Contra el colonialismo interno
(una semana con Silvia Rivera Cusicanqui en Buenos Aires)
por Verónica Gago
(Foto: Silvia Gabarrot)
Leer a Lenin como se lee el I
Ching, abriendo al puro azar, y quedarse con una frase: “Hay que soñar,
pero a condición de creer firmemente en nuestros sueños, de cotejar día a día
la realidad con las ideas que tenemos de ella; de realizar meticulosamente
nuestra fantasía”. Silvia Rivera Cusicanqui cuenta que esta cita fue la clave
de su salvataje ante un tribunal de tesis que le reclamaba pruebas de pureza
que su trabajo teórico no tenía. Nadie iba a objetar una frase de Lenin y
encontrar a Lenin hablando de fantasía era un hallazgo para atesorar. Eran los
años 70 en Bolivia, y Silvia se recibía de socióloga. Más tarde, su tesis de
maestría se perdió por un allanamiento del gobierno militar. Estuvo exiliada en
Buenos Aires, a principios de aquella década, cuando estaba embarazada de su
primer hija y tras haber estado presa. Pero duró poco: hacía encuestas en el
conurbano y apenas le respondían. “Parecía invisible”, recuerda. Se fue al
norte y ahí ya se sintió más a gusto y adquirió para siempre los saberes del
contrabando y la costumbre de no comprar muebles sino fabricarlos como
desmontables, con ladrillos y tablas.
Silvia Rivera Cusicanqui deriva una
serie de principios metodológicos que se vuelven un banquete para lxs más de
cien alumnxs que concurren durante tres días a un seminario co-organizado entre
tres universidades públicas: el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de
la UNSAM, la carrera de Sociología de la UBA y el programa Pensar en movimiento
de UNTREF. Ser “iconoclastas e irreverentes” con la teoría son dos palabras que
se le escuchan una y otra vez y repercuten como un mantra: primero se las
repite, luego se las saborea y cuando adquieren un ritmo y se entonan con la
respiración, abren otras vías de transmisión.
En Bolivia, la academia fue siempre un
bien “elusivo y lejano”, comenta Silvia. Esa “desventaja”, sin embargo, se
convirtió en ventaja a la hora de relacionarse con los libros y la teoría en
general. “Descubrimos el provincianismo europeo. Por ejemplo, que los ingleses
no leen a los franceses. Claro que desde acá eso no se ve porque les atribuimos
universalidad. Pero en este continente somos menos provincianos: leemos todo lo
que nos llega y bajo el principio de selectividad de que todo sirve según las
emergencias sociales. Así tenemos la suerte de saltearnos varias modas, porque
llegaron tarde o porque nos parecen de otro planeta, y de entrenarnos en una
libertad combinatoria”.
Tener pocos libros, en contraste con la
“híper accesibilidad actual”, exigía “sacarles el jugo desde lo propio pero
también fragilizar la seguridad de nuestro pensamiento a partir de la realidad,
así como lo propone Marx, para quien prima lo real frente al pensamiento”.
Curiosear, averiguar, comunicar[1]
Con estos tres verbos, Rivera
Cusicanqui enhebró su propuesta metodológica como una serie de gestos. Primero,
la curiosidad, que proviene de ejercitar una mirada periférica: la
del vagabundeo, la poética figura del flanneur que evocaba
Benjamin, como una capacidad de conectar elementos heteróclitos gracias al modo
mismo de discurrir, transitar, vagar. La mirada periférica incorpora una percepción
corporal. Metaforiza la investigación exploratoria. Envuelve un estado de
alerta. Se hace en movimiento y guarda cierta familiaridad con lo que se ha
llamado la atención creativa.
Averiguar, como segundo paso, es seguir
una pista. Es la mirada focalizada. Y para eso, como insiste
Silvia: “lo primero es aclararse el por qué motivacional entre uno
mismo y aquello que se investiga”. Lo dice porque subraya una tarea
irreemplazable: descubrir “la conexión metafórica entre temas de investigación
y experiencia vivida”, porque sólo escudriñando ese compromiso vital con los
“temas” es posible aventurar verdaderas hipótesis, enraizar la teoría, al punto
de volverla guiños internos de la propia escritura y no citas rígidas de
autorización.
Por último, ¿cómo comunicar? Hablar a otrxs,
hablar con otrxs. Hay un nivel expresivo-dialógico que incluye
“el pudor de meter la voz” y, al mismo tiempo, “el reconocimiento del efecto
autoral de la escucha” y, finalmente, el arte de escribir, o de filmar, o de
encontrar formatos al modo casi del collage. Hablar después de
escuchar, porque escuchar es también un modo de mirar, y un dispositivo para
crear la comprensión como empatía, capaz de volverse elemento de
intersubjetividad. La epistemología deviene así una ética. Las entrevistas un
modo del happening. Y la clave es el manejo sobre la energía
emotiva de la memoria: su polivalencia más allá del lamento y la épica, y su
capacidad de respeto por las versiones más allá del memorialismo de museo.
En un pequeño cuaderno verde, Silvia
tiene unas breves notas que cuando pasan a su oralidad crecen, proliferan y
edifican una arquitectura de imágenes, conceptos y narraciones que le permite
afirmar –“suelta de cuerpo”, como a ella le gusta– que la sociología es una
rama de la literatura.
Leer a Fanon a través de Fausto Reinaga
Cierta alquimia en el proceso de
conexiones revela una singularidad. Así, por ejemplo, la lectura de Frantz
Fanon en Bolivia se hizo a través de Fausto Reinaga, referente del katarismo,
la guerrilla indigenista de los años 70 y autor del clásico La
revolución india.
Silvia estuvo involucrada con aquella
corriente como un momento colectivo de radicalización política. Años después,
en los 80 fue una de las fundadoras del Taller de Historia Oral Andina (THOA),
desde donde se exploró la vertiente comunitaria y anarquista de las luchas, se
la difundió en folletos y radionovelas y repercutió en las movilizaciones
populares de los años siguientes, especialmente en la organización de los
ayllus del occidente de Bolivia, la CONAMAQ. Fruto de ese trabajo, se volvió a
editar recientemente el libro Lxs artesanxs libertarixs (Tinta
Limón y MadreSelva) donde se recopila la historia sindical de los años 20,
previa a la Guerra del Chaco, pero también, tras la matanza (se perdieron más
de 100 mil vidas de ambos bandos), el protagonismo de los gremios femeninos que
agruparon a floristas, amas de casa, vendedoras de mercado y cocineras.
Antes había escrito un libro que devino
imprescindible: Oprimidos pero no vencidos. Luchas del
campesinado aymara y qhichwa, 1900-1980, donde muestra la “lógica de la
rebeldía” que nutrió las revueltas de todo ese período, hasta el golpe de
García Meza en julio de 1980. Fue realizado mientras Silvia vivió en el campo,
donde entró en contacto con dirigentes kataristas e indianistas. Primero
editado por una editorial paceña y la Confederación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), luego, según palabras de la
autora, el libro fue objeto de una “apropiación reformista por parte de una
generación de intelectuales de lo “pluri-multi”, lo cual me ha convencido de
las capacidades retóricas de las élites y de su enorme flexibilidad para
convertir la culpa colectiva en retoques y maquillajes a una matriz de
dominación que se renueva así en su dimensión colonial”.
Rivera Cusicanqui tiene un arte y es
escapar de las clasificaciones, especialmente de los lugares exotizantes donde
se la quiere ubicar. Dice que por eso creen a menudo que es antropóloga. Se ríe
y se auto-bautiza como “objeto étnico no identificado”. A veces también se
refiere a sí misma como sochóloga, un mix de chola y socióloga que alguna vez
le dijeron para desacreditarla y ella se lo convirtió en bandera. Así también
juega con el término birchola (una mezcla entre chola y birlocha que
era como se decía, en contraste, a las mujeres de vestido) y que son figuras
que Silvia investigó entre las migrantes de la populosa ciudad de El Alto, el
cordón conurbano que rodea La Paz. No son piruetas. Son los destellos de una
risa más profunda y una crítica despiadada sobre la esencialización de lo
indígena.
“Indixs somos todxs en tanto personas
colonizadxs. Descolonizarse es dejar de ser indix y volverse gente. Gente es
una palabra interesante porque se dice de maneras muy distintas en cada idioma”,
dijo en el auditorio Roberto Carri de la Facultad de Ciencias Sociales de la
UBA, donde Rivera Cusicanqui dio la conferencia magistral de cierre de las
Jornadas de Sociología. Y agregó a esta idea una vuelta más: “Estoy en contra
de la metáfora falocéntrica y cristiana de la torre de Babel porque en ella la
diversidad lingüística es pensada como castigo. Esta pluralidad se debe a que
la tierra necesita muchas lenguas para decirse y no una maldición de un Dios
cristiano que se enojó con los hombres”.
En esa invectiva, lo originario es
otra palabra a la que Rivera Cusicanqui le ha dedicado sustanciosas críticas.
“Es una palabra que divide, que aísla a los indios y, sobre todo, les niega su
condición de mayoría para que se reconozcan en una serie de derechos que los
restringe a ser una minoría desde el punto de vista estatal”. Además,
importantes investigaciones históricas ya demostraron la versatilidad de esa
figura: como cuando Tristan Platt narra la conversión en originario del forastero,
recuerda Silvia. Las filiaciones son así también efecto de montaje y, cuando no
se congelan en estereotipos, procesos en devenir. “Debe tener que ver con que
en Bolivia en vez de psicoanalizarnos como aquí, nos farreamos”, especula.
Hay que recordar que la primera
traducción al castellano de los debates poscoloniales se hizo en Bolivia, en
una compilación a cargo de la propia Silvia junto a Rossana Barragán. Rivera
Cusicanqui vuelve a saltar las categorías y revolverlas: “Lo poscolonial es un
deseo, lo anti-colonial una lucha y lo decolonial un neologismo de moda
antipático”, sintetiza. Para radicalizar la alteridad, “hay que profundizar y
radicalizar la diferencia: en, con y contra lxs
subalternxs”. Esta es una fórmula que permite sortear también la relación
perversa que se construye cuando la estructura es “el resentimiento indígena y
la culpa del no-indígena”, base afectiva del populismo. No se trata simplemente
de “invertir la jerarquía sin tocar el dualismo (Guha dixit)” y
usar la muletilla del eurocentrismo para construir nuevos binarismos límpidos.
Este movimiento desclasificatorio que Silvia detalla es el que permite incluso
entender los “procesos de blanqueamiento como estrategias de sobrevivencia: hay
que leer ahí quién se apropia de la fuerza y no quién se regodea en la lástima
o quién deja de ser puro”. De ahí, también, la fuerza de los lenguajes
combinatorios junto a la capacidad de enfrentar la contingencia e integrar lo
ajeno.
El efecto es una condición de
“palimpsesto” con el que Silvia lee las capas superpuestas en una ciudad (una
“estratigrafía de lo urbano”), en las memorias colectivas, en las lenguas y en
los trajines comerciales y de resistencia.
El colonialismo se expresa negando la
humanidad de otros: “por eso hoy aparecen figuras desechables sobre las que se
actualiza la dinámica colonial”, dice en conversación con teorizaciones como
las de Achille Mbembe. Pero, aclara, la descolonización es una tarea de grupo:
“Uno no se puede descolonizar solito porque, como decía Jim Morrison y también
Foucault, a los señores los llevamos adentro por cobardía y pereza”.
La noción que Silvia trabaja para esta
epistemología como práctica descolonizadora es lo ch´ixi: una
versión de la noción de lo abigarrado que conceptualizara el sociólogo René
Zavaleta Mercado, con quien ella mantuvo un intenso intercambio político e
intelectual. “Creo que es una palabra-talismán, que nos permite hablar más allá
de las identidades emblemáticas de la etnopolítica. Y creo también que tiene su
aura en ciertos estados de disponibilidad colectiva para hacer polisémicas las
palabras”.
Y también que permite leer hacia atrás
y hacer de la escritura una capacidad de afiliación. Silvia Rivera Cusicanqui
confesó tener “nostalgia de ancestros”. La nostalgia devino deseo y finalmente
encontró a un tío mecánico mientras investigaba el archivo anarquista: Luis
Cusicanqui fue el escritor de un manifiesto anarquista dirigido a indios y
campesinos en 1929.
Muerte de una disciplina. Génesis de
una (in)disciplina
Silvia habla del aymara como un idioma
“aglutinante”, porque es capaz de que un mismo término varíe según los sufijos,
los contextos de enunciación y con cada operación de significación específica,
así como alrededor de las estrategias retóricas. Esa variación también
es a la que se somete su propia teoría, al punto de decir: “Hace algún tiempo
he adquirido la costumbre de expresar en público el repudio por mi obra
anterior”. Que esa posibilidad esté ligada a una trayectoria femenina no es
menor: pone en acto, de nuevo, “la ventaja de la desventaja, el lado afirmativo
de nuestra desvalorización”. Y también performativiza esa “episteme propia”
sobre la que insiste con desacato e irreverencia, capaz de incluir términos no
lineales, opuestos, zonas de conflicto y encuentro, nuevos puntos de partida.
Cuando Gayatri Spivak visitó Bolivia a
pesar de que había una lista de traductores oficiales propuestos, fue Silvia
quien se animó a la simultaneidad pero, sobre todo, la que puso en escena la
indisciplina del texto y de la traducción lineal. “¿Cómo traducir al castellano
el término double bind propio de lo esquizo que usa Spivak? En
aymara hay una palabra exacta para eso y que no existe en castellano: es pä
chuyma, que significa tener el alma dividida por dos mandatos imposibles de
cumplir”. Además, estos ejercicios de traducción, dice Silvia, revelan que hoy
todas las palabras están en cuestión: “eso es signo de Pachakutik, de un tiempo
de cambio”.
En ese tembladeral, hay procedimientos
que ayudan: con el flash back y el deja vu (que
usa en sus libros pero también en varios de los videos que ha guionado y
filmado) Silvia vuelve sobre la memoria colectiva como una serie de montajes
que se actualizan según el flujo y el reflujo de las luchas pero que se
despliegan como lenguajes propiciatorios de justicia. “Hay una guía que nos
hacemos y que tiene que ver con los pensamientos producidos justamente en
momentos de peligro”.
Así, por ejemplo, se teje alianza con
Waman Puma de Ayala, el autor de la Primer Nueva Coronica y Buen
Gobierno (1612-1615 aprox.): una carta al rey de España de mil páginas
y con más de trescientos dibujos hechos con tinta que Silvia analiza bajo la
luz de su “sociología de la imagen”. Ese libro permite contrabandearla a ella
misma en uno de esos dibujos, sobreimprimirla anacrónicamente. El montaje nos
daría una poeta-astróloga: “caminar, conocer, crear” los verbos de
un método en movimiento, con el horizonte de una “artesanía intelectual”, que
no se deja expropiar el debate sobre la idea misma de qué es otra mirada sobre
la totalidad. Así quedó expuesto en el proyecto Principio Potosí
Reverso, un catálogo-libro que Silvia realizó junto al Colectivo
Ch´ixi y que narra una historia que va de las minas coloniales al
neoextractivismo.
La imagen, así interrogada, deviene
teoría. No es ilustración. Exige una confianza en la autonomía de la percepción
que consiste en mirar con todo el cuerpo, como dijo mientras se presentaba su
flamante libro en la Cazona de Flores ante casi doscientas personas: Sociología
de la imagen. Miradas ch´ixi desde la historia andina (Tinta Limón).
Sus textos e intercambios con colectivos aquí ya habían circulado y amasado
amistades a través de encuentros y de dos libros: un diálogo con los colectivos
Simbiosis Cultural y Situaciones en De chuequistas y overlockas. Una
discusión en torno a los talleres textiles y Chi’ixinakax
utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Aquella
noche Silvia estaba feliz. Antes había cocinado para editores y amigxs una
deliciosa sopa de maní. Todo terminó con brindis y música ya comenzado el día
siguiente.
Encontrar la voz propia: de leer a
escribir
Entramos en el penal de mujeres de
Ezeiza con un frío que helaba, junto a talleristas y docentes. Pero una vez
adentro, el clima cambió. Estaban algunas presas que estudian la carrera de
sociología y otras que participan de talleres con la organización Yo no
fui. La charla se desparramó sobre los saberes de sobrevivencia, los
más inteligentes, los que hacen de la debilidad, una potencia. Era un auditorio
pero Silvia no se subió a la tarima. Se sentó y luego empezó a caminar mientras
hablaba.
“La voz insustituible es la de una
misma. Contar la propia vida a una compañera de celda en una noche de insomnio
es co-investigar, ser ya parte de la artesanía de la historia oral. Por eso lo
fundamental es cuidar la libertad que se siente dentro de cada una y usarla
para leer por afinidad: ustedes deben sentir que gobiernan la lectura, leer
sólo lo que huele mejor, de atrás para adelante, por pedazos y, luego, escribir
como un gesto de cuidado y de fidelidad con ustedes mismas, como un ejercicio
de libertad”.
Silvia contó que cuando daba clases de
sociología en el penal de Chonchocoro (la cárcel de varones en La Paz), hizo un
taller de “voladores”: unos barriletes con los que se comunicaban con los
presos de la cárcel de San Pedro, desde el patio donde pasaban el día. “Era
sólo un pequeño gesto, pero liberaba energía. Y la libertad es un gesto”. Para
ella la cárcel era como un “mundo al revés”, “porque lo que afuera es pequeño
adentro se engrandece y viceversa”. Las presas que hablaron coincidieron con
esa imagen. También contaron que nunca se habían imaginando leyendo a Nietzsche
pero que a todas les impactó ese aforismo que dice que lo que no mata, fortalece,
de la importancia de saber que están ahí por un tiempo pero que desde ahora
deben proyectar también el afuera y de animarse a hacer cosas que nunca se
imaginaron que harían. Habían terminado hace dos días con una huelga de brazos
caídos contra una medida que les descuenta las horas de estudios y de talleres
de la contabilidad de las horas de trabajo.
Silvia, huelguista de trayectoria,
contó también estrategias de resistencia que se hicieron en 2008 cuando
se intentó un golpe contra Evo por los industriales que manejan el comercio del
arroz, el aceite, la carne y la harina. “Empezaron a circular todo tipo de
recetas para prescindir de esos alimentos, por entonces signados por una maldad
de clase. Ese tipo de sabiduría popular, que es la que puede demostrar que el
consumo es político por ejemplo, es de pequeños actos pero fundamental a la
hora de hacer grietas en las relaciones de fuerza”, graficó Silvia.
Y volvió a una receta, según ella
imbatible: “cuando escriban, respiren profundo. Es una artesanía, es un gesto
de trabajadora. Y cuando lean lo que escribieron, vuelvan a respirar hasta
sentir que hay un ritmo. Los textos tienen que aprender a bailar”.
Pensar en movimiento
De nuevo, se trata de una cuestión de ritmo: “Se
trata de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e
hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el
cosmos”. Así conocer es una práctica política: “La práctica de la huelga de
hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor
del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan
como verdadera performance”, dice para recordar las largas manifestaciones
en defensa del territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure
(TIPNIS), en 2011. “Hay entonces, en estos espacios de lo no dicho, un conjunto
de sonidos, gestos, movimientos que portan las huellas vivas del colonialismo y
que se resisten a la racionalización, porque su racionalización incomoda, te
hace bajar del sueño cómodo de la sociedad liberal”.
El desplazamiento de los centros es un
hecho, dice Silvia (que además, insiste con que si nombramos desde donde
estamos situadxs, ¡el oriente refiere a Europa!). Pero en las periferias
también hay un impulso a construir nuevos centros. Es lo que pasa, dice, con el
proceso boliviano: “Evo eclipsa la incertidumbre, el principio de pluralidad
propio de las luchas. Todo el aparato de estado ahora se dirige a eso”.
Silvia actualmente es parte de un
emprendimiento que se llama El Tambo Colectivo, donde se hacen cursos y
actividades, fiestas y presentaciones. Tuvo un muy breve paso por el gobierno
del MAS en sus inicios, en una campaña por la legalización de la hoja de coca.
Hoy su postura es de crítica radical y puede leerse en un artículo que escribió
y cuyo título anticipa el argumento: “Mito y desarrollo
en Bolivia. El giro colonial del gobierno del MAS”.
Hay que discutir lo que se obtura. Por
ejemplo, qué sería “una versión propia del desarrollo, casi como una economía
del deseo. Una suerte de empate entre lo que se tiene y lo que se desea”.
Silvia cuenta cómo la noción de Buen Vivir es parte de un aforismo más amplio,
que le pone exigencias concretas y que impide reducirlo a una fórmula sencilla
o gubernamental. Además, el deseo de cambio y “en general el deseo colectivo
está fuera de todo realismo tal como se presenta desde el poder. Esa es la
brasa que hay que cuidar”.
(fuente: http://www.revistaanfibia.com/)
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[1] Gunnar Mendoza Loza, director del
Archivo Nacional de Bolivia, acuñó esta idea para definir el “núcleo primordial
del oficio” de investigar. Su trabajo será publicado a fines de este año en el
volumen Desde los márgenes. Pensadorxs bolivianxs de la diáspora,
CLACSO (colección Antologías del Pensamiento Crítico Latinoamericano),
antologado por Silvia Rivera Cusicanqui y Virginia Aillón.