La plaza de ayer

por Juan Pablo Maccia


Ayer fui a la plaza. No me arrepiento. Amigos, son los amigos: agradezco que sin pertenecer estrictamente al núcleo militante de Unidos y organizados me hayan aceptado en un micro de ida y vuelta desde la Provincia de Santa Fe. Quedé exhausto. ¿Que vi? Pluralidad. Una plaza extraordinaria. Tal vez demasiado “blanca”. Una plaza tipo “24 de marzo”. Muchos pibes, pibas. Vi también una presidenta que sigue sin dar en –lo que creo que es- el verdadero blanco, y que sin embargo vamos a extrañar cuando no esté en el gobierno.

Voy rápido, porque en esta misma hora chorrea la tinta en decenas de editoriales, y no quiero hacer más que un breve comentario. La plaza fue diversa pero no arbitraria. Mario Wainfeld define la composición social de la plaza con el título de “peronismo del siglo XXI”. No me satisface del todo el termino, aunque algo de eso hay. Molesta el tono ochentista insufrible de Víctor Heredia; irrita Fito Páez. Descorazona que estas figuras sustituyan la debilidad militante de Unidos y organizados. Pero la vitalidad de la convocatoria desborda los nombres propios.



En el nivel de la coyuntura, el sabor es agridulce. Dulce, porque se concretó con relativo éxito una táctica acertada: “democracia contra corporaciones”. Lo de ayer fue una respuesta oportuna a una mafia derechista y agresiva que debe ser derrotada sin miramientos. Pero esa alegría no borra lo agrio del paladar. Y es que el kirchnerismo abusa y desgasta el juego que consiste en abrir por izquierda cuando se siente débil y amenazado para cerrar por derecha cuando se siente estable. El resto que le queda es un tipo de organización débil, vertical y sectaria. Demasiado poco para las confrontaciones que se asumen.

Agrio también porque no se acaba de abrir la agenda completa. Hay temas urgentes que deben ser planteados, en relación al cotidiano en los territorios y en el mundo del trabajo. El kirchnerismo se enamoró de la hegemonía (de su fuerza argumental y de articulación). Pero la sociedad no es masa articulable, sino afectos y hábitos. Lo social no se manipula, tiene leyes propias, y no hay otra que contar con ellas. ¿Cómo se lee y se responde a realidades cotidianas tales como las bandas de tranzas, las mafias policiales, al conflicto creciente emparentado con el agro-negocio y la mega minería; con la gestión del transporte público y la super-explotación en amplios sectores del trabajo?  Nadie pide a la presidenta que de todos los combates al mismo tiempo. Solo señalamos el notable riesgo de que la diversidad de la plaza sea sintentizada en términos demasiado pobres, dejando afuera temas “difíciles” pero claves en la profundización de una fuerza democrática y popular.

Queda, además, el hecho relevante del manejo que el gobierno hace de las áreas de su influencia. Si nos limitamos a la cuestión de los medios podemos comprender muy rápidamente la mediocridad –para decirlo de modo benévolo- del “periodismo” kirchnerista. No alcanza con decir que el “opositor” es peor. No hay razones para que la alternativa a Clarín sean Vila-Manzano. Y que 6, 7 y 8 sea ejemplo de periodismo militante. La política no se resuelve en el hecho de combatir a los más malos. Precisa aun de otro hecho, de un hecho superior. Uno cuya misión es anticipar y convocar otro modelo subjetivo para el porvenir. Y de eso hay demasiado poco.

Me siento alegre de haber estado en la plaza. Incomodo con el oficialismo y definitivamente enfrentado a los medios “opositores”. Sigo sin encontrar el tono. La traducción de la dinámica social en una polaridad binaria es completamente insuficiente. Pero la plaza mejora un poco las cosas. Hubiera sido realmente triste que ese amplio abanico de energías y de ganas se hubiese dispersado en silencio.