Promiscuidades inteligentes: afinando el oído

por Esteban Rodríguez Alzueta



“No te detengas en los ruidos del palacio
si no quieres quedar encerrado dentro como en una trampa.
¡Sal! ¡Escapa! ¡Muévete!”

Ítalo Calvino, Bajo el sol jaguar

Maquiavelo le recomendaba al Príncipe cuidarse de los amigos. El problema no son los enemigos sino su séquito. Con los enemigos hay que ser implacables. Acaso por eso mismo otra tarea –secundaria- que el Príncipe impone a sus supuestos fieles servidores consista en la invención permanente de nuevos enemigos. Porque de su destrucción saldrá legitimado y fortalecido. En cambio conviene guardarse de los leales. El problema son los amigos, los que tarde o temprano empezarán a conspirar será su entorno, los consejeros, ministros, asesores, gobernadores o cancilleres. Si la pregunta por el poder es la gloria -cómo perpetuarse en el cetro-, entonces el Rey deberá aprender a desconfiar. Se sabe, muerto el rey, ¡viva el rey! Los gobernantes pasan pero la nobleza permanece, y la policía también.

Hay un libro hermoso de Ítalo Calvino que dejara inconcluso, llamado Bajo el sol jaguar. En él dedica un cuento a cada sentido o por lo menos ese era el plan. El cuento dedicado al oído se llama “Un rey a la escucha”. Entre todos los sentidos que debe avivar un gobernante, el oído es el más importante. Un Rey, si quiere permanecer en el trono, deberá aguzar el oído, aprender a estirar la oreja. Y cuando no pueda más o tenga que estar escuchando seis, siete u ocho conversaciones al mismo tiempo, entonces deberá organizar un ejército de espías, una policía secreta destinada a escuchar por él. La paranoia tiene sus costos y Shakespeare dejó testimonio de ello en unas cuantas tragedias. Porque los espías no tardarán en ser depositarios de secretos inconfesables y se convertirán en una máquina de extorsión. La información los irá poniendo en otro lugar hasta convertirse ellos mismos en los rivales más temidos. Además no tendrán demasiados pruritos de ser confesos conspiradores. Pero como saben demasiado de todo el mundo, todo el mundo comprará su silencio y preferirán que sigan allí, haciendo lo que saben hacer. Su lealtad tiene un precio y a veces es demasiado alto.

Dice Calvino: “Aquí las paredes tienen oídos. Los espías acechan detrás de todos los cortinajes, las cortinas, los tapices. Tus espías, los agentes de tu servicio secreto que tienen la tarea de redactar informes minuciosos sobre las conjuras de palacio. En la corte los enemigos pululan, tanto que es cada vez más difícil distinguirlos de los amigos: se sabe con seguridad que la conjura que te destronará será la de tus ministros y dignatarios. Y tú sabes que no hay servicio secreto donde no se hayan infiltrado agentes del servicio secreto adversario. Tal vez todos los agentes que tú pagas trabajan también para los conjurados, son ellos mismos conjurados; esto te obliga precisamente a seguir pagándoles para que estén quietos el mayor tiempo posible.”

Ese es el destino de los Príncipes, pero también de los agentes secretos. Los destinos no solamente se cruzan, los papeles pueden también intercambiarse. Es el caso de Vladimir Putin, quien antes de ser presidente de Rusia fue espía de la KGB con destino en Alemania Oriental y ex director del Servicio Federal de Seguridad (sucesor de la KGB), puesto que ocupó en forma simultánea con el de secretario del Consejo de Seguridad Nacional.

Otras veces, el destino de los cuadros es la seguridad privada. Cuando se retiran o son retirados, seguirán haciendo lo que saben hacer: espiar. Pero esta vez será un emprendimiento privado y no solamente con fines de lucro. Porque paradójicamente las empresas que crearon serán contratadas por esos mismos para que asuman las operaciones que insumen mayores riesgos para el normal desenvolvimiento de las relaciones exteriores. En efecto, una manera que tienen los funcionarios de eludir los costos políticos ante posibles filtraciones de las operaciones que traman, sobre todo cuando tienen que conspirar adentro o en otros países, será tercerizando la “inteligencia”. De la misma manera que los estados contratan los servicios de empresas militares mercenarias que reclutan su tropa entre los pobres de África, para hacer el trabajo sucio luego de la retirada de los países que ocupo –por ejemplo- la OTAN, se valdrán de los servicios que ofrecen las agencias de seguridad privada para espiar y seguir conspirando.  

Es el caso de Ackerman Group, integrada por ex agentes de la CIA y el FBI y que opera en Argentina desde el gobierno de Menem. Una empresa con sede en Florida y sucursales en distintos puntos claves del planeta (Londres, Hong Kong, Africa y Medio Oriente) dedicada al espionaje empresarial, el contraterrorismo, la protección personal y planteamiento y recuperación de rehenes en caso de secuestros. En otras palabras: además de lobistas de la industria militar, se trata de una agencia paralela del estado norteamericano que subcontrata las tareas de inteligencia en otras empresas internacionales o locales menores. El creador fue Mike Ackerman, un jubilado de la CIA con frondoso prontuario por tráfico de información, apartado en 1975 por participar en operaciones clandestinas. Después está Frank Pedrozo, vicepresidente en el directorio, ex integrante de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos, más conocida como “Boinas Verdes”. También está William Graves, otro con una extensa trayectoria en el ejército de los EEUU. Egresado de West Point y medalla de honor en la CIA, fue agregado de Defensa y del Ejército en Colombia. Y finalmente George Kiszynski, amigote de la familia Macri, se desempeñó durante treinta años en el FBI.

Ackerman Group no es la única empresa que opera en el país. Está Smith Brandon Internacional fundada por Gene Smith, que se desempeñó durante varios años en el Departamento de Estado de los EEUU, y Harry Brandon, ex jefe del FBI en Puerto Rico; Trident, propiedad de Oliver North, ex asesor de seguridad de Ronald Reagan, muy comprometido en el affaire Irán-Contras; Universal Control, creada por Federico Franchi, mano derecha de Miguel Ángel Toma, asesorada e integrada por miembros retirados de la CIA y la DEA, y apadrinada por el ex montonero que fuera contratado por la SIDE de los ‘90, Rodolfo Galimberti, colega de Mario Montoto, otro lobbysta de la industria militar y director de la DEF, una revista esponsoreada por empresas de seguridad privada locales e internacionales que se destaca por ser una de las principales usinas propaladoras en el país de la doctrina de “las nuevas amenazas” mentada por los EE.UU.

Todas estas empresas trabajan con policías locales y funcionarios federales. Muchas de ellas se dedican a entornar a policías y funcionarios pagando congresos y viajes en el exterior, financiando juguetes electrónicos para espiar al prójimo, o directamente pasándoles información sobre organizaciones criminales para dar un “gran golpe” a través del cual puedan granjearse la reputación y confianza de las autoridades locales. De esa manera van haciendo migas para empezar a trabajar “juntos”. Para prueba basta un botón: Alberto Nisman. El auto Audi que utilizaba el ex fiscal pertenecía a la empresa Palermopack S.A., una empresa dedicada al packaging con sede en CABA. El dueño de la empresa es Fabián Aníbal Picón, socio de Eugenio "Pipo" Ecke en Easypack y Starpack. Pipo es el jefe de seguridad de Exxel, el grupo que se quedó con las empresas de Alfredo Yabrán, vinculado al oscuro mundo de las empresas de seguridad privada y servicios de inteligencia. En cuanto a Picón, es el esposo de la hija de Anzorreguy, ex jefe de la SIDE durante el gobierno de Menem y acusado de desviar la causa por el atentado en la AMIA. Tanto Ecke como Navarro fueron investigados por Nisman en la causa de las escuchas ilegales de Mauricio Macri. Ecke fue señalado como el hombre que manejaba la empresa que contrató Macri para intervenir los teléfonos de su yerno. Pero Ecke, además, es la cara visible en Argentina de Frank Holder, otro ex agente de la CIA  y consultor en Latinoamérica de “seguridad”. Comenzó su carrera como Oficial de Inteligencia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y desde ahí fue transferido a la sección de Asuntos Latinoamericanos de la CIA a comienzos de los ‘90. Durante esa década prestó servicios a la Embajada estadounidense en Buenos Aires. Y como sucede con todos estos personajes, tras desligarse de la CIA, Holder continuó realizando tareas de espionaje a través de Holder Associates, que en 1998 fue adquirida por la agencia estadounidense Kroll, de la que pasó a ser director en la Argentina, la misma empresa –dicho sea de paso- por la que fue acusado de conspirar contra el gobierno de Lula Da Silva.

Como se puede ver, resulta inimaginable que los agentes secretos una vez retirados y con la jubilación en la mano, cambien de rubro y pongan un quiosco o una pizzería. Continuarán haciendo lo que saben hacer: afinar el oído. Pero esta vez, el espionaje o inteligencia interior se disfrazará de seguridad privada y tendrá otro marco regulatorio, vetusto y más flexible por cierto, pero sobre todo exento de controles estatales. De hecho, una de las tareas pendientes en materia securitaria siguen siendo las agencias de seguridad privada. Pero sobre este tema ya hablaremos en otra oportunidad. Nos basta decir que estamos frente a un sector que, en los últimos 20 años, ha ido expandiéndose de manera descontrolada, constituyendo el reservorio laboral para la mano de obra purgada o exonerada de las distintas fuerzas de seguridad argentinas.

Estoy tentado de concluir con otra frase popular: la realidad supera a la ficción. Pero ahora recuerdo las palabras de Borges en “Tema del traidor y del héroe”, un relato muy leído por estos días. Dice Borges: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible…”