Lanata es Facebook

por Partes Naturales

Para comprender el efecto-Lanata nos es necesario, cuanto menos, actualizar nuestras rudimentarias nociones sobre el lenguaje. ¿Cuál es el modo de enunciación del conductor de Periodismo Para Todos? Se trata de capturar niveles de la significación más allá del mero contenido lineal y manifiesto de sus palabras, del texto “ideológico” explícito. Buscamos, precisamente, aquello que distingue a Lanata de muchos otros que pueblan las pantallas, las páginas de los diarios y las frecuencias de las radios diciendo desde hace años cosas más o menos parecidas.

Conocemos el fenómeno de “fidelización” a la imagen en el mercado. La marca-Lanata ofrece estilo y recepciona credibilidad. Triunfa en él la auto-empresarialidad, la gestión del propio yo como capital. La imagen es tan potente que puede ser solicitada en coyunturas distintas por Página/12 o por el Grupo Clarín, y en ambos casos tiende a dominar la misma interpelación fresca y directa. La marca-Lanata es capaz de sobreimprimir su propia semiótica personal a poderosas maquinarias simbólicas (sin que pierda importancia, en ningún caso, el soporte simbólico empresarial para el que trabaja).

Se discute si Lanata hace o no periodismo. Quizás la discusión misma sea sólo un intento descalificatorio perfectamente inútil. Nadie hace hoy investigación a lo Rodolfo Walsh. Lanata es, sobre todo, un talentoso profesional de los medios. Un gran ingenioso que promueve –porque encarna- un tipo desprejuiciado de narración liberal de la vida y de sí mismo.

Maestro desafectado de las imágenes-afectos, capitaliza como nadie el imaginario del juego del individuo lúcido y libre, poseedor de un capital inviolable, que es su libre arbitrio, el valor de su opinión, enfrentado a la tosca parquedad estatal. Lanata es el autor desenvuelto de una épica emotiva contra temibles caballeros de la noche; oscuros personajes gubernamentales que –viejo saber anarquista- se pervierten económica y moralmente en el poder.
  
Lanata dramatiza la suficiencia del cinismo urbano respecto de las retóricas políticas. Fuma al aire, habla de vos. Coquetea con la transgresión sin desobedecer jamás sus propias reglas: jamás dar el paso a una candidatura. Eso sería como hipotecar la complicidad que tiene de modo directo con cada quien en nombre de la devaluada representación político-jurídica de una voluntad general. Lo sabemos, a quien se hace funcionario se le retacea, pierde el aura que ennoblece a quien arriesga de manera privada.  

¿Por qué no aceptó ser candidato a Jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires cuando se lo ofreció Carrió? Porque su ritmo de vida implica un enorme gasto de dinero, mucha más guita de lo que declara cualquier político. Ahí está la diferencia entre Lanata y los políticos: ellos mienten sobre sus ingresos, él se nos ofrece transparente, todo lo desagradable que queramos, pero del todo visible, sin hipocresías.

Lanata es el tipo de la “red social”. Habla claro y gracioso, banal y recto al sentido común. Se ha transformado en poco tiempo en un icono de las subjetividades comunicativas y flexibles. Su estilo informal y desfachatado, de apariencia cínica es, en rigor, un hedonismo de fondo moralista. Con Lanata se expresa la racionalidad neoliberal incordiada por los contratiempos del kirchnerismo.

A diferencia de Pergolini, que supo corporizar la alianza juvenil y rockera con las grandes empresas de autos y celulares en contra del patetismo de los políticos, el humor de Lanata da cauce al fastidio con el régimen de signos del estado. La presidenta es retratada casi como jefa de una banda, pretenciosa e inconsistente, timonel de un pesado y pecaminoso monumento, tan antiguo como horadado. Lanata sonríe y dice “es impresionante”. No se parece en nada a los indignados Nelson Castro o Santos Biasatti. De ironía compinche, cuenta el país como se pasea uno entre mercaderías truchas. Toda su comparecencia está al servicio de bloquear la sobrecodificación burocrática de la sociedad, entendida como conjunto de modernos dispositivos de la economía y los mass media.

Y funciona, da bien con un tipo de sensibilidad de bienestar individual generalizado. Da vida a una guerra imaginaria entre un laicismo liberal (tipo Michael Moore) frente a una suerte de neo-stalinismo peronista a la criolla.

Pero Lanata no tiene el tono del yanqui crítico, queja adolescente en relación al deber ser que no es, sino interpelación argentina (bien post 2001) al activismo.
En una reciente entrevista, Lanata (que alguna vez aceptó compararse con Bernardo Neustadt) se identifica de lleno con Marcelo Tinelli. Según dice, son los únicos conductores televisivos capaces de hacer absolutamente cualquier cosa en pantalla. Son los únicos que llegaron al punto máximo de la espontaneidad: el olvido de la cámara.     

Lanata no hace investigación, se limita a dramatizar la polarización entre dos regímenes de signos, o mundos de creencias. No corresponde juzgarlo por la veracidad de lo que dice, ni por las consecuencias judiciales de sus denuncias. No tiene gracia evaluarlo con el parámetro de la coherencia discursiva. No hay que mirar lo que dice, sino aquello que pasa en lo que se dice.

Y lo que pasa probablemente sea del orden de una tentativa feroz por vencer en una guerra propiamente mediática (post-periodística). No porque se desarrolle en los medios, sino porque la guerra misma consiste en determinar la percepción colectiva: en cada batalla se intentan redefinir los umbrales mismos de la percepción.

Este es el quid de la cuestión: mostrar y hablar es determinar el contenido y la comprensión de aquello que “divide” la percepción misma de la “sociedad”. Y en esa división el oficialismo se ha arropado con los lenguajes y los valores de la militancia (del periodismo militante).

Esta reivindicación kirchnerista de sostener una verdad (parcial, subjetiva activista y justiciera) la que es cuestionada por Lanata. Porque si el kirchnerismo se sostiene en la moralidad puesta en juego en la división –y esa es su fuerza-, atribuye a sus adversarios la peor de las condiciones: mentirosos y ladrones, enmascaran lo inconfesable (su ser “corporativo”) bajo una pesudo-objetividad (periodismo independiente).

Este sistema de asignaciones es el que queda ahora cuestionado por Lanata. En el mismo momento en que las militancias kirchneristas asumen las creencias en las palabras que profieren, que hacen de ellas los emblemas de los valores y de la voluntad que encarnan de modo pleno, Lanata les retira todo reconocimiento posible replanteando el juego de la división en los términos de los tiempos cínicos que vivimos, en los que la palabra tiene valor relativo. Su puesta en escena dice eso, que la palabra está ahí para desconfiar de ella, y para decir que hay que desconfiar también –y sobre todo- de aquellos que aparecen como creyendo de modo inconsistente en ella.   

Para ello Lanata pone en juego una riqueza de recursos ilustrativos de la complejidad posible de lo discursivo, a partir de las mil variaciones imaginables entre sus componentes lingüísticos y no lingüísticos.

Es esta destreza semiótica la que lleva al gobierno a enfrentarlo desde la TV pública con una política de cambio de horarios en fútbol para todos, para hacerlo competir con River y Boca. Y es que 6, 7, 8, que tuvo el mérito de llevar a la pantalla chica los saberes de las aulas de la carrera de Ciencias de la Comunicación, se limita a una idea muy elemental de la crítica: los modos de titular las noticias.

Dicen Deleuze y Guattari que si bien una lengua parece definirse por las constantes fonológicas, semánticas, sintácticas que forman parte de sus enunciados, es a nivel de los agenciamiento colectivo en donde podemos comprender todo aquello que concierne al uso de esas constantes en función de variables internas a la propia enunciación (las variables de expresión, los actos inmanentes o transformaciones incorporales). De modo que traspasando el saber de los lingüistas es posible hallar que constantes diferentes, de diferentes lenguas, pueden tener el mismo uso; y las mismas constantes, en una lengua determinada, pueden tener usos diferentes, bien sucesivamente, bien incluso simultáneamenteLas variables de enunciación son internas, y trabajan al lenguaje desde dentro. Sólo podemos encontrarlas “en” el lenguaje, pero hay que aprender a encontrarlas.

Lanata es la alianza entre el más conservador de los emporios mediáticos y el uso más tontuelo de las redes sociales, contra la intentona de un grupo político –a la sazón en el gobierno y con sostenido apoyo electoral- de reconvenir los términos del juego de mercado. Su oficio se basa en una interpelación astuta: la sociedad considerada como una suma de individuos inteligentes. Como puesta en discusión de los conocimientos universitarios a la moda, discutir con Lanata supone menos una destreza ideológica de militante y más una lectura atenta de el “espectador emancipado” del célebre Ranciére.
En efecto, el espectador deja de ser un sujeto pasivo en la obra de Ranciére. No es la lingüística quien puede ayudarnos a comprender los movimientos tácticos de la batalla, sino la pragmática. El uso de los signos de acuerdo a las fuerzas que operan. Circulación financiera, circulación ilegal de mercancías: política (sea bajo su forma mafiosa o financiera) se desplaza a una cuestión de percepciones, y las estrategias en juego apuntan a redeterminar los umbrales mismos de la percepción.