El zapato de Moyano
por Gustavo Varela
No es un
conflicto gremial. Es más amplio: es qué hacer con el sindicalismo. La lógica
sindical es de clausura; lógica de pastor, reunir, agrupar, apiñar sin
diferencias. Identidad compacta de la clase obrera porque sino lo compacto del
poder empresario la hostiga con voluntad de esclavizarla.
Puja de
intereses también hacia el interior de los gremios, pero solapada, astuta, sin
afuera casi. Acuerdos, traiciones, agachadas, todo bajo el mismo nombre y la
misma voluntad: administrar en nombre de la masa laboral, una caja que reparte
almuerzos, hoteles, cargos, sin más necesidad que la pertenencia y la agilidad
felina para las relaciones de poder.
El peronismo
inventó el poder sindical. La alianza entre uno y otro es ontológica. Por ello
las contradicciones son exageradas; hay irritación, silencios valiosos, tensión
de fuerzas a las que no se les ve el fondo. No mafia: este concepto es vacío y
repleto de un juicio moral que impide entender. Lo que no se ve es lo que
explicita la oscuridad en la lucha. Aquí no hay sorpresas: la tensión entre el
peronismo y el sindicalismo tiene capas geológicas de difícil acceso. La tosca
que la oculta no es una cuestión de principios democráticos ni un decálogo de
buenas intenciones. Es una lógica de las relaciones de dominio y allí no hay
ideas sino ocupación de territorio.
La tensión entre
lo público y lo privado es ideológica (YPF, jubilaciones, asignación universal,
etc.); la tensión entre el gobierno peronista y el sindicalismo es material: un
problema de diagrama bélico. O sea, cartografía de fuerzas. Siempre, no ahora
que se hacen visibles. La mezcla entre ellas, el responder al sindicalismo
peronista con principios ideológicos o el acusar al gobierno de tiranía por
parte del secretario de la CGT
es alpiste para pajarracos mediáticos. Uno y otro lo saben.
Las radios dicen
que en las encuestas la imagen de Moyano es más favorable.
Después nombran
a Scioli, como siempre, al que le cargan la mochila con intenciones de todo
tipo. Una suerte de Barbie a la que le cambian el vestido según la ocasión.
Scioli es muchos, una enamorada del muro, político sin tronco. Todos los
titiriteros lo quieren tener en su teatro. Con Moyano es distinto. Lo quieren
usar un rato para sacarse el frío que tienen. Como una media. Pero a Moyano le importa
el poder, no la representación. Es zapato, no media; pisa, no abriga. Lo saben;
por eso lo dibujaron con sangre en las manos aunque ahora lo entrevisten.
Moyano no es la Pando, ni la mesa de enlace,
ni un cacerolero imbécil. Es un camionero en un país sin trenes. Su poder es
territorial y está situado en la raíz del capitalismo: prioridad del
movimiento, economía que exige traslado permanente. Muy probablemente la nafta
de sus camiones las provea, en los próximos días, el concierto de golpistas que
no encuentran una cara que ofrecer. La cara de Moyano es demasiado segundo
cordón todo junto. Sin embargo, la van a ofrecer un rato. La pregunta es si
Moyano se va a creer la
Cenicienta, rubia y con zapatos de cristal.
Los gorilas son
ecuménicos transitorios: se saludan unos a otros en la misma plaza sólo por un
rato aunque casi no soporten mutuamente sus olores. Lo toleran, claro, como
toleran que la sirvienta coma con la señora sólo el domingo de Pascuas. Después
vuelve todo a ser lo mismo: aquella a la cocina y la señora al living. Los
ejemplos abundan.
El zapato de
Moyano hoy tiene dientes. El gobierno está obligado a saber responder a tiempo.
No alcanza con el cotorreo mediático; requiere estrategias, avances solapados,
más inteligencia fáctica que palabras. Las palabras que las perpetúen Sarlo y
Barone en su romance. No es un problema entre buenos y malos. No están en juego
los principios ni se trata de una puja moral. Uno y otro se requieren del mismo
modo. Es político el asunto, no es para asustarse. Un gobierno peronista tiene
que saber qué hacer con el poder sindical. Sino es radical, conservador,
desarrollista; cualquier cosa, pero no peronista.
Si Moyano se
cree la Cenicienta,
ahí sí el problema ya no es sindical sino ideológico y, por lo tanto,
definitivo. Porque habrán fracasado los dos, Moyano y el gobierno. La cancha
quedará abierta para que juegue cualquier salame. Y eso, sin dudas, es
peligroso.