Para ti, Lucía
por Hernán Casciari
El contador de suscripciones
anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin
noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya
compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá
una versión en .pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus
casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco
por día. Veintiocho por hora.
Al mismo tiempo, una escritora
española acaba de informar que dejará de publicar. «Dado que que se han
descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas,
anuncio que no voy a volver a publicar libros», dijo ayer Lucía Etxebarría. La
prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la
arropó: «Pobrecita, miren lo que internet le está haciendo a los autores».
A nosotros nos ocurre lo mismo.
Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil
ejemplares de cada una, y con ese dinero le pagamos (extremadamente bien) a
todos los autores. Los .pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las
seiscientas mil descargas o visualizaciones en internet.
Vendimos siete mil, se
descargaron seiscientas mil.
Si los casos de Lucía
Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural,
¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan
desazón?
La respuesta, quizá, es que se
trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.
Existe, cada vez más, un mundo
flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas
físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero
todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores
dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».
El viejo mundo se basa en
control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y
dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.
El mundo nuevo se basa en
confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo
lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la
gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.
Dicho de otro modo: no es
responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo
en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo
viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que
ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a
ustedes, porque es divertido:
Me llama por teléfono una
editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando
una Antologia de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío
que aparece en mi último libro, «un cuento que se llama tal y tal, que nos
gusta mucho».
Le digo que por supuesto, que
agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la
autorización formal. Le digo que bueno.
A la semana me llega el mail,
con un archivo adjunto:
Estimado Hernán, te explico lo
que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de
bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. Él ha
querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te
adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la
siguiente dirección. (Y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara.)
Abro el archivo adjunto, leo el
contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en
lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.
Al cuento que me piden lo
llaman LA APORTACIÓN. En la cláusula cuatro dice que «el EDITOR podrá efectuar
cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)».
En la cláusula cinco, ponen: «Como remuneración por la cesión de derechos de la
APORTACIÓN, el EDITOR abonará al AUTOR cien euros (100 €) brutos, sobre la que
se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan».
Pensé en los otros autores que
componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros
menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que
quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos
tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No
importa que la editorial venda dos mil libros, o cien mil libros. El autor
siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos
así?
Esa misma tarde le respondí el
mail a la editora de Alfaguara:
Hola Laura, el cuento que
querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative
Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés
compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos
comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor.
Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail
como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.
La respuesta llegó unos días
después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:
Hernán: entendemos esto, pero
el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos
problemas en el futuro. Saludos!
Y ya no respondí más nada.
¿Para qué seguir la cadena de mails?
La anécdota es esa, no es gran
cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo
viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin
molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que
fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con alzheimer.
—¿Me das eso? —dice el
abuelito.
—Sí, abuelo, tomá.
—No, así no. Firmame este papel
donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.
—No hace falta, abuelo, te lo
doy. Es gratis.
—¡Necesito que me firmes este
papel, no lo puedo aceptar gratis!
—¿Pero por qué, abuelo?
—Porque si no te cago de alguna
manera, no soy feliz.
—Bueno, abuelo, otro día
hablamos… Te quiero mucho.
Y de verdad lo queremos mucho
al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos
enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.
No hay que debatir con él,
porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía
para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con
leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos
de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo.
Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.
Lucía: tenés un montón de
lectores. Sos una escritora con suerte. El demonio no son tus lectores; ni los
que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias en la red.
No hay demonios, en realidad.
Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.
Está en vos, en nosotros, en
cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a
escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.