canto a la libertad sino la exigencia de una verificación
concreta y siempre situada de la igualdad de nuestras inteligencias. A través
del maestro ignorante y su minucioso método de la igualdad, Rancière apela a
una política de los sin-parte, a una política entendida como proceso a través
del cual un disenso no previsto ni previsible irrumpe en la sociedad dando la
palabra a los que sólo podían gritar y poniendo en práctica las capacidad de
los que sólo podían existir desde la pasividad, la impotencia y la obediencia.
La minuciosidad y la humildad de Jacotot no deben engañarnos: su política apela
a una guerra entre mundos, a una ruptura sin fundamento, an-árquica, del orden
de la representación que nos sitúa y nos sustenta. Los iguales no son los que
pueden reconocerse entre sí. Son los que son igualmente capaces de reconfigurar
el mundo.
Pero, ¿de qué política hablamos? ¿Vale el maestro ignorante como figura desde la cual proponer hoy una regeneración del político, de nuestros políticos? Absolutamente no. El político puede ser ignorante, pero no será nunca un maestro ignorante. Rancière lo tiene claro: el arte de gobierno tiene como tarea borrar el litigio de la política. Sus procedimientos son conocidos: pacificar a través del consenso, fragmentar los intereses y fundamentar la comunidad a partir de algún tipo de identidad o esencia común. La despolititzación en la que hemos vivido en las últimas décadas no es un déficit o un fracaso del sistema de partidos: es su verdadero éxito. El arte de gobierno es la despolitización, la “supresión política de la política”, la clausura del disenso y de la an-arquía democrática.
Entonces, ¿cuándo hay política? ¿Quién hace la política? Hay política cuando los sin-nombre irrumpen en el espacio público y lo reconfiguran con sus lenguajes y capacidades nuevas. Hay política cuando quien no está capacitado para rehacer el mundo lo toma en sus manos. Hay política cuando cada uno de nosotros “rompe filas” y abandona “su puesto”, su lugar de reconocimiento, y se aventura en un proceso de desclasificación. La política la hace la fuerza del anonimato, una potencia colectiva y nunca apropiable por identidades ni instancias representativas. No son palabras abstractas ni hay que refugiarse en la impoluta ágora griega para buscar un ejemplo de todo ello. Las plazas tomadas en este último año en el mundo árabe y en nuestras propias ciudades son la concreción más fiel de lo que Rancière entiende como verdadera política: ni mero movimiento reivindicativo ni estrategia de visibilización, sino un proceso imprevisible por el que los incapacitados (jóvenes ni-ni, parados, víctimas de la crisis, ciudadanos impotentes, etcétera) hemos decidido salir de nuestros puestos y tomar el mundo en nuestras manos. Cuánto saber, cuántos saberes se descubren entonces en lo que sólo parecía un gran mar de ignorancia. Esta es la lección que ningún político nos podrá nunca enseñar.