Kirchnerismo intuitivo
por
Diego Valeriano
La
política discute por arriba, pero las cosas genuinas pasan por los de abajo.
Sin lugar a dudas el infinito aumento de consumo de los sectores populares ha
reconfigurado de manera absoluta los modos de cómo intentar gobernar a las
poblaciones. El kirchnerismo ha intuido como nadie esto y sus cuadros más
avezados ensayan su mejor gestión.
Se
inyecta guita por abajo, amen de enfriar por arriba. Se tiene la ilusión de que
lo principal es discurrir sobre las cosas y que a las cosas se las conoce
cuanto más se habla de ellas. Pero sólo se comprende lo que puede reinventarse,
lo que puede entreverse. La intuición intenta reencontrar un movimiento y un
ritmo en el que se descomponen las relaciones, revivir la evolución creadora
insertándose en ella un poco de casualidad.
En
esta década la vieja gobernabilidad, aquella que producía exclusión social y
desamparados de la forma tradicional en que aun se sigue observando, fue
destruida desde abajo por las vidas runflas. El kirchnerismo, primero - de
mejor manera- y el primer cristinismo, después, surfearon de manera bastante
exitosa esta nueva realidad. Esto es
vivencia diaria para la inmensa población de la periferia.
Una
fuerza desde afuera arrasa lo que hasta ahora entendíamos. Esta fuerza que
destruye la organización tradicional capitalista vino justamente a fortalecer
al capitalismo. Lo ensanchó, lo ensució, lo volvió vital y singular. Centro y
periferia disputan formas y estilos. La transfiguración de los territorios se
aceleró hasta volverlos incomprensibles, inabarcables, inmensos. De tan anchos
entran todos y continúa la aceleración. Siempre desde abajo, hay una guerra por
el consumo. Se trata de la fase nueva y superior del capitalismo, de raigambre
popular y voraz.
Esta
guerra es parte de un proceso en disputa. Algunos interpretan el mismo proceso
que lleva al aumento del consumo como base de nuevas dependencias -siempre paga
bien ser anticonsumista. Siendo riguroso, estas nuevas dependencias existen.
Son nuevas formas inmanentes que sepultaron los valores de antaño. Así y todo, en
estos procesos se fortalece una vitalización de los pobres desde el consumo y
la violencia.
Esta
guerra, no se va a detener. Va a seguir explotando en cada esquina, en cada
diciembre. Sin que nadie tome enemigos. El combatiente dura esencialmente, dura
justamente porque elabora sin cesar lo nuevo y porque no hay elaboración sin
búsqueda, ni búsqueda sin tanteo. Ni combate sin cálculo. Las batallas de este
proceso de liberación son cotidianas y feroces. La confrontación crónica de los
pobres con el aparato represivo estatal (y privado) va en aumento y, por lo que
se avizora, no va a haber tregua alguna. La disputa es extendida y no se queda
donde los militantes quisieran: va más allá. Destroza análisis y confianzas
hasta llegar a lo personal. Advertir lo que puede el consumo es poner a
prueba la vida frente a lo que se vive como extraño.