Kill Box (“Teoría del Dron”) // Grégoire Chamayou *


 Nada de lo que haga el hombre en la superficie de la tierra puede entorpecer el vuelo de un avión, que se desplaza libremente en tercera dimensión.Giulio Douhet[i]
  
Con el concepto de «guerra global contra el terror», la violencia armada perdió sus límites tradicionales: indefinida en el tiempo y también en el espacio.[ii] El mundo es, digamos, un campo de batalla. Pero sería más exacto decir: un terreno de caza. Porque si se globaliza el radio de la violencia armada, es en nombre de los imperativos de la persecución.

Si la guerra se define en última instancia por el combate, la caza se define esencialmente por el seguimiento. Dos geografías distintas corresponden a cada una de estas actividades. El combate estalla cuando colisionan las fuerzas, la persecución se desplaza dónde va la presa. En el espíritu del Estado-cazador, el lugar de la violencia armada ya no se define según los contornos de una zona delimitable, sino por la simple presencia del enemigo-presa, quien transporta, por así decirlo, su pequeño halo móvil de zona de hostilidad personal.

Para huir de sus perseguidores, la presa intenta volverse indetectable o inaccesible. Ahora bien, la inaccesibilidad no queda únicamente determinada en función de los relieves de la geografía física —vegetación frondosa o concavidades profundas—, sino también en función de las asperezas de la geografía política. Como recuerdan los teóricos de la cacería humana: «Las fronteras soberanas están entre los mejores aliados que puede tener un fugitivo».[iii]. Antaño, la Common Law inglesa autorizaba en las zonas rurales a «dirigir la caza de las bestias de presa nocivas, como los zorros y los turones, hasta la propiedad del otro, porque la destrucción de tales criaturas se consideraba de interés público».[iv] Este tipo de derecho es el que hoy pretende arrogarse Estados Unidos para las presas humanas, a escala mundial.[v] Es necesario, resumía Paul Wolfowitz, «negarles cualquier santuario».[vi]

Lo que se pergeña es un poder invasivo fundado, no en la noción de derecho de conquista sino en la del derecho de persecución. Un derecho de intrusión o de usurpación universal, que autorizaría a correr detrás de la presa no importa donde se refugie, a riesgo de pisotear el principio de integridad territorial clásicamente ligado a la soberanía estatal. Porque, con semejante concepción, la soberanía de los otros estados deviene, en rigor, contingente. El aprovechamiento completo de esta concepción sucede cuando otros Estados permiten que la persecución imperial se desarrolle en su seno. En caso contrario, si no pueden —«Estados fallidos»— o no quieren —«Estados parias»—, su territorio puede ser legítimamente violado por el Estado-cazador.
A las formas terrestres de soberanía territorial, erigidas sobre la clausura de los territorios, el dron opone la continuidad dominante del aire. Así, prolonga las grandes promesas históricas del poder aéreo; indiferente frente a las asperezas del suelo, el arma aérea, escribía Douhet, «se desplaza libremente en tercera dimensión»,[vii] Traza en el cielo sus propias líneas.

Al devenir estratosférico, el poder imperial modifica su relación con el espacio. Se trata menos de ocupar un territorio que de controlarlo desde lo alto, asegurándose el dominio del cielo. Eyal Weizman explica en estos términos un capítulo completo de la estrategia israelí contemporánea, que describe como una política de la verticalidad. En este modelo, «tecnología antes que ocupación»,[viii] se trata de «mantener la dominación sobre las zonas despejadas por medios distintos al del control territorial».[ix] A dicha verticalización del poder le corresponde una forma de autoridad fuera-del-suelo, donde todo, cada individuo, cada casa, cada calle, «incluso el acontecimiento más pequeño dentro del terreno puede ser vigilado, sometido a medidas de control policial o destruido desde el cielo».[x]

La cuestión de la soberanía posee, entonces, una dimensión aeropolítica:[xi] ¿quién detenta el poder sobre el aire y sobre las ondas?[xii] Alison Williams, quien insiste en la importancia de pensar hoy en día la geografía política como un fenómeno en tres dimensiones, evoca una «crisis de la soberanía aérea».[xiii] Las repetidas violaciones de los espacios aéreos subalternos por parte de los drones norteamericanos son una de las manifestaciones prominentes de la crisis. La soberanía ya no es plana, servilmente territorial, sino volumétrica y tridimensional, su puesta en causa también.

Las doctrinas militares clásicas, explica Stephen Graham, procedían vía «proyección horizontal del poder en un espacio geopolítico esencialmente “plano” y sin relieve».[xiv] Actualmente, este modo de proyección fue reemplazo o completado por otro. Muy esquemáticamente, se pasa de lo horizontal a lo vertical, del espacio bidimensional de los antiguos mapas del estado mayor a una geopolítica de volúmenes.
En las doctrinas contemporáneas del poder aéreo, el espacio operacional ya no es concebido como un aire homogéneo y continuo. El espacio deviene «un mosaico dinámico, donde los objetivos y las tácticas de los insurgentes pueden variar de un barrio a otro».[xv] Hay que representarse un patchwork con casillas de colores a las cuales atañen reglas de comportamiento específicas.
Pero esas casillas son también y sobre todo cubos. El concepto central de la kill box, traducido imperfectamente como «caja letal» o «cubo de la muerte», que emergió a comienzos de los años 1990: «La kill box se representa gráficamente por una línea negra continua que delimita un aire específico, con diagonales en negro en su interior».[xvi] Debemos imaginar, en una pantalla 3D, cubos puestos en un terreno cuadriculado. El teatro de operaciones se llena de cajas transparentes.

La kill box tiene un ciclo de vida: se abre, se activa, se congela y se cierra. Se puede seguir cómo evoluciona en pantalla, un poco como la desagregación del disco duro: pequeños clusters que se activan y cambian de color a medida que son procesados.

«Cuando se pone en funcionamiento, el fin inmediato de una kill box es autorizar a las fuerzas aéreas para conducir excursiones contra blancos en la superficie sin ninguna coordinación con el comando».[xvii] Sabiendo que «la naturaleza “mosaico” de la contrainsurrección la torna particularmente apta para una ejecución descentralizada».[xviii] Cada cubo, entonces, se transforma en una «zona autónoma de operación»[xix] para las unidades combatientes que están a su cargo. En suma: en un cubo dado, fuego a voluntad. Una kill box es una zona autónoma de matanza temporal

Con este modelo, la zona de conflicto aparece como un espacio fragmentado en una multitud de cajas de la muerte provisorias, activadas según un modo a la vez flexible y burocrático. Como lo explica con un entusiasmo indisimulable el general Formica en un e-mail: «Las kill box nos permiten hacer aquello que queríamos hacer desde hace años, [...] ajustar muy rápidamente la traza del campo de batalla; en el presente, con las tecnologías automatizadas y el uso de las kill box por parte de la Air Force, se puede delimitar el campo de batalla de manera muy flexible, tanto en el tiempo como en el espacio».[xx]

En una nota dirigida en 2005 a Donald Rumsfeld, el presidente de la RAND Corporations le aconsejaba «adoptar un sistema no lineal de kill box»[xxi] para las operaciones de contrainsurgencia. Thomson subrayaba el punto crucial: «El tamaño de las kill box puede ser modulado para que puedan adaptarse a un terreno abierto o a una guerra urbana; pueden ser abiertas o cerradas rápidamente en respuesta a una situación militar dinámica».[xxii]
 Este doble principio de intermitencia y de modulación a escala de la kill box es capital, ya que permite pensar la extensión del modelo hacia fuera de la zona del conflicto declarado. Los micro-cubos temporales letales podrían ser abiertos, según las contingencias del momento, en cualquier lugar del mundo, apenas se hubiese localizado a un individuo seleccionado como blanco legítimo.

Cuando los estrategas de las fuerzas armadas norteamericanas imaginaron a qué se parecerían los drones en veinticinco años, empezaron por hacerle dibujar a las iconografistas del servicio el retrato-robot de una ciudad árabe típica, con su mezquita, sus inmuebles y sus palmeras. En el cielo volaban libélulas. Se trata de los nano-drones, robots-insectos autónomos capaces de merodear en tropel y de «volar en espacios cada vez más estrechos».[xxiii]

Gracias a artefactos de este estilo, la violencia armada podría ejercerse en pequeños espacios, en micro-cubos de la muerte. Antes que destruir un inmueble completo para eliminar a un individuo, miniaturizar el arma, entrar en el hueco y confinar el impacto de la explosión telecomandada a una sola pieza, incluso a un solo cuerpo. Tu habitación o tu oficina se transforman en una zona de guerra.

Sin esperar a estas micro-maquinas del futuro, los partidarios de los drones insisten, ahora mismo, en la precisión tecnológica de su arma. Pero la paradoja es que lo que se supone ganado en precisión les sirve como argumento para extender el campo de tiro al mundo entero. Se observa un doble movimiento, que al tijeretear la noción de espacio-jurídico de la «zona del conflicto» armado tienden a dislocarlas casi completamente. Los dos principios de este desmembramiento paradojal son los siguientes: 1° La zona de conflicto armado, fragmentada en kill box miniaturizables, tiende idealmente a reducirse al único cuerpo del enemigo presa —el cuerpo como campo de batalla—. Se trata del principio de precisión o de especificación. 2° Pero este micro-espacio móvil es acreditado, en nombre de las necesidades del seguimiento y del carácter «quirúrgico» del ataque, para ser lanzado en todas partes, allí donde se encuentre la presa —el mundo como terreno de caza—. Se trata del principio de globalización o de homogeneización. Porque podemos apuntar a nuestros blancos con precisión, podemos —dicen en rigor los militares y la CIA—, atacarlos donde nos parezca, e incluso fuera de la zona de guerra.

De manera convergente, toda una franja de juristas norteamericanos afirma hoy que la noción de «zona de conflicto armado» ya no debe ser interpretada en un sentido estrechamente geográfico. Los juristas le oponen a la concepción geo-centrada, supuestamente obsoleta, una noción blanco-centrada, ligada a los cuerpos de los enemigos-presas, cuya zona de conflicto armado «va donde ellos van, sin ninguna relación con la geografía».[xxiv] Se trata de la tesis según la cual «las fronteras del campo de batalla no están determinadas por las líneas geopolíticas sino por la localización de los participantes del conflicto armado».[xxv] 

Uno de los principales argumentos, más pragmático que jurídico, es el que toman directamente los juristas de los discursos de la administración norteamericana. Si hay que tirar por la borda la interpretación geo-centrada del derecho de guerra es porque prorrogarla ayudaría en la práctica —repiten ellos dócilmente— a «crear santuarios para las organizaciones terroristas en los Estados conocidos por la ineficacia de sus fuerzas policiales».[xxvi] No obstante, el argumento revela, encubierto en un debate semántico, la apuesta política: se trata de justificar el ejercicio de un poder de policía letal fuera de las fronteras.

Uno de los problemas es que, como apunta Derek Gregory, «la lógica jurídica que comprende el campo de batalla más allá de la zona de combate declarado es en sí misma infinitamente extensible».[xxvii] Al redefinir la noción de zona de conflicto armado como un lugar móvil atado a la persona del enemigo, se llega a reivindicar, disimulado en el derecho de los conflicto armados, el equivalente a un derecho a la ejecución extrajudicial ampliada al mundo entero, también en la zona de paz, contra cualquier sospechoso, fuera de proceso, incluso contra sus propios ciudadanos.[xxviii]

¿Dónde se detiene esto? Es la pregunta que le planteó en 2010 la ONG Human Rights Watch a Barack Obama:

La noción según la cual el mundo entero deviene un campo de batalla, donde se aplican las leyes de la guerra, es contrario al derecho internacional. ¿Cómo define la administración el «campo de batalla global»? ¿Toma la expresión en sentido literal? Esto implicaría que el uso de la fuerza letal es permitido a causa del derecho contra un presunto terrorista, en un departamento en París, una galería comercial en Londres o una parada de Bus en Iowa City.[xxix]

Contra los peligros de semejante interpretación, juristas críticos defienden una concepción más clásica de la noción de zona de conflicto armado, insistiendo sobre la idea fundamental de que la violencia armada y sus leyes tienen contornos marcados en el espacio; que la guerra, en cuanto categoría jurídica, es y debe ser un objeto geográficamente delimitado. ¿Un conflicto armado tiene como rasgo el ocupar un lugar, una zona delimitable? A pesar de su aparente abstracción, esta cuestión ontológica posee hoy consecuencias políticas decisivas. Si se responde afirmativamente, en primer lugar se enuncian una serie de obviedades: hay una geografía legal de la guerra y de la paz, concebida no solamente como estados que se suceden en el tiempo sino también como espacios delimitables. Una zona es una zona: una porción circunscripta de espacio, con sus límites, un adentro y un afuera; y un conflicto armado es un conflicto armado, es decir, se distingue por un nivel reconocible en la intensidad de la violencia. Sin embargo, estas simples definiciones tienen implicancias normativas muy importantes, en primer lugar: si las leyes especiales del derecho de guerra se aplican sólo donde hay una guerra; entonces, fuera de ella, no se tiene el derecho a comportarse como un guerrero.
Como recuerda la jurista Mary Ellen O’Connell, quien califica de ilegales los actuales ataques de los drones en Pakistán, en Somalia o en Yemen: «Los drones lanzan misiles o sueltan bombas —tipos de armas que sólo pueden ser utilizadas de forma lícita en las hostilidades decisivas de un conflicto armado—».[xxx] Ahora bien, «no había un conflicto armado en el territorio de Pakistán porque no existían combates armados intensos entre grupos armados organizados. El derecho internacional no reconoce el derecho a matar con armas de guerra fuera de un conflicto armada efectivo. La llamada “guerra contra el terror” no es un conflicto armado».[xxxi] En rigor, estos ataques constituyen graves violaciones del derecho de guerra.

Los proyectos de cacería humana globalizada entran inmediatamente en contradicción con esta lectura tradicional del derecho. En consecuencia, sus promotores intensifican los esfuerzos para contrarrestar dicha visión de las cosas, haciendo polvo la tesis que sostiene que el derecho de los conflictos armados presupone una ontología geográfica implícita.[xxxii] En las luchas en curso para extender el dominio de la caza, los juristas están en primera línea. Y la ontología aplicada constituye su campo de batalla.[xxxiii] La pregunta ¿qué es un lugar? se torna una cuestión de vida o muerte. Quizás sea el tiempo de recordar que delimitando geográficamente el ejercicio lícito de la violencia, la intención fundamental del derecho era acotarla.  

* Kill Box forma parte de Teoría del dron, de Grégoire Chamayou (Futuro Anterior ediciones, 2016)

Ir a “La tierra, la guerra, la insurrección”, de Peter Pál Perbart




[i] Douhet, G., La Maîtrese de l’air, Económica, París, 2007, pág 57.
[ii] El geógrafo Derek Gregory explica que se debe analizar este fenómeno tanto en el tiempo como en el espacio, no solamente como una forma de «guerra para siempre”, sino también una «guerra por todos lados». Derek Gregory «The everywhere war», The Geographical Journal, vol. 177, n° 3, septiembre de 2011, págs. 238-250, pág. 238.
[iii] Marks, Meer, Nilson, op. cit, pág. 28.
[iv] Véase Blackstone, Commentaries on the Laws of England, Garland, Nueva York, 1978, vol. III, pág. 213.
[v] Sin embargo, para hacerlo completamente se requiere resucitar, en contradicción con el derecho contemporáneo, la categoría arcaica de enemigos comunes de la humanidad. Véase Daniel Heller-Roazen, The Enemy of All: Piracy and the Law of Nations, Zone Books, Nueva York, 2009.
[vi] «Deputy Secretary Wolfowitz Interview with CNN International», transmitida el 5 de noviembre de 2002.
[vii] Douhet, op. cit., pág. 57.
[viii] Véase Eyal Weizman, Hollow Land: Israel’s Architecture of Occupation, Verso, Londres, 2007, pág. 239.
[ix] Ibíd., p. 237.
[x] Weizman, E., «Control in the air» Open Democracy, mayo de 2012, http://www.opendemocracy.net/ecology-politiesverticality/article_810.jsp
[xi] La expresión fue utilizado por un autor olvidado de los años 1940: Burnet Hershey, The Air Future: A Primer of Aeropolitics, Duell, Sloan & Pearce, Nueva York, 1943.
[xii] Weizman recuerda que, durante las negociaciones de Camp David, el Estado de Israel, concesivo en el suelo, exigía conservar «el uso del espacio aéreo y electromagnético y su supervisión» por encima de los territorios palestinos. Conceder el suelo, pero para arrogarse el cielo. Weizman, op. cit.
[xiii] Alison Williams, «A crisis in aerial sovereignty? Considering the implications of recent military violations of national airspace», Area, vol. 42, n° 1, marzo de 2010, págs. 51-59.
[xiv] Graham, S., «Vertical Geopolitics: Bagdad and After», Antipode, vol. 36, n° 1, enero de 2004, págs. 12-23.
[xv] Joint Publication 3-24, Counterinsurgency Operations, 5 de octubre de 2009, VIII-16, s. p.
[xvi] Air Land Sea Application Center, Field Manual 3-09.34 Multi-Service Tactics, Techniques and Procedures (MTTPs) for Kill Box Employment, 13 de junio de 2005, I-5, s. p.
[xvii] Ibíd., I-1.
[xviii]Joint Publication 3-24, Counterinsurgency Operations, 5 de octubre de 2009, II-19.
[xix] En 1996, un informe de prospectiva militar acerca del uso futuro de los drones armados consignaba, de forma clarividente: «A largo plazo, los drones (UAVs) podrán reunir a la vez datos sobre la localización de los blancos y atacarlos desde los aires sin requerir autorización (kill box)». Véase Air Force Scientific Advisory Board (SAP), UAV Techonologies and Combat Opertations, 3-4 SAF/PA 96-1204, 1996, 3-4, s. p.
[xx] Citado por James W. MacGregor, «Bringing the Box into Doctrine: Joint Doctrine and the Kill Box», Unites States Army School of Advanced Military Studies, Unites States Army Command and General Staff College, AY 03-04, pág. 43.
[xxi] «James A. Thomson to Donald H. Rumsfeld, memorandum», 7 de febrero de 2005, citado por Howard D. Belote, «USAF Counterinsurgency Airpower: Air-Ground Intergration for the Long War» Air & Space Power Journal, vol. XX, n° 3, otoño 2006, págs. 55-68, pág. 63.
[xxii] Ibíd.
[xxiii] US Army, Unmanned Aircraf Systems, Roadmap, 2010-2035, pág. 65.
[xxiv] Anderson, K., «Self-Defense and Non-International Armed Conflict in Drone Warfare», Opinio Juris, 22 de octubre de 2010, http://opiniojuris.org/2010/10/22/self-defense-and-non-international-armed-conflict-in-drone-warfare
[xxv] Lewis, M.L., «How Should the OBL Operation be Characterized?», Opinio Juris, 3 de mayo de 2011, http:// opiniojuris.org/2011/05/03/how-should-the-obl-operation-be-characterized
[xxvi] Lewis, M.L., «Drones and the Boundaries of the Battlefield», Texas International Law Journal, vol. 47, n° 2, junio de 2012, págs. 293-314, pág. 312.
[xxvii] Gregory, op. cit., pág. 242.
[xxviii] Puesto que es cosa juzgada, ahora se sabe: tener la nacionalidad norteamericana no inmuniza contra el asesinato selectivo. Pero el ciudadano norteamericano asesinado en Yemen por un ataque de drones en septiembre de 2011, Anouar Al-Awlafi, acaso no era, para los ojos que decidieron su muerte, completamente ciudadano, ni verdaderamente norteamericano. Su hijo de 16 años, nacido en Denver, y asesinado una semana más tarde por un ataque que retornó para terminar el trabajo, sin duda tampoco. Véase Tom Finn, Noah Browning, «An American Teenager in Yemen: Paying for the Sins of His Father?», Time, 27 de octubre de 2011.
[xxix] HRW, Letter to Obama on Targeted Killings and Drones, 7 de diciembre de 2010, http://www.hrw.org/news/2010/12/07/letter-obama-targeted-killings
[xxx] Mary Ellen O’Connell, Unlawful Killing with Combat Drones: A case Study of Pakistan, 2004-2009, Abstract, Notre Dame Law School, Legal Studies Research Paper, n° 09-43, 2009.
[xxxi] Ibíd.
[xxxii] Como sintetiza Kenneth Anderson, la inquietud, reflejada en las críticas, se debe a que «la emergencia de tecnologías de asesinato selectivo realizados por los drones [...] arrastra la posibilidad de perturbar y minar el sobreentendido tácito de las leyes de la guerra: una geografía implícita de la guerra». Kenneth Anderson, «Targeted Killing and Drone Warfare: How We Came to Debat Whether There is a “Legal Geography of War”», in Peter Berkowitz (ed.), Future challenges in national security and law, Research Paper, n° 2011-16, Hoover Institution, Stanford, pág. 3. 
[xxxiii] Sobre este concepto, véase Catherine Munn, Barry Smith, Applied Ontology: An Introduction, Ontos Verlag, Fráncfort, 2008.