Políticas de la conversación

(sobre Consignas, de Cabezas y Miguel Valderrama)
por Pablo Pérez Wilson


Este libro propone a la conversación como forma de reflexión que extiende los límites de lo cotidiano. Quiere desnaturalizar las compartimentaciones del lenguaje académico y a la vez desatar un conjunto de nodos teóricos para problematizar el presente. La composición del libro tiene un aire de familia que cruza, entre muchas otras instancias, desde la influyente y recientemente revivida revista de crítica argentina El ojo mucho a la colección de libros y cuadernos La invención y la herencia editada a mediados de los noventa por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Universidad ARCIS en Santiago. Publicaciones en que la forma conversación adquirió protagonismo para hacer más fluida la trayectoria conversatoria del café y el pasillo universitario a la página impresa. Su objetivo era desjerarquizar la reflexión en común.

La principal virtud formal del libro consiste en la integración entre su composición, en este caso una conversación, y el conjunto de problemas que se interrogan. Hay una decidida comunalidad entre el estilo impredecible de la conversación y la reconstrucción crítica de la historia de la izquierda como telón temático del texto. No es casual que la preocupación por el lenguaje y los modos de transmisión sean tan relevantes a la hora de evaluar las limitaciones de las tradiciones políticas asociadas al cambio social. Consignas pregunta precisamente por las inflexiones de las lenguas de la izquierda. Evalúa su actualidad y propone caminos para su reinvención.

Consignas se divide en diez secciones, una advertencia y un prefacio escrito por Alejandro Kaufman. Cada sección lleva por título una palabra: conversación, militancia, democracia, política, resistencias, soberanía, izquierda, emancipación, revolución y comunismo. Oscar Ariel Cabezas y Miguel Valderrama son los conversadores. Las palabras no se definen, como lo hace una persistente fiebre por los diccionarios y enciclopedias, sino que se enmarcan e interrogan. La conversación entra a veces de modo lateral y otras frontálmente a oposiciones, puntos encontrados y polémicas. El guión está prestablecido más en la forma que en los alcances temáticos; el libro retorna sobre sí mismo sabiendo que hay conexiones profundas entre cada palabra. Hay una importante amplitud y libertad de acción. Se construyen múltiples narrativas que saltan y discurren sin ataduras. El resultado es un estilo de composición singular donde se alterna polémica, revisión crítica e imaginación.

Hay una alianza entre la reflexión cotidiana como espacio de pensamiento y dichas publicaciones y grupos con las que se quiere entrar en diálogo y en cierta medida homenajear. Por eso Consignas no es una entrevista mutua sino una amistad en lecturas. No es un libro escrito a cuatro manos unificado bajo dos firmas sino un conjunto de recortes intersectados por diferentes tonalidades e intensidades. Tampoco es un estado de cuentas de un conjunto de debates más bien una apuesta por radicalizar lo pensado. Consignas enmarca una política de la lengua capaz de intersectar voces, lecturas y trayectorias vitales.

Cabezas y Valderrama formaron parte del ambiente generado desde mediados de la década del noventa en la Universidad ARCIS. Ambos fueron integrantes del CIS, sus grupos de trabajo y publicaciones. Allí también trabajaron, entre otros, académicos como Tomás Vasconi, Gabriel Salazar, Jacques Chonchol, Tomás Moulian, Hugo Fazio, Orlando Caputo, Carlos Ossandón, Eduardo Santa Cruz, Pablo Oyarzún, Willy Thayer y Federico Galende. De forma paralela integraron la atmósfera de la Revista de Crítica Cultural y el Diplomado de Crítica Cultural dirigidos por Nelly Richard. Más recientemente de la Escuela Latinoamericana de Postgrado y del Magister en Estudios Culturales en ARCIS. Sería ingenuo no ver la deuda que ambos autores mantienen con ese momento de mediados y fines de los noventa.

Consignas es también un recorrido subterráneo por las propias trayectorias de sus autores. Cabezas publicó en el mismo sello editorial Postsoberanía: Literatura, política y trabajo (2013). Valderrama es conocido por su labor en la Editorial Palinodia en Santiago y la autoría indivual de los siguientes títulos: Posthistoria, historiografía y comunidad (2005), Heródoto y lo insepulto (2006), Modernismos historiográficos: Artes visuales, postdictadura, vanguardias (2008), La aparición paulatina de la desaparición en el arte (2009) y Heterocriptas: Fragmentos de una historia del secreto, 2 (2011). A estos habría que sumarles un número no menor de libros editados de forma independiente por ambos autores en diversos sellos en Chile. Los temas de Consignas no son ajenos a este cúmulo creciente de trabajo editorial.

Uno de los elementos más relevantes del ánimo organizativo de Consignas está en el orden de aparición de sus palabras secciones, en sus fluctuaciones y giros. Ejemplo es la decidida cercanía semántica entre conversación y comunismo, el comienzo y cierre del libro. Consignas nos recuerda que toda conversación parte en un lugar intermedio, de algún modo toda conversación continúa, viene de otro lado, recuerda y activa un encuentro, un tiempo otro. Por eso no hay cierre, no hay conclusión posible, solamente invitación y provocación. Conversación y comunismo entran en contacto en la generación colectiva de una lengua común que ya es posible reconocer en los movimientos de protesta contra el tardo capitalismo que irrumpen por todo el planeta. Cabezas y Valderrama no pretenden dar voz a dichos movimientos sino participar en su construcción colectiva. De allí que el principal acierto del libro sea precisamente alzar y recordarnos la importancia de la consigna como tal.

Pero el libro no puede armarse sin detenerse en las limitaciones y fallos de la historia de consignas quebradas. De la tensión entre herencia y la desherencia emerge la cuestión de la crisis: “La crisis de la izquierda es la crisis de sus consignas, es la crisis o marchitamiento de su lenguaje” (16). El libro marca una diferencia con la conocida y muchas veces unidemensional insistencia en la crisis de la izquierda al performar una salida posible: convoca a dos voces para relanzar una política de lo común. La palabra crisis, que bien podría ser una de las diez palabras en cuestión, atraviesa segmentos importantes de la conversación. Un acierto es que la crisis no esté en el centro sino siendo ya desplazada. La valencia negativa de la palabra crisis, tan cara a Husserl, Koselleck y Cacciari, queda desmagnetiza de la inercia derrotista. De allí que se recurra a los debates contemporáneos en torno a la subjetivación y el paso al acto como problemas ineludibles para la recomposición de una política de izquierda. Con todo, Consignas no es un programa para la acción. Es más bien una forma de imaginación y pensamiento.

Hegemonía, como crisis, es otra palabra omnipresente. Bien podría haber sido una de las individualizadas como palabra sección. El libro recurre en diversas oportunidades al giro gramsciano y la recuperación de la teoría de la hegemonía en América Latina. La diversidad de aproximaciones y el completo panorama que entrega Consignas demuestra que no es indiferente a las sutilezas e ironías de dicho itinerario. De allí que se comente de forma casi obligada su reciente boom en las teorizaciones de la así llamada “marea rosada” y también en círculos de la academia anglófona. Hay distancia y crítica pero también perspectiva. El libro revisita las tensiones del ciclo abierto desde su recuperación a mediados de los ochenta pasando por el fin de las dictaduras, la instalación del neoliberalismo y los movimientos en respuesta a la crisis económica del 2008. Con justicia José Aricó, Ernesto Laclau y Álvaro García Linera son los nombres que más retornan. Consignas también muestra que el trasfondo de este mapeo es la crítica a la así llamada “renovación socialista” y su asociación con la “transitología sociológica” especialmente en el cono sur. No por nada también recurren los nombres de Tomás Moulian y Norbert Lechner.

Un punto de clara disonancia es precisamente el resurgirmiento de la palabra comunismo en debates académicos en Europa y Estados Unidos. Consignas en su conjunto no deja de ser, a su modo, una respuesta a dicho resurgimiento. Como tampoco es indiferente a la persistencia “latinoamerica” del nombre comunismo. Sin embargo, buena parte de este punto de contención son las diferentes tomas de posición sobre un conjunto de cuestiones que habría que diferenciar. Por un lado está la profusa difusión y redescubrimiento de la filosofía de Alain Badiou especialmente en círculos de la academia estadounidense. Su vertiginoso éxito editorial está claramente en desface con la anterior, aunque restringida, diseminación en América Latina donde se lo tradujo y discutió desde sus primeros trabajos en la década del sesenta. Recordar que la traducción castellana de El ser y el acontecimiento precede en varios años a la inglesa. Por otro lado están las conferencias y luego libros sobre la idea del comunismo motivadas por el mismo Badiou y organizadas por Slavoj Žižek y la editorial Verso en Nueva York, Londres y Seúl. Casi en paralelo la propia Verso sacó una colección de libros de intervención todavía activa titulada “Pocket Communism”. En castellano muchos de estos libros han sido traducidos por Ediciones Akal.

Consignas se adhire no a dicha oleada sino a la serie de problemas que nombra. Valderrama: “debemos mantener cierta activa indiferencia ante este nuevo retorno del comunismo” (145). Cabezas: “La palabra comunismo, en cualquier caso, es irrenunciable en la medida en que ella trama la condición de imposibilidad de un otro modo que del capitalismo” (147). ¿Cómo habría que entender esta tensión sin simplificarla a la falsa opisición entre optimismo y cautela? La respuesta viene de un diagnóstico que tal vez sea la interrogante central de Consignas, la formula Valderrama:

“En el espacio de nuestras discusiones académicas la lógica posicional y de transmisión que parece autorizar la consigna da lugar a una pregunta que se modula aquí y allá con cierta insistencia. ¿Es propio de la izquierda movilizar la consigna de retorno al comunismo desde un pathos del desamparo, la desesperación y el mesianismo? ¿Es posible un retorno al comunismo sin marxismo, sin partido, sin clases?” (151).

En esa crítica no solamente está contenida una sospecha con las dinámicas de mercado de la academia estadounidense. También presenta explícitamente un límite de la consigna. Este consiste en la sospecha por el anudamiento de la consigna-comunismo con su aparataje conceptual-partidario. Si se insiste en este límite no es para recordarnos, otra vez, que es uno de las grandes bloqueos de la imaginación de la izquierda. Al contrario, ahora creando una consigna: “Todo vale en la medida que contribuya a la política des/apropiadora de lo común” (156). Puede que allí se encuentre el punto de inflexión de Consignas: en haber generado una respuesta a su propia crisis.

Las palabras convocadas cruzan diagonalmente un conjunto de experiencias políticas que marcaron el siglo veinte. De allí que se recurra a claves que resuenan con una multiplicidad de sentidos en el horizonte de reflexión y acción de la política. Al mismo tiempo estas palabras apuntan a sintonizar con un presente que las redefine, un presente que intenta encontrar vías de salida a las perpetuas despedidas del mismo siglo. Consignas activamente imagina las posibilidades de un pensar en común como parte de una política de transformación. Dicho pensar encuentra y genera sus consignas: “militar significa participar del movimiento real de lo común” (38). De forma paralela el libro no evita enfrentar puntos de tensión o generar contraconsingas: “Se militaba a favor del futuro, se tomaba partido por lo nuevo. Es justamente esa razón de militancia la que se encuentra en ruinas hoy” (41). Esta tensión que atraviesa el libro abre una modulación y tonalidad en el texto, aloja sus objetivos en un punto a veces intermedio entre la suspensión y la osadía. Es un impulso que se podría denominar de consignación: una señalamiento que niega lo existente y a la vez afirma su potencia transformadora.

Como el anterior Consignas tiene otros puntos de contensión entre sus interlocutores. Aunque en esta oportunidad se puede destacar un resultado diferente. La discrepancia es en torno a la noción de guerra social total asociada a la idea clásica de lucha de clases. Para Valderrama: “toda apelación a lo común, en tanto potencia soberana, debe establecerse igualmente a partir de la experiencia común de la división, de la lucha de clases como guerra social total” (99). Cabezas responde: “El estado de guerra total es efecto de la soberanía absoluta del capital… la potencia de lo común es lo que se opone a la pasión abstracta de la soberanía absoluta del capital cuya característica principal… es también hurtar y enmascarar la potencia de los comunes” (101).

El punto tiene relación con el cómo entender la noción de postsoberanía acuñada por Cabezas. Unas páginas antes Valderrama, lector atento, había advertido: “importa discutir cómo la noción de postsoberanía nos es útil para pensar el agotamiento de lo nacional-popular en América Latina” (96). El alcance de dicho programa de investigación y hasta qué punto la provocación teórica levantada por la noción de postsoberanía se abre hacia la siguiente orientación: “la imagen postsoberana de lo común aún no ha tomado lugar” (95). En Consignas hay una búsqueda que es a la vez de autoclarificación y extensión de lo previamente pensando. ¿En qué consiste esa imagen postsoberana sino en “una militancia que hoy no pertenece al registro moderno de la izquierda” (103)?

Apuntar al más allá de esa modernidad de la militancia abre al menos dos dimensiones o líneas de interrogación. La primera tiene que ver con la figuración. Se pregunta por lo no-humano, por aquello que escapa a la figuración. Esta pregunta indaga en el “paradigma primario de la belicidad sobre el que se recorta no solo la figura de todo heroísmo, sino también de todo sacrificio… debemos comenzar por deconstruir los inconcientes cárnicos de la crueldad que parecen autorizar toda violencia, toda afirmación soberana de la vida” (104). Este es un llamado para ir más allá de lo que María Zambrano llamó la estructuración sacrificial de la historia. En segundo término está la ejemplaridad que se orienta hacia un “pensar contra-soberano” (97), que busca “deconstruir las fuentes cristiano-liberales de la cultura de izquierda” (102-3). Ejemplaridad que se remite a la relación entre cristianismo y capitalismo, entre gracia y sujeto.  Si Consignas efectivamente apunta a radicalizar lo pensado encuentra allí dos caminos, tal vez complementarios, para pasar o insistir, del “pequeño índice lexical” (16) a la salida de la crisis.

Consignas es un libro que invita a una izquierda reflexiva. Especula, tuerce y zigzaguea por sus diversas tradiciones. No se contenta con el bano consuelo de las viejas glorias o el testimonio culturalizado de su pasado. Nos recuerda que todo pensar activo de la política pasa por la permanente reinvención y cuestionamiento de su lenguaje, de sus consignas. Dos ejemplos para concluir, consgina y pregunta-consigna: “la democracia es el relato organizado cultural y políticamente de la historia del capital” (46). “¿Cómo pensar una práctica de emancipación sin apelar al crédito de las viejas palabras cargadas de futuro?” (106).