¿Dónde están los muertos?
por Marina Garcés Spinoza decía aquello de que las personas libres no piensan en la muerte. Deleuze se hacía eco de ello. Y yo me lo había creído. Aunque, casi como todos, he sentido alguna vez la angustia de mi propia muerte y, sobre todo, el abismo inconsolable ante la sola idea de la muerte de aquellos que amo (especialmente, los hijos), de alguna manera me sé o me siento en la estela de Spinoza y de Deleuze y de su apuesta por una vida y un pensamiento libres de la sombra de la muerte. Lo que no se me había ocurrido pensar nunca es que no es lo mismo pensar en la muerte que pensar en los muertos, en aquello que no sabemos cómo será, si es que es algo, que en aquellos que ya han sido, que ya han sido, entre nosotros. Que los cuerpos muertos vuelven al ciclo de la vida, sea en la forma que sea, es la lección del materialismo ilustrado que muchos de nosotros, occidentales laicos, hemos interiorizado tan tranquilamente. Ni reencarnación de las almas, ni juicio final, ni cielo