El acto de Vélez y nosotros
Notas sobre una semana
de militancia, periodismo y filosofía
por
Juan Pablo Maccia
I. Sin retorno
Los ‘70 aun conmueven, pero ya no
asustan. Vuelven en palabras desfachatadas, impúdicos en su lengua militante.
Pero esas palabras (ilusionadas, desesperadas) confiesan, en sordina, lo que
todos sabemos: ese retorno ya no es posible en el régimen de los cuerpos.
Algunos meditan sobre esta paradoja de
los tiempos con íntimo alivio; otros experimentan esta fractura del tiempo con
una distancia muda. Pero cuando lo que diverge son las emociones, ya no
concierne al mundo de las ideas y las razones argumentadas.
El acto de Vélez confirma impresiones.
A unos y a otros. Como evento tan emotivo como expresivo de nuevos
alineamientos (amén de la exhibición del fervor militante), se ha convertido en
un preciado objeto interpretativo, rico en señales iluminadoras de nuestro
insondable presente político.
II. El amor y los gurrumines
La presidenta, el dirigente más
conceptuoso de las últimas décadas, parece haber encontrado (¡por fin!) el
interlocutor de sus reflexiones públicas. Ha descubierto en la juventud
militante lo que tanto buscaba y lo que tan abundantemente escaseaba: una
inter-locución viva y real para desplegar el sentido de lo ocurrido durante la
última década. Y lo ha encontrado del mejor modo: creándolo por medio de la
interpelación directa.
“Cuando el otro día visitaba San
Antonio de Areco, aquí en la provincia de Buenos Aires, y un gurrumino así
(hace el gesto de una altura baja con la mano) que no estaría más allá del
primer o segundo año del secundario y me entregaba una bandera de una de las
agrupaciones políticas juveniles y me decía yo soy militante. Digo: “la pucha,
si tuviera que elegir entre todas las cosas que les mencioné desde que empecé a
hablar hasta ahora, me quedo con ese pibe. Con la incorporación de miles y
miles de pibes a la política. Es lo mejor que hemos hecho porque eso es sembrar
futuro. ¿Y saben por qué? ¿Y saben por qué? Porque no somos eternos. ¿Y saben
por qué? Porque no somos eternos y nos ha tocado comprobarlo dramáticamente.
Que la vida se extingue aun cuando menos lo pensamos. Y entonces yo tengo mucha
confianza que estas ideas... porque es precisamente en la adolescencia y en la
juventud donde la gente se forma definitivamente en una orientación y en una
forma de ver la vida y de sentir las cosas... Yo siento que los verdaderos
custodios de este legado histórico no somos los que estamos en este escenario
que ya estamos viejos muchos de nosotros, sino que son todos ustedes que no van
a permitir jamás… son todos ustedes que no van a permitir jamás dar un paso
atrás en todo esto que hemos logrado. Quiero agradecerles. Yo también los amo
mucho”.
Esta juventud inesperada ha resultado
esencial para escenificar eso que debió haber pasado en 1973 y que, como
sabemos, no ocurrió: por fin esa juventud no fue maltratada, echada de la plaza,
acusada de insolente por no comprender a una “experimentada” dirigencia
sindical complaciente. Esta vez, toca a la maravillosa juventud inesperada
tomar en sus propias manos el rumbo político del país. Todos lo sabemos: no
será fácil. Pero tampoco será fácil desarmar los efectos de la interpelación
presidencial.
III. Política de la memoria
¿Es pura casualidad que estos días se
difunda la palabra reflexiva de Jorge Rafael Videla explicando con lujo de
detalles los propósitos, aciertos y errores de la última dictadura militar de
la que fuera jefe y emblema?
No. No lo es. La convergencia temporal
tiene razones que no se dejan explicar por el azar ni por la conspiración. La
palabra del sentenciado general ya no funciona como amenaza o deja vú,
sino de un modo más perverso aun, si cabe: la del recuerdo de aquello que ya no
puede volver a ser simplemente porque ha sido asesinado. Pura “política de la
memoria”.
IV. En serio-en serio
Políticos e intelectuales lo saben:
ya no vivimos tiempos de crisis. Se dirá que la precariedad aún es norma, y lo
es. Pero eso no quita que toda norma que se precie genera, como lo recordaba
Walter Benjamin, sus zonas de excepción. Siempre las mismas.
Este es el sentido de la fórmula
presidencial “capitalismo en serio”: empresarios que produzcan, ciudadanos que
consumen y votan, gobernantes que ganan elecciones y regeneran representación
política. No es poco. Resulta, incluso, utópico para el capitalismo más
maduro.
En el mismo sentido se acaba de
pronunciar Alian Badiou: el capitalismo no está en crisis, salvo para una
mirada provinciana que no ve más allá de Europa y desconoce el hecho de que la
dinámica productiva y subjetiva del mundo capitalismo se ha desplazado al ex tercermundo.
El llamado BRIC se ha vuelto locomotora del capital: el rejuvenecimiento entero
del sistema se juega en la suerte con que pueda ligar sus exigencias
reproductivas con la subjetividad individual y colectiva, precisamente, en esta
región.
De allí que la pregunta sobre si (¿son
los gobiernos BRIC, con sus diferencias, alternativas progresistas,
gubernamentalidades adecuadas?) no sea ociosa ni sencilla sino prácticamente
informulable.
V. La juve y la generación BRIC
En un reciente artículo, la pluma
filosa hasta el veneno de la periodista Susana Viau se dedicaba refutar la idea
que de que luego del 2003, o de la muerte de Néstor Kirchner, haya habido una
vuelta de la juventud a la militancia política, recordando la militancia
juvenil de los barrios de los años 90, y la formación de los MTD.
Evocación oportuna y estéril. En efecto, la periodista cae en el lugar común
auto-refutativo de identificar aquella experiencia ligada al 2001 como
“utópica” e “idealista”. Ese, exactamente, es el tópico de la juventud
kirchnerista: el “realismo” político.
La militancia juvenil kirchnerista,
obediente en la irreverencia, se ha colocado (gracias a su capacidad de acudir
al llamado de la presidenta) en el centro del escenario político. Desde allí
enfrenta grandes desafíos. Dos opciones posible, seguramente simultáneas:
aprovechar la oportunidad política que le brinda la presidenta y constituir, a
partir de sus cuadros más encumbrados, una generación BRIC, es
decir, una nueva inteligencia para la reinvención del capitalismo en nuevas
condiciones, o bien radicalizarse –en caso de que no se encuentren las vías
legales para una continuación del ciclo kirchnerista- a partir de una memoria,
un liderazgo y un mito.
V. Destiempos
En la Argentina de hoy hay algo
evidente para todos. De la crisis del 2001 para acá no hay nada mejor (ni de
cerca) que el kirchnerismo. Su legitimidad personal y política –se explique
como se explique- se eleva por encima de la de los demás de los mortales.
Las alternativas son francamente indeseables y mediocres y no califican para la
competición.
El sistema político, sin embargo, no
tiene previstos canales institucionales para procesar momentos como estos. Y
hasta que los “jóvenes” estén en condiciones de disputar el relevo “el
proyecto” (el modelo) queda en suspenso por limitaciones legales.
Al menos por ahora, entonces, el
único dirigente con peso propio para pelear en las urnas la herencia
kirchnerista es Daniel Scioli. La presidenta ya ha decidido evitar este trance.
Todos los elementos vivos de la situación presionan sobre la necesidad imperiosa
de una reforma de la Constitución. Los próximos dos años giraran en torno a
esta presión. La propia presidenta debe olvidar sus reparos personales a tanta
exposición y desgaste. La pregunta evidente para casi todos es la siguiente:
¿realmente es necesario hacer las elecciones del 2015? ¿no sería mejor
aplazarlas de facto, al menos, hasta 2019? Es evidente que sí.
VI. Sin lugar para los viejos
Cuando una generación que se creía
envejecida (la del ‘73) se da la mano con la de sus nietos (la de Vélez),
es señal de que el tiempo ha pasado. El ciclo que se consuma es también el de
la exclusión de una experiencia –política, a pesar de todo- se
cierra. Con ella se secundarizan saberes y actitudes pertenecientes a la era
de la excepción: vidas políticas y nociones fantásticas constituidas en
medio del abismo. Nada de todo esto definitivo. Somos eterno retorno.
No es solo un asunto de edades ni de
trayectorias. A la vista está el éxito de varios miembros de la generación del
2001 en la cúspide del poder político. Y es cierto que si algo parece volver es
la generación “setenista”, que se había dedicado mayoritariamente a tareas muy
poco heroicas durante la larga noche neoliberal.
¿Qué nos queda a todos aquellos que,
como nosotros, alcanzaron el hábito de pensar sin creer? Habiendo
trabajado tan duramente para alcanzar esas cumbres, no será nada fácil desarmar
esas adorables cabezas. Y será difícil, también, que la realidad deje de
darnos, a su modo, la razón. Somos eterno retorno. Una razón
irreconocible. Menos cargada de potencialidades políticas de lo que hubiésemos
estado dispuestos a admitir hace solo una década.
Todo indica que hemos devenido
viejos. Pero ojo: viejos no quiere decir “hechos mierda”, sino
testigos y habitantes de un cambio. Esta posición no parece cómoda,
pero podría ser interesante si evitamos el patetismo de negar lo que ha
cambiado. Aspirar al retorno, en medio de la mutación es, después de todo,
siempre un gesto nuevo, con el que todo se inicia de nuevo. Una novedad muy
vieja. Pero más nueva que la propia juventud.