La dificultad para manejar nuestros desacuerdos
por Raúl Zibechi
Cuando
millones de personas en todo el mundo empiezan a ocupar los espacios públicos,
calles y plazas, edificios abandonados por el mercado y edificios de
instituciones estatales, aparecen nuevos debates que afectan, de modo casi
inevitable, a las fuerzas que luchan por un mundo nuevo. En meses recientes se
han hecho visibles serias contradicciones que afectan a los movimientos tanto
del centro como de la periferia, a los que actúan tanto en países gobernados
por fuerzas conservadoras como de izquierda.
Por
momentos, el carácter de esas contradicciones parece revivir viejos debates
entre socialdemócratas y comunistas, entre estalinistas y trotskistas, o entre
los partidarios de la vía armada y la electoral. Algo de eso sucede, pero
afloran además divergencias que los movimientos antisistémicos no han resuelto
y que amenazan con neutralizar las luchas en curso. No sólo se trata de
divisiones más o menos serias y profundas, sino que esas divisiones a menudo
revelan la existencia de objetivos opuestos en un contexto en el cual nadie
tiene una estrategia para hacer realidad la célebre consigna Otro mundo es posible.
Dos
ejemplos, sucedidos en días recientes en lugares distantes entre sí, ponen de
manifiesto esta situación. En Grecia, donde una parte considerable de la
población está de hecho en la calle todos los días, han sido tomados decenas
de edificios del Estado, desde los servicios de salud y educación hasta
ministerios y otras dependencias del Poder Ejecutivo. El 20 de octubre, jornada
de huelga general, una gran manifestación pretendió acercarse al parlamento con
la intención de tomarlo, o
sea de ingresar a la fuerza en un recinto sagrado de la democracia electoral.
Más allá de la viabilidad de esa intención, y de que pueda considerarse
correcta o no, miles de personas deseaban hacerlo.
Se
encontraron con una doble barrera formada por policías y militantes del Partido
Comunista (KKE), que se movilizó para defender el parlamento y controlar la
manifestación. Hubo duros enfrentamientos entre manifestantes comunistas y
quienes querían tomar el
recinto parlamentario. Los comunistas, protegidos por la policía, acusaron a
los radicales de fascistoides. El saldo fue de decenas de heridos, hubo un
muerto por los gases lacrimógenos, y una fuerte desmoralización que puede
llegar a frenar el proceso de luchas.
En los
hechos, los comunistas griegos actuaron como defensores del sistema. No es la
primera vez que esto sucede ni será la última. En el fondo, ni los comunistas
ni los anarquistas ni los autónomos, ninguno tenemos una estrategia para
derrocar el sistema. Sin embargo, existen tácticas eficientes para dividir a
las fuerzas antisistémicas. Es posible que la policía haya infiltrado
provocadores, como dice el KKE, para radicalizar las protestas. Pero nada
debería autorizar a nadie que se proclame de izquierda a actuar como policía
contra la movilización social.
En
Bolivia, a raíz de la marcha indígena contra la construcción de una carretera
que pretende atravesar el TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro
Sécure), el vicepresidente Álvaro García Linera acusó al movimiento de estar
haciendo el juego a la USAID y al imperialismo yanqui. Es evidente, y no
requiere mayor explicación, que Washington desea que existan protestas contra
cualquier gobierno con el que mantenga diferencias. Es muy probable que la
embajada de Estados Unidos aliente los movimientos que se oponen a proyectos
del gobierno de Evo Morales. Sin embargo, decir que los indígenas son peones de
la desestabilización imperial suena abusivo.
En abril
de 1917, Lenin realizó un audaz viaje desde Suiza hasta San Petersburgo,
atravesando el frente de guerra ruso-alemán, protegido por el estado mayor del
ejército teutón, ya que los aliados se negaron a concederle visado. Lenin cruzó
Alemania en un tren blindado y llegó a destino con el compromiso de negociar
una paz. Pierre Broué escribió: Con esta concesión, el estado mayor alemán cree
introducir en Rusia un nuevo elemento de desorganización que terminará por
facilitar su victoria militar (El
Partido Bolchevique, Ayuso, Madrid, 1973, p. 117).
No
faltaron voces que denunciaron a Lenin por ese acuerdo con los militares
alemanes. ¿Trabajó Lenin para los alemanes? No. La llegada del revolucionario
ruso a su país fue decisiva para impulsar la revolución, pero esa deriva la
conocimos después y resultaba imposible anticipar cómo serían las cosas, ya que
Lenin era una pequeña minoría en su partido.
El
problema de fondo no es a quién benefician o perjudican ciertas acciones
puntuales. ¿Acaso luchar contra la política de la Unión Europea no debilita al
euro frente al dólar? ¿Los indignados le
estarán haciendo el juego al imperialismo, que se frota las manos con las
crisis griega, islandesa y española? La pregunta es absurda, tanto en el norte
como en el sur. Lo decisivo, lo que realmente tiene importancia, es si estas
acciones impulsan o debilitan los movimientos antisistémicos; si buscan,
incluso en el error, ir más allá de lo existente.
Desde
este punto de vista, la toma del
parlamento en Atenas podría haber sido un grave error. Pero un error en el
camino de fortalecer la lucha antisistémica. Trabajar junto a la policía contra
los manifestantes es preparar la derrota por desmoralización. No son dos
errores equiparables. Del mismo modo, las afirmaciones de García Linera, y su
trabajo por dividir a los movimientos, está segando la hierba bajo los pies del
gobierno de Evo Morales, porque debilita su principal sostén.
En otras
épocas, nos enfrentamos con dureza corrientes que teníamos estrategias
diferentes y opuestas para cambiar el mundo. Fuimos derrotados. Hoy nadie puede
asegurar que tiene en sus manos el trazado de un camino para llegar a buen
puerto. Por eso, sería necesaria mucha más humildad para debatir nuestras
diferencias. Para no infligirnos más daños que los que ya nos provoca ese uno
por ciento que pretende aplastarnos.