¿Vivimos una realidad poscolonial?
por el Taller de
Coyuntura)
Si lo colonial
señalara específicamente la relación jurídica que recubre la explotación de una
metrópoli sobre un territorio y una población periféricos, entonces se trataría
de un fenómeno mundial agotado entre fines del sXIX y mediados del siglo XX con
la el procesos de la descolonización africana. En cambio, si tomamos la
condición postcolonial como el mandato de “ser europeos”, la universalización
del modo europeo de vida y de sociedad, la colonialidad (del poder, del saber)
es un fenómeno aún actual.
La condición
postcolonial en América Latina es lucha e integración. Podemos identificar esta
coyuntura del siguiente modo: en las últimas décadas en América Latina fue
tomando fuerza una crítica de la razón moderna occidental, al calor de la lucha
de los movimientos sociales, las comunidades indígenas y las militancias
políticas locales. Fue sobre la base de esos movimientos que se generalizaron
los llamados gobiernos progresistas de la región. Esos gobiernos han conseguido
una una inserción exitosa de la región en el mercado global.
Este modo de
inserción en el mercado global –como exportadores de materias primas en la
mayoría de los casos- se derivan dinámicas “europeizantes” (en el sentido que
generalizan modos de vida creados en los países centrales del occidente). Las
relaciones comerciales vuelven a difundir sensibilidades de vida, paradigmas de
felicidad y modo de pensamiento.
Podemos concebir
entonces nuestros escenarios sociales como atravesados por una tensión
poscolonial, que abarca no sólo los fenómenos de consumo, sino que abarca se
entremezcla de modo más profundo con la dinámica de producción de jerarquías.
Para Frantz Fanón,
el rasgo central del colonialismo es la racialización. La producción política y
cultural de grupos humanos distinguibles por rasgos raciales. Tal racialización
impone al hombre una condición de minoridad o imperfección en relación al
modelo europeo. Los procesos de racialización se han seguido desarrollando
mucho más allá de los procesos de descolonización hasta hacerse parte de la
propia maquinaria capitalista.
Entre nosotros
Eduardo Gruner, en su reciente libro La oscuridad y las luces sitúa este tipo
de dialéctica (colonial-racial) en el origen mismo de las luchas independentistas
y en la denegación de la revolución haitiana.
Sea que miremos la
historia sudamericana (al “indio”, al “morocho”, al “negro”, etc), la
norteamericana (al “chicano”, al “negro”), o la Europea reciente (las
políticas racistas de gestión de las migraciones provenientes de sus ex
colonias) para corroborar el peso del racismo en los sistemas sociales y
políticos de occidente.
En cada uno de
estos países vale por igual la pregunta ¿quiénes son los “negros” acá? ¿Los
pobres, los indios, los inmigrantes?
En paralelo a este
fenómeno se ha desarrollado una imagen “multicultural”, políticamente correcta,
que hace de la aceptación del otro una condición fundamental para la vida
democrática. Esta “filosofía de la diferencia” aparece hoy en toda América
enfatizando la presidencia “negra” en los EE.UU, o la “india” en Bolivia, por
ejemplo.
Si bien es cierto
que las luchas sociales y particularmente el componente anticolonial de los
movimiento sociales ha logrado éxitos bien importantes, sobre todo en
Sudamérica, no alcanza con mostrar estos “ejemplos” para suponer que la máquina
colonial, racializante ha dejado de funcionar modo modo de gestión de
territorios (guetos y barriadas) y hasta en la propia economía (modalidades
diferenciales de trabajo).
Sin ir más lejos,
hace menos de dos años - en diciembre del 2010-, en la Ciudad de Buenos Aires
tuvimos el conflicto por la toma del Parque Indoamericano, en donde se
enfrentaron de un modo clásicamente racista vecinos (argentinos y “blancos”) y
ocupas (extranjeros, y “negros”).
Es cierto que
nuestro hábito moderno prefiere dejar atrás el conflicto racial como si fuese
un arcaísmo, un puro invento del poder. Preferimos ver por detrás de ese tipo
de conflictos una dimensión clasista. Nos resulta más fácil percibir los
problemas vinculados con la pobreza que los que se desprenden de una
jerarquización racial.
Sin embargo, basta
con que haya sujetos que experimenten la cuestión racial como determinantes de
su existencia para que debamos tomar en serio la cuestión. Y no es casualidad
que así como se dio entre nosotros el Indoaméricano, los últimos años podamos
contar con revueltas de componente racial definido en Londres, Paris y en los
mismos EE.UU.
Quizás sea Brasil
uno de los países que más ha intentado innovar en términos de una gestión
positiva de la cuestión racial. Dos películas –Zumbi somos nos; y Casi dos hermanos- nos cuentan algunas de estas
historias: Zumbi, cuenta la historia de un policía que persigue a un
delincuente y acaba por matar, en la persecución, a una persona de clase media.
En su defensa el policía argumenta que se confundió por el color (ambos eran
“negros”). Casi dos hermanos, nos habla de las tensiones sociales y políticas
que unen y separan a dos entrañables amigos de colores diferentes.
La propia izquierda
brasileña se encuentra sumergida en discusiones bien relevantes al respecto.
Actualmente el antropólogo Viveiros de Castro ha propuesto que sólo a partir de
un “devenir indio” (por los indios del Amazonas) Brasil pude salirse del
paradigma capitalista-desarrollista. En clara discusión con grupos de la
izquierda que proponen adoptar la figura del “pobre” como imagen común entre
las diferentes realidades del trabajador empobrecido, la realidad de las
favelas y de los indios amazónicos. “El pobre” no abarca al indio. Es más
interesante que Brasil se vuelva Indio,
que pobre (Esta discusión puede investigarse en sus fundamentos a partir del
exquisito libro de Viveiros llamado Metafísica caníbales)
Retomamos de la
pregunta de Frantz Fanon una pregunta que surge de la lucha contra el
colonialismo. El dice que por debajo de la cuestión del racismo y de la
negritud subyace la pregunta ontológica más difícil: ¿qué es el hombre si
dejamos de lado el “ser europeo”?