Organizarse, resistir, crear… luchar para tumbar el capitalismo
(Notas sobre Adiós al capitalismo. Autonomía, sociedad
del buen vivir y multiplicidad de mundos, de Jerome Bachet)
por Mariano Pacheco
Publicado
recientemente en Argentina por la editorial Futuro Anterior, el libro del
economista y ensayista francés Jerome Bachet es un insumo teórico de vital
importancia para el pensamiento crítico contemporáneo.
El
autor parte de la experiencia zapatista –que conoce ampliamente, puesto que
vive en Chiapas desde hace más de quince años–, no para copiarla en otros
sitios, o tomarla como modelo, sino más bien para dar cuenta de que –como
sostenía la consigna del Foro Social Mundial– “Otro Mundo es Posible”. Lejos de
pensar que una práctica situada puede universalizarse, así sin
más, Baschet toma el convite zapatista para insistir en que, más allá
de la diversidad de experiencias que pugnan por un cambio en distintos sitios
del mundo –sobre todo en Latinoamérica– hay algo en común en muchas de estas
apuestas. Un síntoma, dicen los propios zapatistas, de que la política puede
hacerse y entenderse de otro modo.
Según Baschet,
uno de los desafíos contemporáneos es poder proyectar la construcción de una
organización no capitalista de la vida colectiva. En ese sentido, insistiendo
en no tomarlos como modelo, rescata del zapatismo su capacidad para aportar a
la construcción del autogobierno de las comunidades indígenas del suroeste
mexicano, como forma no estatal de organización social. Así y todo advierte:
“una forma política no puede analizarse independientemente de la realidad
social que pretende organizar, el mandar obedeciendo no podría pensarse en un
sistema caracterizado por una brutal asimetría social”. De allí que plantee
que, de lo que se trata, es de “ampliar la potencia del hacer fuera de los
circuitos de la economía” (del mercado).
Contraseñas
La
autonomía ha sido uno de los conceptos más importantes que emergieron (que se
recuperaron y resignificaron) en las luchas sociales argentinas que mostraron
su mayor potencia durante los años 2001-2002. Una palabra clave que, junto con
otras similares (como autogestión y autogobierno), permitieron comenzar a imaginar
y ensayar nuevas prácticas, y a realizar nuevas preguntas, que permitieran
esbozar algunas hipótesis teóricas por fuera o más allá de los cánones de los
teóricos revolucionarios del siglo XX. Baschet pone a la autonomía en
un lugar central de sus reflexiones, ayudando de este modo a que la militancia
Latinoamericana insista en no tomar nuevamente hoy –y desechar como se suele
hacer en cualquier moda– conceptos que pueden resultar de vital importancia
para el desarrollo de planteos contrahegemónicos.
Autonomía
como rechazo de cualquier tipo de dominación exterior (y por lo tanto, como
experiencia que es capaz de darse sus propias normas y organizarse por sí
misma) y autonomía como experimentación, que no deja de tener en cuenta el
vínculo con otros. Si las experiencias políticas más destacadas del último
cuarto de siglo mostraron algo con claridad, es que lejos de decrecer, sus
vínculos con otros las enriquecen, las potencian. Algo de esto parece ver el
autor, cuando diferencia las autonomías cerradas de las abiertas –como la
zapatista– que toman el vínculo con el otro como condición de su propia
existencia. En el caso zapatista, claro está, siempre hubo un intento, un
esfuerzo, una política de partir de los indígenas de Chiapas, para entablar un
diálogo e imaginar un camino común con el resto de los mexicanos y aún de
personas de todo el mundo que compartieran una manera similar de entender el
mundo y luchar por transformarlo. Imaginar no en el sentido idealista, sino en
la más firme convicción realista de que el futuro no puede derivarse más que
desde las experimentaciones políticas emprendidas ya desde hoy, o que partan
del “aquí y ahora”, como le gusta decir a Raúl Cerdeiras. “Sería, por lo tanto,
equivocado pretender definir de antemano los rasgos de la realidad poscapitalista,
pues su formación implicará la combinación imprevisible de múltiples dinámicas de
construcción colectiva”, puede leerse en uno de los tramos del libro.
Buen vivir
Una
de las hipótesis con la que nos encontramos en este libro es que, por el
desarrollo y la capacidad productiva alcanzada por la humanidad, los bienes y
servicios necesarios para la vida podrían ser elaborados, en la
actualidad, solo por una quinta parte de la población activa del planeta,
reduciendo así la jornada laboral a 12 o 16 horas semanales. Por supuesto, en
este esquema, todo un sobreconsumo podría ser eliminado en una sociedad
poscapitalista, en el que la definición de cuáles serían los bienes de uso
necesarios sería una decisión colectiva tomada luego de un profundo debate, en
un contexto en donde ya no se produciría para la ganancia, como en el
capitalismo.
En
los pasajes en donde el autor desarrolla estas ideas puede leerse algo que, al
parecer, se resiste a ser pensado en nuestras sociedades. Aun por las que se
vanaglorian de desarrollar “modelos progresistas”. Y es el abordaje del debate
en torno al consumo, y a la fabricación de necesidades –materiales y simbólicas–
que nos impone el capital. Por ejemplo, la fabricación masiva e indiscriminada
de automóviles, o las publicidades que contaminan nuestra subjetividad.
Baschet define
a un posible mundo poscapitalista como una sociedad caracterizada por el
“tiempo disponible”. De este modo, la emancipación no sería tanto del trabajo
frente al capital, sino más bien de la humanidad frente al trabajo. Este tipo
de sociedad se caracterizaría además por una “desespecialización generalizada”,
aunque no absoluta. Al abordar esta temática, Baschet realiza un
claro ejercicio de “honestidad intelectual”, en tanto que a la vez que plantea
–retomando un importante tópico marxista– que la sociedad poscapitalista tenderá
a ir eliminando las jerarquías establecidas entre el trabajo intelectual y
manual y se basará en la igualdad y respeto por la diversidad de géneros,
también asume que los modos de entender los vínculos entre los sujetos no puede
sino ser parte de un amplio debate y que, aun en el más igualitario de los
mundos, habrá tareas “especializadas” que deberán mantenerse. Y pone como
ejemplo la salud y el desarrollo científico. Eso sí, las definiciones
ocupaciones seguramente se definan más por una auténtica vocación que por
“conveniencias” económicas o sociales. Nuevamente cercano a ciertos planteos de
Karl Marx, Baschet argumenta que cada uno podría, “sucesiva y
simultáneamente”, realizar distinto tipo de tareas, dejando a un lado las
clasificaciones y jerarquías que conocemos en la actualidad.
En
este marco, Baschet rescata el “Buen vivir” (sumak kawsay, del
quechua), concepto en pleno proceso de elaboración, construcción colectiva de
los pueblos amerindios que, a su vez, critica la ideología del progreso y el
desarrollo y busca una armonía entre los seres vivos (humanos y no humanos) con
la madre tierra.
Espacios liberados
Uno
de los tramos que resultan más interesantes en el libro –al menos a los ojos de
este cronista– es la conceptualización que Baschet realiza sobre los
“espacios liberados”. A diferencia del “territorio liberado” planteado por las
guerrillas del siglo XX –planteo claramente conceptualizado en Argentina por el
dirigente máximo del Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército
Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), Mario Roberto Santucho, en su texto
titulado Poder burgués, poder
revolucionario– los espacios liberados no se enmarcan en un avance de la
periferia al centro –del campo a la ciudad, en la “tesis maoísta” – en una
estrategia centrada en la toma del poder del Estado, puesto que los zapatistas –punto
de partida en las reflexiones del autor– tienen allí su mayor ruptura con los
procesos revolucionarios del siglo pasado, al plantear que ellos –en tanto EZLN–
no pretenden “tomar el poder”, sino ser parte –una parte– de un gran movimiento
que garantice que, quien mande, lo haga obedeciendo al pueblo. En el caso del
autogobierno de las comunidades indígenas, se sabe, el EZLN se fue retirando de
las funciones de dirección, para dar espacio al componente “civil-democrático
–las comunidades– y aun de su rol de “vigía”, al pasar esa función a las “bases
de apoyo”. Así, la estructura militar se concibe más como “retaguardia” y
“garante”, como “elemento dinamizador” que como vanguardia o dirección del proceso.
Por eso, desde esta concepción –como sostiene Baschet– “si reconocemos que
no existe una única vía ni tampoco una única manera legítima de concebir la
lucha, se abre la posibilidad de combinar varios frentes y de hacerle su lugar
tanto a la multiplicidad de experimentaciones como a la inventiva de formas de
compromiso antisistémico, desde las más modestas hasta las más radicales”. Una
de esas experimentaciones, de esos procesos “iniciados ya desde ahora” son
los espacios liberados, que recuperan “el arte de hacer comunidad”. El autor
los valora, entre otras cosas, porque fortalecen “formas de vida” sostenidas en
el “reconocimiento mutuo”, la “confianza y gratuidad”, la “resolución
colectiva” de los problemas comunes, además de fortalecer “contraconductas”,
promover la cooperación y frenar la competencia típica de las relaciones
sociales capitalistas. Son espacios que se proponen combatir el “enemigo
interno” de los movimientos (subjetividad y valores sistémicos) y promueven un
intercambio dialógico entre sus integrantes. Por su puesto,
apunta Baschet, estos espacios “nunca son totalmente libres”, sea porque
son atacados desde afuera o porque se debilitan desde adentro.
De allí que sea necesario construir y resistir, pero también luchar “contra”
(el sistema). El argumento es sencillo, pero no por eso menos valioso. El autor
destaca que, en este momento de desarrollo del capitalismo, los embates del
capital van “por los territorios y los recursos naturales”. De allí que la
extensión de los “espacios liberados” necesite de la “reapropiación de las
capacidad productivas, de territorios y recursos comunes”. Y para ello se
requiere de “fuerza” para lograrlo. Lejos de quienes romantizan al
zapatismo, Baschet da cuenta de que la experiencia civil-democrática
que se ha gestado en Chiapas, reposa sobre las armas de una guerrilla que,
aunque no sea ofensiva y salga a atacar fuera de sus territorios, tiene la
capacidad material para defenderlos. Otros ejemplos de “fuerza” rescatados por
el autor son los “procesos insurreccionales de masas”, entre los que menciona
el “diciembre de 2001” argentino y las “guerras bolivianas” (del gas y del
agua, en 2000 y 2003), que frenaron o pusieron en jaque procesos
privatizadores. Para finalizar, insiste: “si no quieren perder su dimensión
anticapitalista, los espacios liberados no pueden preocuparse solo por su
construcción”.
Bschet
no lo menciona, pero la “articulación continental de los movimientos sociales
hacia el ALBA quizá sea una de esas instancias de articulación, desde abajo y a
la izquierda, que las fuerzas populares latinoamericanas vienen construyendo, a
paso lento, pero no por ello con menos fervor.
Podrán
ponerse seguramente otros ejemplos. Como sea, no quisiera terminar estas líneas
sin dejar de mencionar que, al menos a los ojos de quien escribe, resulta al
menos llamativo que el autor no aborde la situación de los movimientos sociales
y políticos urbanos y sus desafíos, pero
sobre todo, que prácticamente no mencione o no tenga en cuenta al denominado
movimiento obrero, y sus organizaciones sindicales. Pasado ya cierto auge de
“los fines” (de la historia, de las ideologías, etcétera, etcétera), no parece
una tarea menor la de ponerse a pensar en las dificultades que, en todo el
mundo, han tenido las experiencias que pugnan por un cambio para desarrollar
una importante capacidad de organización y movilización entre los trabajadores
asalariados. Quizás el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de
Brasil haya sido una de las organizaciones que más ha reflexionado en los
últimos años sobre esta dificultad, y sobre los desafíos que se les impone a
las expresiones que han logrado desarrollar importantes niveles de autonomía en
el campo, para proyectar un trabajo articulado con las experenias urbanas en
general, y sindicales en particular. Y si no existen, ayudar a que surjan, en
el camino por cambiar las relaciones de fuerza en la sociedad, y avanzar en
cambios profundos para todo un país.
Por
último, tal vez como antídoto a los “festejos desmedidos” (casi siempre a la
distancia), Baschet combina audacia con prudencia. Así parece dejarlo en claro
cuando sostiene que, al analizar las “Juntas de Buen Gobierno” de los pueblos
zapatistas, no hay que dejar de tener en cuenta que su existencia y perennidad
se debe al EZLN, “una estructura militar de la que nadie, ni siquiera su
portavoz histórico”, pretendió nunca ocultar su “inevitable verticalidad”. De
allí que invite a pensar esa apuesta más como “articulación entre
horizontalidad y verticalidad” que como un “cielo terrenal”.
El
desafío está planteado. Más allá de las respuestas, parece que las preguntas
sobre cómo tumbar el capitalismo y construir otro tipo de sociedad se han
comenzado a plantear nuevamente por aquí y por allá. No será el comunismo, pero
un fantasma que pugna por crear nuevas políticas emancipatorias, capaces de
organizar de otro modo el mundo, está comenzando extenderse. Ya no quizás con
su centro en Europa, sino –y sobre todo- en Latinoamérica. Algunos lo llaman
socialismo del XXI. Otros se resisten a utilizar viejas categorías para nuevas
realidades. Como sea, la “invariante igualitaria”, o la “hipótesis comunista”
–al decir de Alain Badiou– exige ser reactualizada nuevamente. Y el libro de
Baschet es un claro convite en ese sentido.Organizarse, resistir,
crear… luchar para tumbar el capitalismo.
(Notas sobre Adiós al capitalismo. Autonomía, sociedad
del buen vivir y multiplicidad de mundos, de Jerome Bachet).
por Mariano Pacheco
Publicado
recientemente en Argentina por la editorial Futuro Anterior, el libro del
economista y ensayista francés Jerome Bachet es un insumo teórico de vital
importancia para el pensamiento crítico contemporáneo.
El
autor parte de la experiencia zapatista –que conoce ampliamente, puesto que
vive en Chiapas desde hace más de quince años–, no para copiarla en otros
sitios, o tomarla como modelo, sino más bien para dar cuenta de que –como
sostenía la consigna del Foro Social Mundial– “Otro Mundo es Posible”. Lejos de
pensar que una práctica situada puede universalizarse, así sin
más, Baschet toma el convite zapatista para insistir en que, más allá
de la diversidad de experiencias que pugnan por un cambio en distintos sitios
del mundo –sobre todo en Latinoamérica– hay algo en común en muchas de estas
apuestas. Un síntoma, dicen los propios zapatistas, de que la política puede
hacerse y entenderse de otro modo.
Según Baschet,
uno de los desafíos contemporáneos es poder proyectar la construcción de una
organización no capitalista de la vida colectiva. En ese sentido, insistiendo
en no tomarlos como modelo, rescata del zapatismo su capacidad para aportar a
la construcción del autogobierno de las comunidades indígenas del suroeste
mexicano, como forma no estatal de organización social. Así y todo advierte:
“una forma política no puede analizarse independientemente de la realidad
social que pretende organizar, el mandar obedeciendo no podría pensarse en un
sistema caracterizado por una brutal asimetría social”. De allí que plantee
que, de lo que se trata, es de “ampliar la potencia del hacer fuera de los
circuitos de la economía” (del mercado).
Contraseñas
La
autonomía ha sido uno de los conceptos más importantes que emergieron (que se
recuperaron y resignificaron) en las luchas sociales argentinas que mostraron
su mayor potencia durante los años 2001-2002. Una palabra clave que, junto con
otras similares (como autogestión y autogobierno), permitieron comenzar a imaginar
y ensayar nuevas prácticas, y a realizar nuevas preguntas, que permitieran
esbozar algunas hipótesis teóricas por fuera o más allá de los cánones de los
teóricos revolucionarios del siglo XX. Baschet pone a la autonomía en
un lugar central de sus reflexiones, ayudando de este modo a que la militancia
Latinoamericana insista en no tomar nuevamente hoy –y desechar como se suele
hacer en cualquier moda– conceptos que pueden resultar de vital importancia
para el desarrollo de planteos contrahegemónicos.
Autonomía
como rechazo de cualquier tipo de dominación exterior (y por lo tanto, como
experiencia que es capaz de darse sus propias normas y organizarse por sí
misma) y autonomía como experimentación, que no deja de tener en cuenta el
vínculo con otros. Si las experiencias políticas más destacadas del último
cuarto de siglo mostraron algo con claridad, es que lejos de decrecer, sus
vínculos con otros las enriquecen, las potencian. Algo de esto parece ver el
autor, cuando diferencia las autonomías cerradas de las abiertas –como la
zapatista– que toman el vínculo con el otro como condición de su propia
existencia. En el caso zapatista, claro está, siempre hubo un intento, un
esfuerzo, una política de partir de los indígenas de Chiapas, para entablar un
diálogo e imaginar un camino común con el resto de los mexicanos y aún de
personas de todo el mundo que compartieran una manera similar de entender el
mundo y luchar por transformarlo. Imaginar no en el sentido idealista, sino en
la más firme convicción realista de que el futuro no puede derivarse más que
desde las experimentaciones políticas emprendidas ya desde hoy, o que partan
del “aquí y ahora”, como le gusta decir a Raúl Cerdeiras. “Sería, por lo tanto,
equivocado pretender definir de antemano los rasgos de la realidad poscapitalista,
pues su formación implicará la combinación imprevisible de múltiples dinámicas de
construcción colectiva”, puede leerse en uno de los tramos del libro.
Buen vivir
Una
de las hipótesis con la que nos encontramos en este libro es que, por el
desarrollo y la capacidad productiva alcanzada por la humanidad, los bienes y
servicios necesarios para la vida podrían ser elaborados, en la
actualidad, solo por una quinta parte de la población activa del planeta,
reduciendo así la jornada laboral a 12 o 16 horas semanales. Por supuesto, en
este esquema, todo un sobreconsumo podría ser eliminado en una sociedad
poscapitalista, en el que la definición de cuáles serían los bienes de uso
necesarios sería una decisión colectiva tomada luego de un profundo debate, en
un contexto en donde ya no se produciría para la ganancia, como en el
capitalismo.
En
los pasajes en donde el autor desarrolla estas ideas puede leerse algo que, al
parecer, se resiste a ser pensado en nuestras sociedades. Aun por las que se
vanaglorian de desarrollar “modelos progresistas”. Y es el abordaje del debate
en torno al consumo, y a la fabricación de necesidades –materiales y simbólicas–
que nos impone el capital. Por ejemplo, la fabricación masiva e indiscriminada
de automóviles, o las publicidades que contaminan nuestra subjetividad.
Baschet define
a un posible mundo poscapitalista como una sociedad caracterizada por el
“tiempo disponible”. De este modo, la emancipación no sería tanto del trabajo
frente al capital, sino más bien de la humanidad frente al trabajo. Este tipo
de sociedad se caracterizaría además por una “desespecialización generalizada”,
aunque no absoluta. Al abordar esta temática, Baschet realiza un
claro ejercicio de “honestidad intelectual”, en tanto que a la vez que plantea
–retomando un importante tópico marxista– que la sociedad poscapitalista tenderá
a ir eliminando las jerarquías establecidas entre el trabajo intelectual y
manual y se basará en la igualdad y respeto por la diversidad de géneros,
también asume que los modos de entender los vínculos entre los sujetos no puede
sino ser parte de un amplio debate y que, aun en el más igualitario de los
mundos, habrá tareas “especializadas” que deberán mantenerse. Y pone como
ejemplo la salud y el desarrollo científico. Eso sí, las definiciones
ocupaciones seguramente se definan más por una auténtica vocación que por
“conveniencias” económicas o sociales. Nuevamente cercano a ciertos planteos de
Karl Marx, Baschet argumenta que cada uno podría, “sucesiva y
simultáneamente”, realizar distinto tipo de tareas, dejando a un lado las
clasificaciones y jerarquías que conocemos en la actualidad.
En
este marco, Baschet rescata el “Buen vivir” (sumak kawsay, del
quechua), concepto en pleno proceso de elaboración, construcción colectiva de
los pueblos amerindios que, a su vez, critica la ideología del progreso y el
desarrollo y busca una armonía entre los seres vivos (humanos y no humanos) con
la madre tierra.
Espacios liberados
Uno
de los tramos que resultan más interesantes en el libro –al menos a los ojos de
este cronista– es la conceptualización que Baschet realiza sobre los
“espacios liberados”. A diferencia del “territorio liberado” planteado por las
guerrillas del siglo XX –planteo claramente conceptualizado en Argentina por el
dirigente máximo del Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército
Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), Mario Roberto Santucho, en su texto
titulado Poder burgués, poder
revolucionario– los espacios liberados no se enmarcan en un avance de la
periferia al centro –del campo a la ciudad, en la “tesis maoísta” – en una
estrategia centrada en la toma del poder del Estado, puesto que los zapatistas –punto
de partida en las reflexiones del autor– tienen allí su mayor ruptura con los
procesos revolucionarios del siglo pasado, al plantear que ellos –en tanto EZLN–
no pretenden “tomar el poder”, sino ser parte –una parte– de un gran movimiento
que garantice que, quien mande, lo haga obedeciendo al pueblo. En el caso del
autogobierno de las comunidades indígenas, se sabe, el EZLN se fue retirando de
las funciones de dirección, para dar espacio al componente “civil-democrático
–las comunidades– y aun de su rol de “vigía”, al pasar esa función a las “bases
de apoyo”. Así, la estructura militar se concibe más como “retaguardia” y
“garante”, como “elemento dinamizador” que como vanguardia o dirección del proceso.
Por eso, desde esta concepción –como sostiene Baschet– “si reconocemos que
no existe una única vía ni tampoco una única manera legítima de concebir la
lucha, se abre la posibilidad de combinar varios frentes y de hacerle su lugar
tanto a la multiplicidad de experimentaciones como a la inventiva de formas de
compromiso antisistémico, desde las más modestas hasta las más radicales”. Una
de esas experimentaciones, de esos procesos “iniciados ya desde ahora” son
los espacios liberados, que recuperan “el arte de hacer comunidad”. El autor
los valora, entre otras cosas, porque fortalecen “formas de vida” sostenidas en
el “reconocimiento mutuo”, la “confianza y gratuidad”, la “resolución
colectiva” de los problemas comunes, además de fortalecer “contraconductas”,
promover la cooperación y frenar la competencia típica de las relaciones
sociales capitalistas. Son espacios que se proponen combatir el “enemigo
interno” de los movimientos (subjetividad y valores sistémicos) y promueven un
intercambio dialógico entre sus integrantes. Por su puesto,
apunta Baschet, estos espacios “nunca son totalmente libres”, sea porque
son atacados desde afuera o porque se debilitan desde adentro.
De allí que sea necesario construir y resistir, pero también luchar “contra”
(el sistema). El argumento es sencillo, pero no por eso menos valioso. El autor
destaca que, en este momento de desarrollo del capitalismo, los embates del
capital van “por los territorios y los recursos naturales”. De allí que la
extensión de los “espacios liberados” necesite de la “reapropiación de las
capacidad productivas, de territorios y recursos comunes”. Y para ello se
requiere de “fuerza” para lograrlo. Lejos de quienes romantizan al
zapatismo, Baschet da cuenta de que la experiencia civil-democrática
que se ha gestado en Chiapas, reposa sobre las armas de una guerrilla que,
aunque no sea ofensiva y salga a atacar fuera de sus territorios, tiene la
capacidad material para defenderlos. Otros ejemplos de “fuerza” rescatados por
el autor son los “procesos insurreccionales de masas”, entre los que menciona
el “diciembre de 2001” argentino y las “guerras bolivianas” (del gas y del
agua, en 2000 y 2003), que frenaron o pusieron en jaque procesos
privatizadores. Para finalizar, insiste: “si no quieren perder su dimensión
anticapitalista, los espacios liberados no pueden preocuparse solo por su
construcción”.
Bschet
no lo menciona, pero la “articulación continental de los movimientos sociales
hacia el ALBA quizá sea una de esas instancias de articulación, desde abajo y a
la izquierda, que las fuerzas populares latinoamericanas vienen construyendo, a
paso lento, pero no por ello con menos fervor.
Podrán
ponerse seguramente otros ejemplos. Como sea, no quisiera terminar estas líneas
sin dejar de mencionar que, al menos a los ojos de quien escribe, resulta al
menos llamativo que el autor no aborde la situación de los movimientos sociales
y políticos urbanos y sus desafíos, pero
sobre todo, que prácticamente no mencione o no tenga en cuenta al denominado
movimiento obrero, y sus organizaciones sindicales. Pasado ya cierto auge de
“los fines” (de la historia, de las ideologías, etcétera, etcétera), no parece
una tarea menor la de ponerse a pensar en las dificultades que, en todo el
mundo, han tenido las experiencias que pugnan por un cambio para desarrollar
una importante capacidad de organización y movilización entre los trabajadores
asalariados. Quizás el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de
Brasil haya sido una de las organizaciones que más ha reflexionado en los
últimos años sobre esta dificultad, y sobre los desafíos que se les impone a
las expresiones que han logrado desarrollar importantes niveles de autonomía en
el campo, para proyectar un trabajo articulado con las experenias urbanas en
general, y sindicales en particular. Y si no existen, ayudar a que surjan, en
el camino por cambiar las relaciones de fuerza en la sociedad, y avanzar en
cambios profundos para todo un país.
Por
último, tal vez como antídoto a los “festejos desmedidos” (casi siempre a la
distancia), Baschet combina audacia con prudencia. Así parece dejarlo en claro
cuando sostiene que, al analizar las “Juntas de Buen Gobierno” de los pueblos
zapatistas, no hay que dejar de tener en cuenta que su existencia y perennidad
se debe al EZLN, “una estructura militar de la que nadie, ni siquiera su
portavoz histórico”, pretendió nunca ocultar su “inevitable verticalidad”. De
allí que invite a pensar esa apuesta más como “articulación entre
horizontalidad y verticalidad” que como un “cielo terrenal”.
El
desafío está planteado. Más allá de las respuestas, parece que las preguntas
sobre cómo tumbar el capitalismo y construir otro tipo de sociedad se han
comenzado a plantear nuevamente por aquí y por allá. No será el comunismo, pero
un fantasma que pugna por crear nuevas políticas emancipatorias, capaces de
organizar de otro modo el mundo, está comenzando extenderse. Ya no quizás con
su centro en Europa, sino –y sobre todo- en Latinoamérica. Algunos lo llaman
socialismo del XXI. Otros se resisten a utilizar viejas categorías para nuevas
realidades. Como sea, la “invariante igualitaria”, o la “hipótesis comunista”
–al decir de Alain Badiou– exige ser reactualizada nuevamente. Y el libro de
Baschet es un claro convite en ese sentido.