24/7, el sueño blanco del rendimentismo // Agustín Valle
Una lectura de 24/7, El
capitalismo tardío y el fin del sueño, de Jonathan Crary, desde la clave de
la subjetividad mediática.
1. La
vida (se) rinde
El
capitalismo produce continuamente pérdida y déficit. Si el valor de todo está
en su condición de ser medio para alcanzar cosas mediatas, la capacidad técnica
de participar sin interrupción en flujos deslocalizados hace que toda demora,
toda entrega a la profundidad de la localía, todo descanso, sea una pérdida. Una hora
apagado es una hora retrasado. Se produce o bien se padece, cada instante.
Cada
desconexión es pérdida (deuda), salvo que responda a un cálculo de conveniencia
productiva: calculo un tiempo de retirarme a un descanso, o una introspección,
o un trabajo en soledad, valorando cuánto rendirá al reconectar.
La
vida entera rinde, se rinde ante la eficiencia programática.
Programo
dormir siete horas, ocho el domingo, porque si duermo más pierdo tiempo, y si
duermo menos no rindo bien durante el día... Pero ¿y si los hábitos del régimen
de conectividad se hacen carne, y el cuerpo deviene terminal conectiva con
dificultad para que los tiempos de retiro, de soledad, de descanso, sean
efectivamente de retiro, soledad o descanso?
Y aún
más: ¿si fuera cada vez menos necesario descansar? La ciencia trabaja,
en efecto, contra el sueño. Lo hace a pedido de la razón bélica contemporánea,
que en sus centros más poderosos financia investigaciones para disminuir
drásticamente la necesidad de dormir -“liberarnos de la necesidad de descanso”.
Y no sería ni de lejos la primera vez que una innovación científica comenzara
en el área marcial para luego extenderse a la vida productiva. Más bien, puede
percibirse fácilmente una afinidad electiva: entre estas investigaciones (que
buscan mandar a territorio enemigo un comando de operaciones especiales capaz
de pasar tres, cuatro, siete días sin dormir ni tener los efectos colaterales
de disminución cognitiva que tienen las anfetas), y la vida
económico-comunicacional general, donde gruesas tendencias anti sueño son
evidentes.
Vida
“24/7”, según Jonathan Crary. Vida permanente, siempre despierta,
superadora de los ritmos fisiológicos, sin las distracciones de los fantasmas
oníricos, sin actividades que valgan sin rendir: tal el ideal 24/7.
El
capitalismo ya produjo dispositivos técnicos para la producción constante, para
el consumo constante. El único obstáculo para esa maximización productiva
permanente estaría siendo el “factor humano”. La vida 24/7, su
“tiempo que no pasa”, produce una concepción del cuerpo, donde su inherente
variabilidad rítmica debe ser superada. Un cuerpo homologado al ritmo de los
circuitos de producción (material y semiótica) permanente.
2. El
tiempo del capital (y su escollo onírico)
La
temporalidad 24/7 es la temporalidad del capital:
velocidad de rotación infinita, conversión de cualquier mercancía en flujo
abstracto, optimización de los instantes... Los circuitos electrónicos operan
la alquimia. Y a esta dinámica se adaptan los cuerpos.
Un
“tiempo sin espera” es ofrecido -y, en efecto, los ricos se distinguen porque
nunca esperan.
Es una
temporalidad de indiferencia, porque la variedad
experiencial se homogeneiza en patrones temporales. Un tiempo de disponibilismo
absoluto, propio de “un modelo no social de rendimiento maquínico”: no
social porque lo social toma la forma de una seudoutopía electrónica. Y es no
social porque el sueño depende en forma eminente de la sociedad: es gracias a
la sociedad que podemos abandonar la vigilia y entregarnos al sueño,
“custodiados por los otros” en un “temporario olvido del mal”.
Este
“espejismo capitalista de la poshistoria”, este “mundo idéntico
a sí, sin fantasmas, es decir sin la latencia del retorno de lo reprimido”,
mundo plano en su hiper velocidad, mundo indiferente (¿te caíste? Perdoná que
no te ayudo, estoy corriendo...), tiene un escollo enemigo englobado en “el
sueño”: el sueño abarca el tiempo efectivo de dormir, las actividades de
descanso en general (el sueño como paradigma de una potencia específica del
cuerpo), y también la oniria, las imágenes y experiencias que podrían
disruptir el continuum del rendimentismo y su obviedad.
El
proceso de socavamiento del sueño entendido como descanso y oniria es
inseparable, según Crary, de la capacidad política de soñar: de que los cuerpos
produzcan imágenes de entramados vinculares (sociales) más igualitarios.
La
temporalidad del semiocapitalismo tiene ese triple escollo en el sueño, donde
no puede extraer utilidad, y entonces lo socava. Crary señala que la globalización
neoliberal presenta una “intolerancia técnico-institucional contra el sueño y
la oscuridad”. Cada vez más la subjetividad (el conjunto de prácticas
que constituyen los modos de ser) consiste en procedimientos de adaptación a
los protocolos de esta disponibilidad permanente.
La
ciencia también ofrece el sueño -a la par que lo socava- comprimido como
mercancía. Y cada vez más gente duerme en “modo sleep”, sin entregarse
al abismo onírico, sin olvidar que ahí al lado, en la “mesa de luz” (qué
maravilla), está la ventanita a los sueños de la vigilia productiva: el gran
sueño blanco de “cuerpos adaptados a modelos maquínicos de duración y
eficiencia”. En ese sueño, dormir es para perdedores.
3.
Ilusión de autonomía, homogeneización de patrones
El libro
es pesimista. Pero no a modo profético; se limita a señalar. Cuánto se
desvaloriza lo no adaptable a las “interfaces con enlaces múltiples”, cuánto se
homogeneizan áreas vitales otrora sensiblemente diversas; cuánto el control y
el consumo orientado muestran una “abdicación de la responsabilidad por la
vida”. Señala cómo la proliferación desmesurada de imágenes que caducan muy
rápido, pero no terminan de desecharse, produce un despojo de futuro; y cómo la
aceleración constante en la producción de novedad produce un borramiento de la
memoria colectiva. Resultado, “el
espejismo capitalista de la poshistoria”.
Y
señala también la “ilusión de autonomía” propia de los usuarios más o
menos acomodados, ilusión de autonomía propia de la fragmentación y la privatización
de las vidas. “Micromundos con diferente contenido se sienten libres sin
advertir que repiten homogéneos patrones temporales”. Incluso individuos que
puede llegar a hacer creer en un uso “revertido” de los circuitos de
temporalidad 24/7, cuando lo que se ven son “usuarios como piezas
intercambiables de la misma desposesión masiva de tiempo y praxis”.
Esa ilusión
de autonomía es fundamento del “sistema global de autorregulación” o
“exigencia continua de autoadministración”, que no solo licúa el propio tiempo
sino que, a su vez, es inseparable de los ritmos de consumo tecnológico.
Los
cuerpos se ven traccionados por esta eternidad ansiosa y autoexplotada, en la
que el dinero soborna la infelicidad.
4.
Historia del 24/7 (fábrica, tele, internet; luz y abstracción)
La
historia material de este régimen empieza con la luz fabril. Ahí
inicia el desarrollo racionalizado de una relación abstracta entre tiempo y
trabajo. Ya Karl Marx señalaba que el primer requisito del capitalismo fue la
disolución de la relación “orgánica” con la tierra; y, en 1858, advirtió la
“aniquilación del espacio por el tiempo”, operada por la “continuidad
constante” donde se realiza una “transición fluida y sin obstáculos de valores
de una forma a otra”.
En
palabras de Crary, los medios de comunicación producen las “abstracciones
integrales del capitalismo”. Ese orden abstracto solo se generalizó después de
la segunda guerra mundial: el reino de la abstracción se monta sobre la tierra
yerma de la destrucción de los viejos lugares.
En la
década del 50, la TV fue un salto de inflexión como fuente de luz que
altera la construcción social del tiempo. La magnitud de su carácter
disruptivo pasó desapercibida por el horror de Hiroshima y Aschwitz. Pero la TV
masiviza la costumbre de que cualquier cosa pueda acoplarse con cualquier otra
-de que las cosas ya no tengan un lugar.
La TV
es clave en la transición entre el régimen disciplinario y el control 24/7.
Cataliza
la decadencia del mundo inmediato y palpable. (Es raro que prescinda de
analizar el cine, historia que de seguro no se le escapa).
Después
analiza la “segunda era” de la TV con el cable (la programación 24/7), la
videocasetera, los videojuegos.
Hasta
llegar a la Internet.
Internet
da lugar a la eficencia máxima, en su carácter permanente, es el soporte de la oposición
entre la temporalidad 24/7 y la capacidad de ensueño.
5.
Hombre eléctrico (un sueño acabó)
El
modelo práctico de humanidad consiste cada vez más en asimilar los movimientos,
entendimientos y protocolos del cuerpo y la psique a los propios de los
circuitos electrónicos y las interfaces 24/7. Este es el
señalamiento principal de Crary en lo relativo a la subjetividad.
“Uno
no puede entrar literalmente en ninguno de los espejismos electrónicos que
constituen el mercado del consumo global, uno está obligado a construir
compatibilidades fantasmáticas entre lo humano y un universo de elecciones que
es, en definitiva, inhabitable.”
El
libro no es una propuesta de liberación; es un diagnóstico de la sujeción,
claramente parado en el primer mundo, sin considerar las violencias materiales
que en realidad forman un continuo con las violencias enajenates del alma. Es
debordiano: alza su voz contra la “producción continua de la soledad como base
del capitalismo.”
Para
Crary, el “biocidio” en marcha en el planeta es posible gracias a la fantasía
de emancipación de la naturaleza y dependencia suficiente de la tecnósfera.
Los
mínimos señalamientos vitales o alegres que hace pueden sintetizarse en dos:
Uno, que
las plataformas electónicas pueden subordinarse a encuentros. Es decir, los
medios son recurso subjetivante (aumentan la fuerza nuestra) si se les
restituye su carácter de medios (destrabándolos de la permanencia y del
funcionamiento como medio vacío que es un fin en la práctica).
Dos, el
reservorio propio del sueño defendido. Según Ferrer, “las potencias
visionarias del sueño, que resisten al desencantamiento racionalista”.
Según
Crary, “la esperanza de alcanzar, cada noche, ese estado insensible de sueño
profundo es, al mismo tiempo, la anticipación de un despertar que tal vez
contenga algo imprevisto”. Además, “la ausencia temporaria del durmiente
contiene siempre un vínculo con el futuro, con la posibilidad de renovación y
por lo tanto, de libertad”.
Podría
traducirse en la triple potencia vital del sueño enunciada más arriba:
El
dormir como espacio de placer y cuidado arrebatado a la inercia rendimentista.
El
descanso ocioso (la vagancia) como modo de actividad no utilitarista.
La
oniria como espacio de producción de valores, imágenes, afectos, que desmienten
el continum de la obviedad 24/7. La oniria habitada, decidida, como hábito.
El
sueño -en general- como mínima rebeldía, como instinto -decidible- de trinchera
defensiva ante los requerimientos -la demanda y el motivacionismo- constantes
de la luz eterna.