Divagaciones para una defensa del pensamiento sin soporte
por Abel Gance
(este texto pertenece a Prisma:
apuntes de un cineasta,
editado este mes por Cactus - www.editorialcactus.com.ar)
El cuerpo es un efecto y no una causa; una causa ha precedido
entonces su creación, ¡y sin idea de causa!
Clave de la vida – encontrar los mejores medios de defender
esta idea, única boya posible.
Una creación del espíritu existe en suma en la única
posibilidad de su creación, por el hecho de que ella es “en potencia”. La
realización es una simple prueba objetiva y concreta.
La cosa concreta realizada deberá retomar el camino opuesto a
aquel desde donde ha partido para llegar al cerebro receptor. Este doble
camino, este ir y venir, ¿es útil?
¿No escribimos por una suerte de avaricia espiritual, porque
amamos ver relucir y vender las piezas de oro de nuestra inteligencia y los
diamantes de nuestra sensibilidad? ¿No es suficiente el pensamiento cuando fue
pensado? ¿No sería más grande nuestro silencio? ¿O no engendraría en el
taciturno un gesto más potente que todas las palabras?
Todo lo que es pensado y no escrito, no exteriorizado, debe
tener una influencia no tangible como la otra pero no menos potente. Y esto no
es orgullo por la máquina humana, idealismo de poeta. Todo lo que se hace, todo lo que se produce en el cerebro, no
tiene necesidad de ser fijado en el molde de una lengua o en las notas del
músico. Por el hecho mismo de que algo es concebido, ese algo existe y ya no
puede morir. Solo una potente intuitividad puede guiarme pues es difícil
explicar cómo el cerebro del genio que muere
puede dejar irradiar tras de sí lo que no ha escrito; y es no obstante lo
que aseguro con severidad. La energía puede existir sin substancia. Liberada
por la explosión, la energía del explosivo solo actúa a partir del segundo en
que este virtualmente ya no existe. ¿No pueden las ondas psíquicas redondear su
círculo tras la muerte sin otro soporte que la proyección de voluntad del
difunto en el Tiempo? Algunas
palabras de Novalis, y todo lo que él no me ha dicho explota en mi alma y la
ilumina. Un silencio de Boehme entre dos frases, y yo recorrí todo Aristóteles.
Nada se pierde, nada es
inútil, la llama de afuera y la del adentro. Un
gran pensador podrá permanecer toda su vida con la boca clavada en el mismo
lugar; la impresión y la grandeza de su pasaje ya no desaparecerán. No se
hablará de él, pero habrá ayudado a aquellos que hablan.
Maeterlinck, en su capítulo sobre el silencio, me parece
haber sido el que mejor sintió aquello que los grandes místicos habían
comprendido tan bien. Esos frutos dorados del silencio que el tiempo recolecta
para los hombres sin que estos se den cuenta.
En confirmación de lo que escribo, encuentro mucho más tarde
en Baudelaire:
Toda idea está dotada por sí misma de una vida inmortal, pues
la forma es independiente de la materia y no son las moléculas las que
constituyen la forma.
Esta idea me es cara. La cabeza de Victoria de Samotracia y
las manos de la Venus de Milo actúan sobre mí tanto como lo que queda de dichas
estatuas. Yo estoy casi seguro de que cuando un artista ha hecho su obra,
incluso si está es destruida antes de llegar a los ojos y al oído de los
hombres, no conserva menos por ello su indiscutible potencia oculta, invisible,
misteriosa. Es lo que hace que ciertas grandes ideas estén “en el aire”, como
se dice en algunas épocas. Nadie las ha exteriorizado todavía, ellas viven
dentro de los creadores, y ya actúan, de manera sorda.