Espejos incómodos: un diálogo con las militancias que dijeron adiós (II) // El Loco Rodríguez


La Argentina lleva lacrada en la monotonía de su cultura política, en la confianza cobarde de suponer que ya están instituidos sus procedimientos, la derrota de Cooke."
Horacio González

La escisión del Movimiento Evita del FPV, y las reacciones que provocó, patentiza un ciclo de debates no saldados en el campo popular; en especial, los debates soslayados -o no encarados con la radicalidad necesaria- en el activo político nacional-popular que se gestó en los últimos 12 años. Por lo tanto, no aporta -y empobrece- postular la mancilladla consigna de "la unidad" o la figura del traidor. Ambas operaciones discursivas han sido formulas históricamente evasivas, auto complacientes, disciplinantes, que escamotean la profundidad del problema y la dimensión de los obstáculos. ¿La unidad por la unidad misma? ¿La unidad en pos-de-qué?

En lo personal, me ha tocado compartir muchos espacios de militancia con los compañeros del Evita, incluso desde que eran el "MTD Evita". De hecho estuve el día del lanzamiento del Movimiento y su JP en el 2005. Con lo cual he leído sus documentos, sus manifiestos, y declaraciones desde su origen. Puedo decir, por lo tanto, que la decisión que han tomado es absolutamente coherente con ellos mismos, y con muchas de las discusiones que teníamos en ese estadio kirchnereano pre-mítico. Para el Evita, formar parte del “Kirchnerismo" siempre fue táctico. Ya en la definición de su nombre, y en la estética elegida (La Evita montonera) está presente un posicionamiento que persiste. Vale recordar, para pesar este punto, la primera escisión que sufrió el Evita: Malón. El planteo de los futuros "Descamisados" tocaba un nervio que hoy se vuelve actualizable: ¿Para qué queremos ser "Movimiento" decían, construir desde una lógica "movimientista", si para eso ya estamos en un Movimiento que es el Kirchnerismo"? El Evita siempre tuvo estrategia propia y pertenecer a la convocatoria que propició el  gobierno de Néstor y luego el de Cristina fue táctica. Y, a la luz de los años,  ha sido una certeza.

Considerar tu pertenencia a un gobierno (en la Argentina contemporánea) el fundamento último de tu práctica política, es lisa y llanamente, un error de coordenadas. Sobre todo, porque  yerra en la caracterización de lo que representaron los mismos: Néstor y Cristina Kirchner no sintetizaron un proceso de construcción política por parte del campo popular, ni apuntaron a un proceso radical, de puesta en crisis de los cimientos de la argentina agroexportadora. Antes que nada, fue la condensación hibrida de un complejo juego de fuerzas post-2001, con medidas positivas para el país, pero que resultó un atajo, un ahorro de esfuerzo creativo para amalgamar el proceso de movilización social de aquellos años en un factor de poder real en la política del país, en una fuerza capaz de resistir y enfrentar las dinámicas más rapaces del neoliberalismo, con o sin gobierno aliado. Aquellos déficits que las organizaciones populares arrastraban desde antes del 2003, hizo confundir el hecho de ponerle el cuerpo a coyunturas destituyentes con el “bancar” como un fin en sí mismo: bancar por bancar, “mística” empobrecedora y sentimentalismos vacíos que suplieron la impotencia y las incapacidades de no poder producir una construcción nueva, vitalmente enraizada a nuestro tiempo.

Ahora bien, los compañeros del Evita nos dicen: “Nos vamos del bloque, no nos vamos del proyecto” ¿De qué hablamos cuando hablamos de “El Proyecto”?

Lo estratégico en las discusiones militantes suelen asemejarse a una nebulosa enigmática, al igual que la mágica palabrita: “política”.  “La política como herramienta de transformación”. Enfrentar la discusión estratégica desde un deseo emancipatorio, luego de las derrotas revolucionarias del siglo XX (marxistas o nacional-populares), ha sido –y es-  un verdadero entuerto. Por eso, la salida a esa falta de horizonte, desde lo nacional-popular,  siempre ha sido pragmática y politicista, y en el caso argentino, bajo el modelo de “Nestor”: acceder, como sea, a espacios institucionales de poder –sin dejar las convicciones en la puerta- dentro de algunas concesiones necesarias; y en esa mezcla de rosca palaciega y reformas progres ir produciendo mejoras, pero siempre dentro de los límites de la magra democracia liberal que la dictadura nos legó. ¿Algo bajito nuestro techo, no? En este sentido, si bien fue acertada la definición táctica del Evita con respecto al kirchnerismo, el punto a discutir hoy es cómo van a llevar adelante su estrategia y qué transformaciones le imprimirán a la misma, ahora que no hay un liderazgo progresista que marque la agenda.

Para ello, vale recordar, que el movimiento Evita fue uno de los grandes mentores de la tan circulada frase en los primeros años del gobierno de Néstor: “El salto de lo Social a lo Político”. La imagen misma del "salto" mantuvo implícita la dicotomía que se buscaba superar, ya que, en un mismo movimiento, borró el carácter político de las luchas “sociales” previamente desarrolladas. El latiguillo “Con Néstor recuperamos la política” es toda una síntesis ¿No se juega ninguna dimensión de poder, de fuerza, en las construcciones populares previas al 2003  desdeñadas luego por “marginales” y “testimoniales”? ¿No empezamos a extrañarlas ahora que pasó el exitismo gubernamental y estamos completamente desarmados para enfrentar la guerra relámpago macrista?

El Evita, autores indiscutidos del “salto”, llevaron al paroxismo dicha concepción y se ve reflejada en la ambigüedad constitutiva de su política, aunque conjurada de un modo “movimientista”: audaces en los social (con un grado de inserción y abanico de alianzas con las distintas expresiones del campo popular, como ninguna otra organización kirchnerista –salvo La Tupac-) y conservadores en lo político. Como afirmábamos arriba, la noción de “política” para la militancia popular suele ser un punto ciego, en el que se filtra algo no muy elaborado: hablar de “política” supone reducirla a un criterio netamente administrativo, revestido de jerga épica, en la que cada coyuntura “se juega todo”. En otras palabras, maniobrar en las reglas de juego de la política liberal para reproducirse en una corporación que se recicla cada 2 años, e impulsar alguna que otra medida progre con carga simbólica para auto convencerse de que “no aflojamos”, “ni traicionamos las convicciones”.

Mientras se persista en esta concepción política no habrá auto crítica sincera de nuestro papel en estos doce años y en las razones de cómo llegamos a esta pesadilla: el desmantelamiento, en menos de seis meses, de todo el andamiaje de la “década ganada” por parte del macrismo en el gobierno, sin resistencia alguna desde una oposición de mayorías. Si la política “como herramienta de transformación” se vuelve un eufemismo para reproducir tu orga-pyme en el mercado marginal que te concede el establishment, se podrá sustituir al macrismo, pero no pondríamos  nunca en crisis la hegemonía conservadora que desde hace años se viene cultivando en nuestro país; todo lo contrario, seriamos parte ella “para ganarle a Macri” (como sea).

No se niega la necesidad de aprehender las reglas de juego del sistema e infligirle fisuras, disputar y crear alianzas con estructuras tradicionales. Pero nos preguntamos ¿En qué base de poder propia, en qué materialidad arraiga? ¿Cómo crear una fuerza de naturaleza diferente, inesperada en el tablero de la política instituida? Si no se activa una dimensión creativa de la política, actualmente obturada por nuestras propias concepciones y prácticas, no se podrá repotenciar el cúmulo de experiencias valiosas (con las que el Evita articula o se halla inmerso) en un plano superior, convirtiéndolo en un factor de poder novedoso. En otras palabras, si no se trasgreden los lugares comunes que regularon las practicas militantes de estos años no se podrá alterar el equilibrio de fuerzas que nos llevó a esta encerrona. Se podrán ganar elecciones, sí, yendo a la cola de un nuevo armado peronista, aportando un rostro “social” “comunitario” y “tercermundista”, pero no lograremos revertir las relaciones de fuerzas que impone esta nueva ofensiva del capital.

Sólo en la calidad de la fuerza política que podamos construir se prefigura la sociedad y el país al que aspiramos.

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