Ministerio del Ocio y otros planes para hoy (segunda parte)
por Diego Maxi Posadas
"¿Qué lugar dejará la sociedad
futura al oficio que se ama, en el que se regocija quien lo ejerce?"
Revista Janus.
Martes 10 de
diciembre
Un fantasma recorre
Argentina, el fantasma de la democracia. Eso escribió
Sebastián, mi amigo, en su “muro”. Le digo desde aquí que una ocurrencia así
merece sus quince minutos de gloria en una pared palpable, real, callejera.
Quiero esas manchas de pintura en las manos del autor de este provocador remix
de Marx y Engels, con múltiples resonancias. Un fantasma es siempre una
promesa, una misión no del todo cumplida, el contorno de un alma sin cuerpo que
resiste olvidos, que no puede abandonar viejos sueños y viejas moradas. Hay
quien se asusta con los fantasmas, con el ruido de sus oxidadas cadenas sin
romper; hay quienes se asustan incluso de la palabra fantasma, prefieren no
usarla.
Ellos, los
fantasmas, también se asustan de nosotros. ¿Ellos? ¿Y si el fantasma de la
democracia somos nosotros?
Fantasmas todos,
asustados ante un espejo que no siempre da cuenta del conjunto. "No
exageremos", pide mi mujer, telepáticamente, desde la Plaza de Mayo,
atenta a las palabras de Cristina. Más tarde cantará el León su hermoso
villancico, ese otro himno que sabemos todos, y que pide “...que el dolor
no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo
sin haber hecho lo suficiente”. Bellas palabras, que suenan un tanto incómodas
bajo los efectos de un "Cordobazo de mal viaje" (así lo definió el
riojano Jorge Leiva) aún activos y pegando mal en otras provincias.
Tucumán arde, Chaco arde... y el ardor se propaga a otros feudos a la
velocidad de la luz (verde) de unos azules acuartelados.
Pero no nos
engañemos, es el mundo entero el que arde. Y no se trata aquí de juzgar o
premiar a los leones por hacerse eco o no de ardores ajenos. Festejar es
imperioso. Celebrar y no mostrar debilidad, ante un golpismo que acecha, nos
aconsejan. Gozar la fiesta programada, pase lo que pase, mueran los que mueran,
será un acto de prudencia, y hasta de resistencia. Yo respeto esas voces, pero
sigo pensando.
Si el fantasma de la
democracia somos nosotros, la pregunta no debería ir hacia afuera, ¿quién le
teme a la democracia?, ¿a quiénes asustamos cuando aparecemos?, sino hacia
adentro: ¿será que nos aterra no sabernos fantasmas, promesas?
Diciembre es nuestro
reino, el reino de los fantasmas de la democracia. Es el inmenso pesebre
viviente en donde nos movemos como ciegos por su casa. Cada pieza ya conoce el
lugar asignado, y allí se deja caer, confiando en el cuidado de unas manos (o
unas sombras) también muy obedientes. Pero, cualquier niña o niño lo sabe, con
tantos animales sueltos, ovejas y gallinas, burros cansados y altivos camellos,
reyes con tesoros, ¿a quién no le entran ganas de hacerse titiritero y salirse
por un rato del libreto?
Éste es el drama de diciembre y sus fantasmas. Una
histeria colectiva, un quiero pero no puedo, pero quiero, que se apacigua
con un sorbo de fresita. Las cadenas existen para eso, para que en medio de
estos titubeos el fantasma avance a paso lento. Si a los fantasmas de diciembre
“se le salta una tuerca” se viene el mundo abajo.
Miércoles 11 de
diciembre
Lo que indigna a los
cronistas de los saqueos es que la gente no lleva comida, rapiña lo que no
necesita. Con la “demos gracias” se come (¿no habrán oído bien?). Sí, se come,
ese ya no es el problema, pero sí el drama de nuestro fantasma: los espíritus
no lastran. Diciembre, santo mes de la comida, con sus largas mesas navideñas
en las que no puede faltar nada, ni una sola caloría, ni una nuez (menos un
ruido) es una muestra de ostentación que enfurece al fantasma. Tal vez es por
eso que aparece.
Tarde o temprano íbamos a descubrir que los bombos
y los parches del reclamo salarial sonaban más fuertes, más potentes, acaso más
convincentes, con la ayuda de la tonfa. Las manos invisibles que ayudaron a
salir de oscuros closets de comisarias argentinas a estos antiguos bastones de
defensa okinawense (también llamados tuifa, tunka o tonkwa), compañeros
inseparables de todo agente del orden global, les tenían preparada una nueva y
ruidosa misión. Tanto tiempo compartido en manifestaciones fueron la mejor
escuela de percusión, ya expertos en el aporreo de “zurdos” ellos
también ahora se sienten con derecho a hacer sonar los tambores
de la dignidad del pueblo trabajador. Pero con otro ritmo: paritarias
conquistadas a velocidad Record Guinness. No fue el desfile de orgullosas
tonfas al viento lo que logró un aumento del 50% en el salario del policía
cordobés. No se alcanza un premio así batiendo parches o improvisando
pancartas. Hay que desapuntar los rifles destinados al control social, liberar
ciertas zonas, para habilitar el diálogo, hay que invitar a la
comunidad toda a un banquete social de alto voltaje.
Flashback 1:
¿Qué fue del concepto “Zona Temporalmente Autónoma”? ¿Siguió aplicándose en
algún laboratorio social?
Pero no confundamos
sidra con champán, ni fresita con fernet. Este apriete eficaz, no fue un “alto
el fuego”, no fue una tregua a la represión social, sino su contracara.
Los fierros no descansan en paz, los fierros nunca dejan de apuntar a algún
lugar. Y si hay donde apuntar, se hace presente la tentación de gatillar.
Cualquier pibe lo sabe.
¿Juguemos en el Coto
mientras la gorra no está? Cuando un amigo se va. Hablando de amigos,
"¡eh, amigo, qué mirás!" Hagan la prueba: a un pibe, no importa de
qué barrio, le apuntas con un dedo a la cabeza y le decís “sacate la gorra”. Te
va a mirar feo. Distinto es que le digas, “che, re piola esa visera, ¿puedo
verla?” También te va a mirar feo, con toda la cara de malo de la que sea
él capaz, pero al rato la cosa tal vez pueda ir mejor. Es que “la gorra es para
el rati, las nuestras son viseras”, mejor sabelo. A mí me lo enseño un amigo,
un fantasmita de la democracia.
Lo cierto es que una
buena porción de la comunidad (¿organizada?, ¿no vigilada?) respondió como
debía, y acudió al festival de productos sin precios. ¿Sin precios? Ya suman varios muertos entre saqueadores y saqueados. Una jornada de lujuria consumista, a
vida o muerte, una liquidación (hablando con propiedad) a quemarropa. Civiles
armados hasta los dientes dispuestos a defender las mercancías, suyas y ajenas.
Una nueva fuerza bruta, autoconvocada. “Esa licuadora no es tuya”, gritará mi
vecino, cumpliendo el sueño del niño sheriff que todo jubilado lleva dentro, mi
portero parapolicía, mi hermano a punto de lincharme. De este western no se
sale.
Flashback 2:
¿Alguien recuerda hoy a aquel movimiento “revolucionario” barcelonés llamado
Yomango, que proponía un "sabotaje contra el Capital pasándoselo
pipa"? Nadie. Ni sus creadores: el sitio quedó freezado en 2007 y con él
la filosofía de la práctica yománguica.
Y es que tarde o
temprano todo pide un freezer. Y un aire acondicionado, y una Pelopincho nueva,
y... en diciembre más que nunca, al calor de sus deseos azuzados. Veo
freezers en hilera, aún envueltos en sus nylon protectores, quietos como ovejas
de lata al cuidado de un pastor alemán en una callecita cordobesa. No es
una alucinación, es la TV que me trae a casa esta postal del orden recuperado;
electrodomésticos desalojados de sus nuevos hogares, custodiados por los
cumpas de la fuerza, ya de vuelta a sus tareas. Relucientes y sin uso,
estos objetos parecen los pálidos rehenes de un absurdo poliladron a cara
descubierta: sí, hubo ingenuos que subieron a las redes sociales fotos de los
trofeos saqueados, con sus nombres y apellidos... La vanidad es un viaje de ida
y vuelta.
Lo que me alivia es
saber que ya hay plumas escribiendo, con mayor o menor lucidez, las
interpretaciones que nos ayudarán a entender estos hechos tan confusos, cuando
llegue el momento. Mientras tanto, mis días de asueto (¡balsámico!) indicados
por el cirujano me obligan a la calma y la lectura. Querida Janus 7, del
año 1966, “La Revolución del Tiempo Libre”,¿por donde andarás?