De dónde venís // Natalia Caprini
La pregunta parece casual, normal,
algo que se desliza en la conversación como si nada; lo que hace la diferencia,
lo que despierta en mí un alerta roja y comienza a crisparme los pelitos de la
nuca, es el tono. ¿De dónde venís? pregunta Toro haciéndose el pelotudo, escondiendo
esa ferocidad que se está cociendo a fuego lento en su interior ¿de dónde
venís? y se vuelve más espeso el aire en el patio: él está sentado poniéndole
aceite a la bici, tratando de disimular la maraña de pelotudeces que
evidentemente estuvo pensando toda la mañana, y yo parada con mi vestidito de
flores, la cartera en la mano y una bolsa con cartulinas de colores, me voy
pareciendo cada vez más a Juana de Arco, lista para ir a la hoguera de la putas,
las brujas, las hijas de puta. De hacer mil cosas- digo e intento avanzar hacia
el living dibujando en mi paso el gesto más relajado posible; avanzo y cuando
casi lo logro, cuando estoy por atravesar la puerta del patio, el umbral mágico
capaz de librarme de la nube que Toro viene preparando desde que tomó el primer
mate, la voz de Toro, con un intento de dulzura que se traiciona en las
consonantes más duras, me atrapa desde atrás con un ¿sí? ¿qué cosas? Cosas- le
digo y los dos mantenemos la postura de que no pasa nada, solo una charla
ocasional de una pareja -cosas, fui a cambiar un libro, pasé por lo de mi
vieja, fui al gimnasio, hablé con Marita, la editora… cosas- y logro por fin
desembarazarme de la operación tenaza que sigilosamente Toro iba armando con
una paciencia de tarántula y entro al living. Dejo las cosas, voy a la cocina,
me sirvo un vaso de té frio, me apoyo en la mesada y lo voy tomando de a sorbos
pequeños. Toro se acerca y me abraza, lanza una exhalación, como un suspiro y
yo percibo su aire caliente que me llega al cuello y a los hombros y me
contraigo en un estremecimiento que me recorre desde la concha hasta los pelos
de la cabeza. Se recuesta sobre mí, se frota sutilmente y siento como la pija
se le empieza a llenar de sangre. Respira pesadamente y con su boca va
recorriendo mi cabeza y mi cuello, me muerde suavemente la mandíbula y siento
el filo de sus dientes en mi hueso, y es al mismo tiempo un gesto erótico que
me hace apretar las piernas en un pulso, en un latido profundo que nace en el
centro de mi vulva, y también algo animal, un modo de marcar su propiedad, de
establecer que yo soy suya. Me abraza y me acerca a él haciendo que mis tetas
entren en contacto con su pecho; siento el latir de su corazón y esa
percepción, sentir el movimiento pesado y subterráneo y algo angustiado de su
corazón acelera mi excitación en un remolino de viento. Lo beso. Siento que mi
lengua se hincha y mi boca se llena de agua. Toro se da cuenta y me agarra las
labios con los dedos, de un modo un poco brutal que logra su cometido, mis
labios se hinchan y me transformo en una boca, ya no tengo manos, ojos, no
tengo cabeza ni ideas, soy una boca anhelante que solo quiere chupar,
succionar, libar. Abrazo a Toro de la cintura y lo guío hasta apoyarlo en la mesada
y mientras lo chuponeo lenta pero inexorablemente, voy desabrochándole el
pantalón. Primero el cinturón, luego el botón y el cierre; apoyo la mano en su
ombligo y voy bajando lentamente y tengo la sensación de bajar uno a uno los
escalones que llevan a otra dimensión, a un mundo donde impera otro orden de
las cosas. Me deslizo por la parte baja de sus abdominales, me enredo a
propósito con los pendejos y ahí está, como si fuera un rey de las
profundidades, mitad humano y mitad bestia, con algo de sagrado y al mismo
tiempo de grotesco, la pija. Empezamos a jadear y los chupones un poco brutales
que nos damos se combinan con los jadeos en un combo que lleva nuestra
calentura hasta los techos de la cocina. Le agarro la pija con fuerza y lo miro
a los ojos; él me mira y comienza a mover la cabeza asintiendo, diciendo que
sí, que se la chupe y yo asiento diciendo que sí, que se la voy a chupar,
mientras le agarro fuerte la pija y lo miro a los ojos como nunca antes miré
ninguna cosa y los dos jadeamos y ese tiempo de espera, esa víspera es más
excitante que cualquier realización. Voy bajando, me arrodillo, tengo la pija
agarrada con la mano y la muevo suavemente adelante y atrás, lo sigo mirando a
los ojos mientras abro la boca y me meto toda la pija, lo más que puedo, hasta
sentir que el glande se apoya en el fondo del paladar. Mi lengua se hincha aún
más y controlando el impulso de succionar como una loca, apoyo suavemente mi
lengua en la parte de abajo de su pija y siento cómo se tensa, se inflama como
si estuviera a punto de explotar. Le chupo la pija como si no existiese nada
más en el mundo, Toro está más caliente que un cosaco y yo sólo quiero
succionarlo hasta sacarle todo, hasta vaciarlo y dejarlo seco, como una hojita
o un recuerdo viejo. Toro acaba con unos estremecimientos animales, grita un
grito que no parece de placer sino de dolor, me agarra la cabeza y me tira de
los pelos y finalmente, con una lentitud japonesa, se va aflojando, desinflando
hasta quedar catatónico. Yo quedo también un poco turulata, me levanto del piso
como una boxeadora agarrándose de las cuerdas, lo abrazo y nos quedamos así,
fuera de servicio unos minutos. Comenzamos de a poco a volver a la urbanidad,
Toro pone la pava para el mate, yo voy al baño y me arreglo un poco; salgo y me
pongo a ordenar el agujero negro que se forma en la repisita, que se llena sin
lógica alguna de objetos absurdos y disímiles. Toro prepara la yerba, la
bombilla y mientras toma el primer mate me dice: -te llamó un tal Marcelo- y
otra vez, una frase anodina, una frase cualquiera pero el tono, ese tonito de
macho pelotudo que quiere restablecer un orden que cree perdido o amenazado en
su corral, en su gallinero, pelotudo del orto. Y a mí que vengo flojita de la
felatio de exposición que le acabo de hacer se me sube la sangre a la cabeza y
me dan ganas de hacerle doler, de lastimarlo, de decirle la más triste
realidad: decirle que me puedo coger a cien tipos si me da la gana; contarle
que esta mañana me levanté un poco deprimida o con la autoestima baja y que
conscientemente, premeditadamente, me puse el vestidito con flores, que es
cortito y tiene un efecto mágico: cada vez que me lo pongo los tipos me dicen
cosas, tipos de las más variadas pintas, tacheros y obreros de edesur -que son
los que menos ranquean ya que piropean casi por un deber ciudadano-, pibes en
cueros que van en bicicleta, señores viejos que quizás ya ni se les para…
decirle que a veces me hago la paja pensando en su amigo Tino, que es un dulce,
decirle que a veces cuando me coje me dan ganas de que venga otro chongo y me
meta una pija bien dura y bien grande en el orto y que me dé como si se fuera a
acabar el mundo. Pienso todo eso y con cada imagen me gratifico pensando en
cómo lo haría mierda, lo dejaría inútil por el resto del año, pero me rescato,
me traigo a la diplomacia del presente sabiendo que hay lugares de los que no
se vuelve, de los que mejor es no volver porque queda todo hecho trizas. Marce…
- digo poniendo mi voz de pelotuda número nueve- es un diseñador amigo de Flor,
divino, re buena onda… y re gay.