Va a estar bueno Rosario

por el Club de Investigaciones Urbanas


El desalojo de Kasa Pirata está atravesado por muchas aristas: tecnicismos, legalismos, atropellos, mastufias, prejuicios, operaciones mediáticas, escrituras propietarias endebles, proyectos inmobiliarios, pero básicamente refiere a las consecuencias implacables de un modelo de ciudad que se viene gestando y consolidando a través de un entramado complejo integrado por el sector inmobiliario y el Estado en la última década en Rosario.


El desalojo y la expulsión en Kasa Pirata, es la manera en que el capital inmobiliario, en connivencia con la Justicia, responden a experiencias que amenazan con salirse de la lógica de la ganancia y la privatización de espacios y territorios. Se suman también las voces mediáticas de un segmento de la ciudadanía obnubilada –al modo de turistas de fin de semana- con la belleza céntrica de Rosario, que repudian este tipo de movimientos culturales y sacar a relucir prejuicios de diversa índole. De esta manera, a la búsqueda colectiva que impulsaba la Kasa Pirata, a partir de su integración al barrio y el establecimiento de ámbitos cooperativos con otras experiencias culturales, productivas y políticas, se le responde con la judicialización, la represión y la violencia simbólica. Caso testigo de lo que crispa a los poderes privados, estatales y mediáticos. Queremos detenernos en un punto: en el barrio las opiniones parecen dividirse entre unos vecinos escandalizados por la apropiación “ilícita” hecha por un grupo de jóvenes que, dicen, no respeta la propiedad privada, consumen “sustancias tóxicas” y provoca ruidos molestos, y otros que resaltan que se trata de pibes sanos y solidarios que al menos evitaban que se viniera abajo y llenara de mugre y malandras ese inmueble. En otras palabras, un prejuicio criminológico y una aceptación sanitaria. Desde nuestra perspectiva, es indispensable salirnos de ambas posiciones, en la medida en que en las dos –más allá de las diferencias de contenido- subyace una mirada moralizante (en el primer caso de manera escandalosa), despectiva, de este tipo de emprendimientos colectivos protagonizados por jóvenes. Valorizamos, en cambio, experiencias como Kasa Pirata porque justamente ponen en escena otras formas de comprender –desde una perspectiva generacional- la noción de “propiedad”, tanto como del trabajo, la cultura, la producción, o en términos más generales, nuevas formas de la vida urbana en común. Para los vecinos asustados, hay que cortar de raíz la experiencia; para los otros, puede perdurar, siempre y cuando no se ramifique.

Asimismo, en forma complementaria, este tipo de ensayos desnudan los límites –lo que denominamos el índice de soportabilidad- de ese modelo de ciudad restrictivo, expulsivo, turístico, que intentan imponernos el Estado en connivencia con el mercado inmobiliario y los medios de comunicación hegemónicos.

La marca-Rosario: ciudad para gente bien
Desde sus comienzos, la gestión socialista impulsó como unas de sus prioridades de gobierno el desarrollo de políticas de planificación estratégica urbana inspiradas fundamentalmente en experiencias de ciudades europeas. Se perseguía el ambicioso propósito de revertir la imagen de la miseria rosarina del 2001, trocándola por una impronta de renacimiento, modernización y prosperidad. Esta tarea ya se había anunciado, a mediados de la década del noventa (cuando la denominación “come gatos” empezó a circular con horror para los gobiernos locales), a través del Plan Estratégico Rosario (PER) como la construcción de una marca de ciudad, aunque se tornó absolutamente urgente con la devastadora crisis social, política y económica de principios del siglo XXI. Es decir, se necesitaba forjar una figura emblemática que permitiera que el nombre Rosario sea una “denominación que dispare de inmediato una serie de asociaciones, imágenes y hasta sensaciones que construyan identidad” (PER). Este objetivo se puso en marcha a partir de la combinación compleja entre el reforzamiento de la tradición (exaltación de íconos locales como el Che Guevara, Fito Páez, Litto Nebbia, el Negro Olmedo, la Trova Rosarina, Fontanarrosa), con signos de “modernización” dispuestos para atraer a los mercados y que permitieran cambiar ciertos hábitos considerados provincianos de los habitantes de nuestra ciudad (gastronomía gourmet, los circuitos aeróbicos, circuitos para andar en rollers, cadenas de gimnasios y cafeterías de marca globales, los deportes náuticos, la limpieza de las calles -mediante la implementación de contenedores de residuos y más recientemente las islas de reciclaje-, el estímulo de las artes -Macro, cine El Cairo, la recientemente inaugurada Plataforma Lavarden), la permanente inauguración de obras públicas en la franja costera, los shoppings, el Casino, etc.

La elaboración y difusión de esta marca Rosario (MR) está pensada, en primera instancia, para construir una renovada imagen propia de los rosarinos hacia su ciudad, y, como correlato más ambicioso, para ser proyectada fundamentalmente hacia el exterior y con un objetivo por demás concreto: atraer inversiones que le cambien la cara al espacio urbano reforzando la pretendida versión cosmopolita de Rosario. Bajo estos parámetros, efectivamente la ciudad se posicionó como un importantísimo polo de atracción de las inversiones provenientes del excedente de los agronegocios de las zonas linderas, que principalmente se orientaron a la construcción de inmuebles dando lugar al llamado boom de los últimos largos años. Esta euforia constructora, lejos de contribuir a aliviar las graves carencias en materia habitacional, viene potenciando paradójicamente un modelo de concentración del suelo y la vivienda y de privatización de la ciudad, instalando a Rosario como una verdadera ciudad-negocio. Según informan las cifras oficiales, en los últimos diez años se levantó en Rosario la exorbitante cantidad de 4 millones de m2 en construcción, con más de 10 mil permisos de edificación otorgados, que resultaron en la incorporación de 50 mil nuevas unidades para vivienda. La mayoría de estos emprendimientos se concentra en un área reducida, la más cotizada, ubicada en el centro de la ciudad (delimitada por las avenidas Francia, Pellegrini y el río Paraná).

El análisis combinado de la evolución desregulada del boom con el estado de situación de la problemática habitacional evidencia un panorama dramático: más casas sin gente que gente sin casa. Para ser bien concretos, de acuerdo a las cifras que difunde el propio gobierno, existen en el departamento de Rosario 50 mil familias con déficit habitacional a la vez que se registran 80 mil viviendas deshabitadas1 sobre un total de 435 mil. Casi el 20% del total de las unidades habitacionales están desocupadas, la mayoría de ellas cumpliendo su uso de confiable reserva de valor del ahorro sojero y otros mercados, como el financiero, negocios ilegales.

Un proceso que surge como estrategia fundante del boom inmobiliario se conoce como gentrificación. Se trata de la sustitución de la población de un barrio por otra de mayor nivel socioeconómico. Gentrificación es una palabra de origen inglesa, que proviene de “gentry”, que podría traducirse como “gente bien” (sectores de alto poder adquisitivo, con hábitos de consumo refinados, etc.). La gentrificación tendría como objetivo construir o convertir barrios para la gente bien. Este fenómeno es característico del capitalismo neoliberal y afecta a las llamadas ciudades globales, tomando formas distintas según el contexto. En Rosario, la gentrificación es un proceso relativamente nuevo. Históricamente ha habido en nuestra ciudad especulación inmobiliaria, sin embargo, las poblaciones se mantuvieron medianamente estables en sus barrios de origen. En todo caso, los desplazamientos se daban por ascenso o descenso social. La aparición del fenómeno de gentrificación en la ciudad representa su certificado de ingreso al mercado global de ciudades. No casualmente, la campaña que abrió la Marca Rosario fueron unos carteles colocados en lugares estratégicos que decían “Rosario, la mejor ciudad para vivir”. Luego vinieron otras, como “Rosario, hecha de gente”, “Rosario no para” y la reciente “Yo amo Rosario”, donde aparece Lionel Messi como nuevo emblema de la Rosario actual, amable, exitosa y global.

Si bien la gentrificación es un fenómeno complejo que no sigue patrones fijos, sino que más bien hay que ir buscándolos en el territorio, nos interesa remarcar algunos signos diferentes que nos parecen representativos. El primero de ellos es Puerto Norte, tal vez el emprendimiento inmobiliario más ambicioso de toda la historia de la ciudad, y sólo comparable en el país con Puerto Madero en Buenos Aires. Es un caso de lo que se conoce como gentrificación por nuevas construcciones que afecta no sólo a las tierras donde se están levantando los nuevos complejos de torres (en donde se desplazaron pobladores de “asentamientos irregulares” que llevaban varias generaciones ocupando tierras fiscales), sino además contagia el lindero barrio Refinería, uno de los más antiguos barrios obreros de la ciudad, actualmente en pleno proceso de gentrificación. La semana que pasó se modificaron los recorridos de seis líneas de colectivos para darle a este espacio privado mayores facilidades de comunicación. Un signo claro de la dirección hacia la que apuntan las políticas públicas en materia de ordenamiento urbano.

Otro caso es el de Nuevo Alberdi, un barrio que perdió hace unos pocos meses su estatus de rural, frente a la presión de grupos económicos locales, vinculados a la especulación inmobiliaria. Lo notorio de este proceso (no nuevo en la ciudad) es que desencadenó la resistencia de los pobladores del lugar que, acompañados por el Movimiento Giros, han logrado no sólo frenar el proceso gentrificador al tiempo que obligaron al poder político a tomar posición y legislar ordenanzas en beneficio de los actuales pobladores.

Un tercer lugar de transformaciones y conflictos tiene que ver con lo que se conoce como Zona Sur, en especial la zona que limita con el Paraná. Habiendo colonizado casi en su totalidad el cordón norte de la ciudad, adjudicado ya en gran medida (aún si restan todavía grandes porciones de territorio, en particular hacia el norte de Puerto Norte y Forum), la especulación inmobiliaria comienza a mirar con ansias el cordón sur. Esa parece ser la tendencia. Y allí la gentrificación muestra otra cara, que no tiene que ver con el desplazamiento de las poblaciones sino con un movimiento anterior: la precarización y relativo abandono de la zona en función de la desvalorización de los terrenos y las viviendas que, así, pueden ser adquiridas más fácilmente. A su modo, el Puerto de la Música y la Biblioteca del Bicentenario, forman parte de dicha estrategia.

Finalmente, otro fenómeno interesante y casi desconocido es lo que ocurre en cordón industrial zona norte (San Lorenzo, Puerto Gral. San Martín). Esta zona es la que absorbió la mayoría de los puertos e industrias que Rosario desplazó al recuperar sus costas para fines recreativos, inmobiliarios y comerciales. En estos últimos años, con el boom de los commodities, se convirtió en el epicentro del país extractivo/exportador, convirtiéndose en uno de los mayores puertos del mundo, por donde se van todos los años millones de toneladas de granos y minerales (provenientes de la megaminería a cielo abierto de las provincias cordilleranas). Como resultado, estas ciudades han sido tomadas, literalmente, por las industrias, lo que ha redundado en contaminación y deterioro de la salud y calidad de vida de los habitantes. Las infraestructuras urbanas han colapsado frente a las industrias que parasitan las calles, prohíben el acceso al río, contaminan el agua y el aire. En este contexto, está ocurriendo un silencioso pero sostenido desplazamiento de la población que habita las franjas de viviendas lindantes a las grandes plantas industriales. Estas poblaciones se ven obligadas a vender a precios viles sus viviendas, corridas por enfermedades y la pauperización de la calidad de vida y sus casas son adquiridas para ser anexadas (demolición mediante) a las plantas industriales.

Remarcar estos procesos de gentrificación en el marco del boom inmobiliario no significa -de ningún modo- que tengamos algún tipo de nostalgia o rastros de melancolía de una supuesta Rosario más originaria, más apegada a sus raíces, o más tranquila por su aire provinciano. Se trata de cuestionar un modelo de ciudad que tiende a profundizar las asimetrías sociales y la desigualdad en el derecho al acceso y disfrute de la ciudad. Nuestras críticas y apuestas no se apoyan en un pasado mítico, glorioso, sino en una pregunta por el presente y el futuro que queremos construir en común.

Precariedad habitacional
La noción de precariedad se asocia automáticamente al mundo laboral, aunque no a los problemas estructurales en materia habitacional y de propiedad de las tierras que están explotando desde hace tiempo de manera incontenible en nuestra ciudad. Parece que la precariedad –en su versión habitacional- quedaría por fuera de los criterios a la hora de evaluar el avance o el retroceso de una ciudad como Rosario.

A comienzos de 2008 se dio forma al ambicioso Plan Urbano con intenciones de direccionar el crecimiento de Rosario entre el 2007 y el 2017. A través de esta iniciativa se busca consolidar la presencia de capitales e inversores privados como variable de decisión prioritaria en el ordenamiento y empoderamiento de la trama urbana. Este encuentro entre privados y municipio se formalizó a partir del llamado Convenio Público-Privado. Se trató, desde el punto de vista de la gestión estatal, de una indispensable asociación con los mercados a fin de dinamizar la ciudad en el marco de una crisis de recursos. Esta decisión dio lugar, sin embargo, a una asociación desigual con el capital privado, abriéndole y propiciando condiciones más que favorables para transformar la ciudad de acuerdo a sus objetivos e intereses económicos. El convenio Público-Privado implica que el privado debe, en el contexto de su proyecto, destinar una cantidad de recursos a la construcción o mejoramiento de espacios públicos. Por lo general, las obras llegan en microdosis, mayormente ridículas, y con tiempos inversamente proporcionales a los que insume la construcción para la venta. El Convenio se vuelve conveniencia para uno.

Mientras tanto, la crisis habitacional y de tierras atraviesa transversalmente a Rosario: desde los desalojos en las zonas semi-rurales como consecuencia de proyectos privados impulsados por especuladores inmobiliarios y avalados por el Estado, el hacinamiento en las periferias, el aumento permanente de los alquileres en la zona centro que destrozan los salarios, los inalcanzables valores de la propiedad, que se complementan con las exorbitantes tasas de interés de los créditos hipotecarios.

Así como el mercado de trabajo se apoya indispensablemente en la precariedad y la informalidad, el actual modelo de desarrollo (basado en buena parte en la sojización, el neo-extractivismo, la especulación inmobiliaria y, cada vez con más fuerza, la presencia de narcotráfico cartelizado) requiere de la expulsión de una masa fabulosa de personas de los campos y las zonas rurales, y de la precarización habitacional en el centro y las periferias.

En este punto situamos casos como el de la Kasa Pirata.

Las ciudades se han convertidos en territorios cargados de violencia, racismo, expulsivos y claustrofóbicos. Nos parece que es hora de instalar con fuerza la pregunta por los modos de vida actuales, por las formas de cooperación y de construcción del futuro de Rosario. Ser capaces de impulsar intervenciones, acciones y experiencias cuyos fundamentos y objetivos sean otros modos de vivir en común.


(publicado también en revista Crisis)