Entrevista a Ricardo Sidicaro
“Lo de hoy no es
el kirchnerismo original”
Parece un experto en desarticular conceptos establecidos y prejuicios.
Como en cualquier caso sucede, se puede coincidir o no con las opiniones de Ricardo
Sidicaro. Pero lo
que no se puede negar es que, desde una mirada estrictamente sociológica,
intenta en todo momento traspasar la superficie.
Si de derribar supuestas verdades instaladas se trata, sostiene que no
será fácil para Cristina Fernández gobernar durante los próximos cuatro años, a
pesar de haber arrasado en las últimas elecciones. Es que el 54% de los votos
obtenidos por la presidenta está integrado por sectores absolutamente diversos,
disgregados y hasta contrapuestos: “Allí hay peronistas de la vieja guardia,
independientes, defensores de los derechos humanos que odian a los
sindicalistas y sindicalistas que odian a los políticos de las provincias”. Por
ese motivo, insiste en la necesidad de un verdadero Pacto de la Moncloa
argentino.
Pero su intento por despejar la mirada de prejuicios va más allá. No
sólo afirma que el modelo de gestión de Cristina Fernández no es peronismo,
sino que asegura que ya no coincide con lo que se conoció como “kirchnerismo”.
El país vive la era del cristinismo o del post kirchnerismo, con sus virtudes y
defectos, sus fortalezas y debilidades.
Para Sidicaro, Néstor Kirchner “sólo confrontaba en los bordes”, pero
era un buen negociador: “El kirchnerismo original arregló con todos. Arregló
con el viejo peronismo, con los empresarios, con los agrarios, con los
sindicatos”.
La duda es si Cristina tendrá la misma cintura política una vez que
comience a diluirse el resultado aplastante de las elecciones.
— ¿Cómo
describiría este momento del gobierno?
— Las elecciones dejaron un panorama de elevada complejidad. El gobierno
hizo una excelente elección. La oposición no pudo encontrar una manera de
parecerse a una alternativa de gobernabilidad, por lo que el gobierno se vio
favorecido por los votos de sectores que quizá no lo hubiesen votado en otras
circunstancias.
Pero el 54% de los votos es extremadamente complejo. Todos se impactaron
con el resultado, porque siempre ocurre cuando alguien supera el 50%.
Pero en todo caso es una coalición muy complicada donde están los
peronistas tradicionales, los votantes independientes que no hallaron otra
alternativa; están quienes se reconciliaron con el kirchnerismo post kirchner,
están los expectantes del viejo peronismo preguntándose en qué momento habrá un
lugar para ellos y cómo será la continuidad luego de Cristina.
— Por la forma
en que usted lo plantea y a pesar del 54% de los votos, el camino por delante
no será tan sencillo para la presidenta.
— Mantener apoyos de estas características es difícil. Si hubiese
rebotes de la crisis internacional, crecería la complejidad en la relación con
algunos sectores que tienen una dependencia directa del presupuesto público.
La complejidad queda por momentos oculta bajo el éxito electoral y,
sobre todo, bajo la perplejidad de la oposición que no tiene idea de cómo es la
estructura de la sociedad argentina actual.
— ¿Cómo es eso
de que los opositores no conocen la estructura de la sociedad argentina?
— La política hoy es darse cuenta de que hay una fragmentación
de sectores que plantean demandas distintas y que se trata de
encontrar equilibrios dando respuestas a los que no están a favor del aborto y
los que apoyan el matrimonio igualitario.
No son las mismas poblaciones, pero en una sociedad fragmentada uno
puede mantener esos dos targets políticos. Los industriales pueden
perfectamente estar de acuerdo con el gobierno siempre y cuando no avance el
sindicalismo con su idea de participar las ganancias. El sindicalismo puede
estar de acuerdo con el gobierno si no se rompen el unicato gremial.
— ¿Cuál es el
secreto entonces?
— El secreto pasa por saber relacionarse con una sociedad que
tiene múltiples sectores e individuos que hoy pueden votar a favor del
gobierno y mañana pueden pensar que no hay gobernabilidad.
El kirchnerismo partió de la base de que la
sociedad argentina es una sociedad fragmentada, con sectores que prácticamente
no tienen vínculos entre sí. De esa manera logró atraer a dirigentes de
derechos humanos que no soportan a los sindicalistas y a sindicalistas no
soportan a los políticos de las provincias.
Un liderazgo como el de Kirchner, que algunos denominaban “radial”,
podía mantener vínculos con todos. Pero le era imposible crear una mesa de
negociación.
En 2003 se desintegró el sistema de partidos. Como el peronismo venía de
un sistema de sumatorias desintegradas, lo resistió mejor. Kirchner decía que
el peronismo es una confederación de provincias, de ligas de gobernadores.
Nunca hubo una reunión del peronismo. Es un partido de la Argentina
fragmentada, con una marca antigua.
— ¿Esa capacidad
de atraer a sectores tan diversos se mantiene?
— En cierto modo esa situación se fue desgastando por el paso del
tiempo, porque al principio estaba respaldada en la crisis, el incendio, la
urgencia, el abismo. Después de ocho años de mejoras económicas es mucho más
difícil.
Cuando un país crece, tienden a incrementarse las demandas de todos los
actores. A nadie se le puede decir que no cabe dar aumentos de sueldos si el
PBI crece; no se puede recortar los subsidios con total facilidad, porque se
sabe que hay sectores que siguen sumergidos.
— ¿La única forma de contener a sectores tan atomizados pasa por el uso
de los fondos públicos?
— Los fondos públicos aceitan las relaciones, pero la política no es
sólo la satisfacción de los administradores de municipios o de provincias.
Entre los administradores de provincia peronistas hay muchos que se sienten con
derecho a organizar un sector propio para aspirar a la Presidencia. Por eso la
lucha por el poder no se resuelve sólo con paliativos presupuestarios.
— ¿En qué momento comenzará a aflorar esta situación de dispersión de
intereses?
— Hoy está muy presente el impacto del resultado de las elecciones. En
ellas hubo muchas clases de electores y de dirigentes que convergieron en el
kirchnerismo.
En algún momento comenzarán a aparecer las discusiones, lo cual no está
mal. Pero éstas pueden volverse más crispadas si no hay una mesa clara de
discusión. Un verdadero Pacto de Moncloa.
— ¿Cree que ese
tipo de acuerdos es factible en la Argentina?
— En la época en que el kirchnerismo emergió, no podía pensar en eso. Hoy,
la idea de crear reconciliación y comunidad, la tienen algunos sectores del
gobierno. Lo contrario significa mantener crispaciones con una situación
que espanta sectores. La crisis con el campo de 2008 le espantó
sectores al gobierno porque creyeron que no tenía capacidad de gobernabilidad.
La gente que perdió atractivo por Cristina tan rápido, no lo hizo porque estaba
con el campo, sino porque entendió que no había gobernabilidad, ni diálogo.
Si se crispan las relaciones políticas y ante la
ausencia de partidos que representen, tendrán que encontrar una mesa de
negociación con múltiples sectores.
— Lo que usted
describe se asemeja a un post kirchnerismo.
— Sí. El cristinismo no tuvo hasta ahora la cintura política que
tenía el kirchnerismo. Kirchner era un hombre de la política. Cristina tuvo
otro tipo de formación, otro rol. Por eso parece menos propensa a la
familiaridad que mostraba Kirchner con sus aliados.
— Pero da la
sensación de que era Néstor el que confrontaba todo el tiempo.
— El kirchnerismo original confrontaba sobre los bordes, pero
era de una negociación permanente entre los suyos. Inventaba enemigos que
no eran tales. ¡Cómo va a inventar a Clarín como enemigo!
En realidad, el kirchnerismo original arregló con todos.
Arregló con el viejo peronismo, con los empresarios, con los agrarios, con los
sindicatos.
— Entonces ¿qué
es lo que hoy tenemos?
— Lo de hoy no es el kirchnerismo original. Esto tiene otras
características. No solamente porque cambió la persona, sino porque cambiaron
las condiciones. Si ya hubo más satisfacción, hay más actores que
comienzan a pedir un poco más.
— Si lo de hoy
no es kirchnerismo, ¿es peronismo?
— Yo suelo decir que hoy peronismo no puede haber. Peronismo es
la clase obrera organizada, con una sociedad integrada y un Estado sólido.
Y así consiguieron en el 52-53 llevar a casi toda la sociedad argentina detrás
de ellos. El peronismo venía perfecto hasta que entró en conflicto con la
Iglesia.
En aquel momento, la Sociedad Rural estaba con Perón; el diario La
Nación estaba con Perón. Habían creado lo que ellos llamaban la “comunidad
organizada” en mesas de diálogo y confederaciones.
Se les desbordó el conflicto con la Iglesia. No lo pudieron manejar.
Pero el peronismo es un movimiento popular de sociedad integrada y con
un Estado fuerte.
La actual es una sociedad desintegrada, con las
clases populares totalmente fragmentadas y con los sectores del capital
nacional casi inexistentes en la época de la globalización.
— Si al
peronismo le cuesta tanto generar un apoyo homogéneo, ¿qué queda para la
oposición?
— La oposición corre el riesgo de convertirse en partidos municipales o
provinciales. Pero necesitan del vínculo con el presupuesto nacional. Después
hacen cálculos electorales para captar algo de votos o para no perder los que
tienen, como sucedió con Cobos o con Reutemann cuando se opusieron a la
Resolución 125.
La política de pensar en los grandes proyectos
ya no existe porque se debilitó el Estado-Nación. Los políticos luchan por
captar el voto del vecino.
— ¿Qué opina de
Hermes Binner?
— No lo sigo demasiado, pero creo que insistió demasiado durante su
campaña electoral con hablar del “caso Santa Fe”. Pero a los entrerrianos no le
gusta Santa Fe. Tampoco a los cordobeses. Creo que fue una estrategia
equivocada porque perdió horizonte nacional.
Después, consiguió el apoyo de figuras importantísimas, como Víctor De
Gennaro, pero tuvo una escasísima exhibición.
Un intento por
reiniciar la historia
No importa si se trata de una calle, una costanera, un monumento o un
campeonato de fútbol. El nombre de “Néstor Kirchner” parece asentarle bien a
todo en esta Argentina donde el gobierno no disimula sus esfuerzos por instalar
al expresidente como un mito histórico.
La construcción de un mausoleo de proporciones épicas completa la escena
y algunos sectores comienzan a incomodarse frente a tamañas manifestaciones de
culto a la personalidad de “Él”.
— ¿Qué opina
sobre la estrategia oficial de instalar el mito de Néstor?
— Es una forma de empezar de nuevo la historia. Si esto empezó de nuevo,
que el viejo peronismo no venga a hablar de su legitimidad, porque la historia
comenzó otra vez.
Es un mensaje hacia adentro del peronismo. Y si uno
calcula cómo estuvieron constituidos los votos de Cristina, apenas la mitad
llegaron desde el peronismo tradicional. La otra mitad son votos independientes
de gente que votó por ella.
El voto peronista en general fue aproximadamente del 40 a 45%. Esta vez,
el 15% se lo llevaron Rodríguez Saá y Duhalde. Queda entonces un 25 ó 30%. El
resto fue independiente. Así llegó Cristina al 54%.
— ¿Le preocupa
este intento de instalar un mito?
— No. Lo que realmente tiene muy bien planteado el kirchnerismo
son los estudios de opinión pública. Por eso saben qué cosas impactan y de
qué manera. Saben que ese 25 ó 30% de electorado independiente puede crecer,
siempre y cuando los peronistas tradicionales no avancen.
Tampoco es que se esté creando el gran mito de Néstor Kirchner. Lo que
se está diciendo es que la paternidad de todo esto no empezó en el 45, sino en
2003. Porque si hubiese comenzado en el 45, vendrían a cobrar el alquiler
algunos con la estampita peronista.
La idea de recomenzar la historia es algo que han hecho estratégicamente
muchas fuerzas políticas. Los radicales inventaron que la historia comenzó con
Alfonsín. Menem intentó hacer creer que empezó con él.
Eso es un recurso de legitimidad. No es para preocuparse. Deberíamos
preocuparnos si se utilizara un recurso de legitimidad que implique pegarle
garrotazos a alguien. Eso es grave. Eso es la extrema izquierda o la extrema
derecha.
Acá no le pegan a nadie. La TV pública critica a los periodistas
privados, pero no cerraron ningún medio. No pasó nada. Perón cerró 152 medios,
pero acá las libertades públicas no se han cercenado para nada.
Al gobierno le costaría mucho movilizar a alguien para apoyar a Cristina
con banderas duras. Gran parte de esa gente está defendiendo principios en los
que cree; pero otros combinan principios con ingresos.
Hoy no hay emociones políticas fuertes, porque la
sociedad está fragmentada.
Nadie puede tener emociones políticas fuertes o decir que quiere pegarle
al otro.