Las Deudas

por Helena Pérez


Un amigo me invitó a un taller de cocina y fui. Me tomé el 127 y nos quedamos con la mitad del cuerpo del colectivo sobre la vía y la otra mitad afuera. Yo quedé del lado de afuera, mirando el edificio de La Nueva Seguros y pensando que el chico que estaba al lado mío escuchando música a todo volumen se había quedado dormido. Si venía el tren a él se le iba a cumplir el deseo que nos une a todos: que la muerte nos agarre distraídos. A mí me iba agarrar atenta y consciente, dudando hasta último momento me muero acá o quedo paralítica. Si quedo paralitica me mato con pastillas, pienso, me hago un baño caliente, me inundo a mí misma para correr libre en el futuro. Cuando viajo en micro, porque no me queda otra, siempre me siento adelante, frente al vidrio. Si me voy a morir que sea rápido, que ningún asiento del medio perturbe las chances de irme para siempre. Muerte digna, muerte vial, todo lo mismo.

Me bajé en Triunvirato al 4700 y busqué el kiosko de diarios y el puesto de la verdulería. Hace mucho que no transito Urquiza pero tengo toda esa zona en la memoria. A los 17 salí con un pibe de 30 que vivía en Urquiza. Un degenerado, pero ya esta hecho; la virginidad no es retroactiva y gracias a Dios porque duele. El Café de la U, el hospital, el giro que toma el 107 yendo a Belgrano. Al 4700 está lo que fue alguna vez la pizzería La Ideal, que resiste hace diez años como asamblea popular y vecinal con taller de cocina, cine, biblioteca y huerta comunitaria. Como La Sala, o la asamblea de Boedo, que ahora esta bajo el radar de los chicos de La Cámpora y su fanatismo bohemio con la comuna 5. No se si la asamblea del Cid sigue existiendo. Tampoco si sobreviven algunas de las tres asambleas que generó en el barrio de Flores. Si sé que me metí en el museo de los fracasos personales.

Para los compañeros que resisten en los laureles del hippismo siempre fui muy fina, y para los chicos del PRO doy demasiado barrio. Así que navego en las aguas del medio con la comodidad de no estar casada con ninguna cara de la misma moneda. Salimos corriendo por el corredor de la tercera vía para soñar con una izquierda que quiera al menos bañarse todos los días. En los azulejos las pegatinas desdibujadas dicen Que se vayan todos y como fondo, contra el techo, los nombres de los muertos del 19 y el 20. La biblioteca tiene nombre de muerto, la videoteca también tiene nombre de muerto. Desde las paredes nos custodian los ojos de los desaparecidos, me mira Julio López. Tengo que cocinar en estas condiciones. Un calor muy profundo, como fiebre, me sube desde la espalda, me trepa como una viborita zorra por la columna y se me aloja en las orejas que se me ponen rojas. Me toco la frente, intento recordar si por casualidad tengo un termómetro en mi mochila. No transpiro, nunca transpiro ni cuando hago ejercicio, no me purifico, me dice un hippie que me lee la mente. Hay birra, hay bicicleta, hay malabares, hay soga, hay cuerdas, hay cosas escrita con k, con x, con arroba y también hay cosas mál escritas (pero no puedo decir nada, a mi todos me corrigen las comas).

Me pongo a pelar nueces, que debe ser la tarea más ingrata por estúpida del mundo. Todos se llevan bien y están felices, en remera, con un aire de verano. Tengo un vestido nuevo que me compré la semana pasada y unas medias con un elástico asesino. No hay como las Silvana, no queda otra que invertir, de ahorrar no puedo ni hablar. No soy buena manejando el cuchillo y en cualquier movimiento errado me rebano un pedazo de dedo. Me atormenta la idea de ponerme a llorar en una asamblea a 10 años de ponerme a llorar en otra asamblea por otros motivos así que decido hacer un pacto conmigo misma. Si me corto un dedo no lloro, tampoco me salvo, lo tiro a la cocina, lo hago hervir en la olla comunitaria, cocina caníbal secreta le voy a poner. No estoy loca, pero se me confudieron los espacios temporales y nadie me sabe decir como son las cosas. Me empiezo a sentir ajena y le doy al cuchillo con más fuerza. Qué hago acá, diez años de análisis para no aprender a fugarme sin explicación más que el deseo. Qué hago acá, no tengo nada en contra de esta gente felíz pero ellos no sabe que ya estuve acá y que no hay tedio peor que la repetición.

Aparece un gato, es mágico, tiene un cascabel, está tan limpio y se mueve de un modo tan elegante, le falta hablar. Hace poco leí un libro que cuenta como un pibe se mete en el cuerpo de su gato. Le abre la panza como un cierre y se ilumina todo el lugar, intercambian cuerpos, el niño es gato y el gato se vuelve niño. Cuenta el niño que no hay sensación terrenal que iguale la suavidad de caminar en las cuatro patitas acolchadas del gato. Mientras sigo cortando noto como el gato me rodea las piernas y tintinea el cascabel. Ese cascabel del demonio parece una cacerola venida desde el tiempo, este gato es el DeLorean. Yo tengo miedo pero el gato no, el gato no me tiene miedo, el gato se alimenta de mi miedo. Se me quiere meter adentro, empiezo a pensar. Al lado mío cortan tomate, al lado mío cortan cebolla. Me largo a llorar, qué te pasa me pregunta una piba, nada, nada es la cebolla le digo, le miento, pero me cree. Me cree porque no le importa. Se me refriega el gato y le encajo una nuez en la cabecita. No responde. En esta incertidumbre feroz me pregunto si sobreviví al 127, si por casualidad hay chances de que el tren me pasara por arriba, por el costado, por adelante y por atrás y ahora estamos acá este gato y yo, el gato como mi medium a otra vida y yo perdida entre el 2002 y el 2012 vagando como un espíritu que no acepta la pérdida del cuerpo. Tengo tanta mala suerte de que me muero y me dejan en el verano del 2002, puede una persona en el más allá tener tanta mala suerte. Se detiene el gato, me detengo yo. Nos miramos, cobro valor, lo alzo con un movimiento rápido y me meto en el baño gato en brazos. Me lo pongo sobre la falda y le reviso la panza buscándole un cierre, la apertura de la luz del más allá, el nuevo mundo. El gatito ronronea y yo me doy cuenta que todo en esta vida se paga.

Estoy más paranoica que rockero drogadicto mantenido por la novia. Salimos con el gato del baño en silencio como tapando el cuerpo del delito. Vos gato no digas que me volviste loca y yo no voy a decir que te deje mear en el baño. Quedamos así. Y a la altura de la biblioteca yo tomo un camino y el gato toma otro. Escucho el crepitar de comida caliente en una olla y aparece alguien que me dice querés un mate. Me pregunto si acá toman mate con droga pero estoy jugadísima, vamos hasta el final.

El pibe que me ceba el mate debe tener 21 años, así que en el 2001 estaba como yo en el menemismo: en otra. Lo que para mí es el museo para él debe ser la resistencia, el aprendizaje, los que sobrevivieron, los que no bajaron los brazos. Debe estar acá para aprender, pienso, y me contesto vos también viniste acá para aprender, vivilla, viniste a aprender cocina ¿qué dice eso de vos? El pibe me habla, realmente es muy chiquito, me siento vieja, ajena y perdida. ¿Qué música escucha este pibe? Si es fan de Arbolito me abro las venas, mi sangre roja y negra salsa espesa de la cocina caníbal. Me dijo Gabi que sos música, me dice. Si, le digo, algo así. Qué tocas, me pregunta. Le contesto que varias cosas la guitarra, el teclado, sintetizador y batería de manera muy rudimentaria. Y leés partituras, me pregunta, mientras sigue cebando mate con yerba comprada en el comercio justo. Le contesto que no, que leía hace unos años algunas cosas muy básicas para piano pero que no, que ya no recuerdo mucho. Se ríe y no entiendo si le conté un chiste o está así alegre porque es joven. Me dice que él toca, que se fue a Jujuy y subiendo subiendo se terminó comprando un charango, que ahora tiene un grupo de improvisación. El toca el charango, un amigo toca el bombo y la novia de otro amigo rapea encima. Empieza con los pueblos orignarios, con los locos del Borda y con volver a las raíces. Se quiere ir a Perú de gira y le gustaría conocer Chile. Con una carpa y algo de plata esta bien, viajar tocando debe ser lo más, de grande quiere ser el Chango Spasiuk. Yo lo miro fijo y pienso en darle un bife como Pappo a Lucas Martí pero me contengo, violencia no, violencia no, violencia no me repito a mi misma. Tranquilidad, respiración, no lo juzgues que vos estuviste en el Bauen viendo a DIck el Demasiado.

Me fui. No vuelvo más, me dije, borrame de la historia. Me escondí detrás de un árbol y me pellizqué el brazo hasta dejarme roja me dolió tanto que decidí que estaba viva, en el futuro no hay dolor físico me dije, en el futuro hay placer. Empecé a soñar mientras volvía en el 112 y en la calle Griveo la realidad me golpeo plenamente y lo sentí, sentí todo lo que tengo para hacer, infinito, no puedo ver el final de lo que quiero entregar. Me volví a mi casa, comí mi comida, me liberé de mil cosas, internamente estoy prendida fuego, me ilumino con mi propia existencia, soy dueña de mi rabia, me respalda un apto físico, sueño todas las noches. Una amiga me dice tenés el pelo negro, no se contaminó con mechones blancos. No, le digo, jamás, siempre joven, siempre eterna.