Rajoynato, municipalismos, sistema de contrapoderes // Raúl Sánchez Cedillo
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1. Sobre
las características del rajoynato, contingencia y necesidad
2. La larga historia del “sistema político de pluralismo limitado”
3. El atolladero estratégico tras el final de la hipótesis populista.
Podemos y la tortuga. Las paradojas de la autonomía de lo político.
4. Ecología abierta de contrapoderes en red. Municipalismos, pluralismo
institucional, procesos constituyentes y fijación constitucional.
5. De lo orgánico a lo cyborgánico y del partido a la plataforma
Vivimos en el rajoynato. Desde 2012 Mariano Rajoy ha
conseguido validarse como la opción menos mala para la supervivencia de la
constitución material del régimen del 78. No le han faltado pruebas de fuego:
la corrupción sistémica de su partido; la crisis de la deuda pública de julio
de 2012, salvada in extremis por la
intervención de Mario Draghi; el desafío del soberanismo en Cataluña, que este
otoño lanza su último envite; el mayor ciclo de protestas y movilizaciones de
los últimos 40 años que dio comienzo con el 15M; al mismo tiempo, mantiene
unido a su partido a pesar de las tentativas de romperlo o de imprimirle un
giro aún más derechista y contrarrevolucionario por obra de los Aznar, Aguirre
y los ex combatientes del periodo ETA; y, por último, la emergencia de una
alternativa institucional al vigente sistema de partidos y de formación de la
voluntad política –el nexo partidos-IBEX35, para simplificar[2]–
de la mano de Podemos y de las confluencias municipalistas a lo largo y ancho
del Reino de España. Cuando escribimos, las suertes del gobierno de Rajoy
parecen ser oscuras ante el irresistible ascenso del PSOE de Pedro Sánchez. Sin
embargo, la partida no está ni mucho menos cerrada, y trataremos aquí de
explicar por qué.
1. Sobre
las características del rajoynato, contingencia y necesidad
Si hablamos de rajoynato lo hacemos para señalar, en
primer lugar, que se trata de una solución provisional que sólo puede
entenderse unida a la persona del actual presidente del gobierno; y, en segundo
lugar, que se trata de una solución de excepción. En este sentido, el rajoynato es la forma específica del estado
de excepción de intensidad variable que rige en todo el planeta. Tal estado de
excepción rige en particular en la Unión europea, desde que la crisis del modo
de acumulación financiera puso fin a la hegemonía del extremo centro neoliberal
en prácticamente todos los países miembros de la UE, con la excepción de
Alemania y el frágil retour à la normale
de la Francia de Macron. En efecto, no entenderemos la persistencia del rajoynato, ni las claves de su posible
desestructuración y desestabilización, fuera de una mirada que adopte el
sistema europeo como base del análisis.
Sin embargo, no cabe
hacerse ilusiones. Tras el desconcierto inicial de las élites europeas ante la
profundidad y la virulencia de la crisis del modelo de acumulación financiera,
el futuro inmediato de la democracia liberal se juega en torno a distintas
variantes del “pluralismo político limitado”. Esto quiere decir que el cursor
político se está desplazando hacia la derecha sin dejar de apuntar en sentido
“de arriba abajo”. Lo que se está configurando en los países de la Unión es una
tentativa de containment de las
amenazas antisistémicas. La principal diferencia respecto a la doctrina del containment elaborada por George F.
Kennan es que la principal amenaza para las democracias liberales oligárquicas
no es un sistema de Estados socialista, sino un conjunto abigarrado de procesos
de ruptura, de disolución y destitución que no pueden quedar comprendidos en
una sola entidad hostil cual fuera el “comunismo” o, en los últimos 40 años, el
“terrorismo”. Las diferencias entre la amenaza antisistémica que expresan las
revueltas y levantamientos antioligárquicos de 2011 respecto a la amenaza que
expresan las fuerzas del “fascismo blanco”[3]
europeo son manifiestas y no merecen aquí mayor comentario.
Pero la ceguera de
los comentaristas políticos de la democracia neoliberal se expresa en su
generalización del uso del término “populismo” para englobar todos estos
fenómenos. De esta suerte, el “momento populista” adolece ab ovo de esa heteronomía y/o heteronominación en los contextos
europeos. Decirse “populista” es ya en la práctica defensivo y no ofensivo,
hasta tal punto que con el tiempo uno puede acabar como Íñigo Errejón,
diciéndole al PSOE aquello de: “¿Qué es
populismo? ¿Y tú me lo preguntas? Populismo eres tú”. Ningún momento
populista ha tenido relevancia alguna en la historia política europea, ni, como
estamos comprobando, habrá de tenerla en los próximos años. De hecho, el
espantajo del “populismo” está siendo utilizado con relativa eficacia por las
elites neoliberales del subsistema europeo, a pesar de o tal vez gracias a
Donald Trump.
2. La larga historia del “sistema político de pluralismo limitado”
La experiencia de la
República de Weimar fue una fuente de aprendizaje para el pensamiento antidemocrático
español de los años 30 y 40[4].
La obra académica y política de Javier Conde y de su discípulo Jaime Linz está
atravesada profundamente por la enseñanza del catolicismo fascista de Carl
Schmitt y su teoría del Estado y de la norma política y jurídica. No en vano,
Carl Schmitt es el pensador de la guerra civil como fundamento de lo político.
Y fue la “Gloriosa cruzada” del 18 de julio de 1936 el elemento existencial
fundante de toda norma surgida del franquismo, incluida nuestra forma del Estado
y en buena medida nuestra constitución vigente. Tal vez entendamos mejor este
marco variable de la estrategia de dominio político de clase –variable pero al
mismo tiempo isomorfo en un sentido estructural y funcional– si planteamos que
la solución fascista y exterminista que da la victoria al franquismo determina
una acumulación primitiva de poder de mando, y que esa acumulación permite
abordar el problema de las clases populares, el desarrollo capitalista y las
compatibilidades del régimen franquista con el subsistema europeo occidental
con una capacidad de maniobra extraordinaria. Del “Estado campamental” (que
corresponde al ejercicio del caudillaje) al sistema político de “pluralismo
político limitado” –una monarquía “vacante” según las Leyes fundamentales de
1947– tiene lugar un despliegue estratégico innegable, que sólo puede
comprenderse remitiendo al contexto de sobredeterminación anticomunista bajo
hegemonía estadounidense, que produce un nuevo enfoque de las relaciones entre
democracias constitucionales liberales y dictaduras anticomunistas. La
continuidad del régimen franquista, esto es, la unidad política existencial
amenazada por el movimiento obrero y el movimiento comunista internacional,
sólo podía garantizarse con arreglo a un esquema dinámico de desarrollo
capitalista controlado, donde los agonismos internos del régimen franquista
permiten definir un “pluralismo político limitado” y donde las economías de
escala fordistas definen el horizonte de “modernización” en torno al cual se
crea el proyecto estratégico de la “sociedad de clases medias”. Paz, seguridad,
modernización, ascenso social se tornan un proyecto viable en los márgenes
políticos e industriales del proceso de integración europea[5].
El anticomunismo inherente al “sistema de pluralismo político limitado” vive en
el régimen franquista tardío como alternativa interna del “Estado del
desarrollo” o del “Estado plan” del fordismo avanzado. La gran prueba de fuego
de esta estrategia sobredeterminada vendrá con la desaparición física de Franco
y el inevitable cambio en la forma del Estado.
Hoy, la paradoja es
que, tras los efectos de la dictadura comisaria en la UE, vivimos ya en una
república de facto bastante sui generis. Presidencialista y ejecutiva,
provisional sine die. La dictadura
comisaria en vigor en la UE impone que las mayorías parlamentarias respondan a
la verticalización y ejecutivización de las decisiones. En este marco, si es
preciso romper un partido que es un pilar del régimen, como el PSOE, no se ha
de vacilar en hacerlo. Desde 2012 no hay una verdadera jefatura del Estado
conforme a la Constitución de 1978, porque falta el imperium y apenas queda una brizna de auctoritas. La república regente de Rajoy anula la división
constitucional de poderes y el papel de la Jefatura del Estado porque se coloca
como suplementación del poder constituido y al mismo tiempo, por su carácter de
solución excepcional, no puede formular ni operar ninguna actuación en la que
entren en juego las fuentes del poder constituyente, salvo aquellas, jibarizadas,
del parlamento salido del sufragio, pero no en tanto que poder legislativo y de
control, sino como cámara consultiva. De este modo, lentamente, el 15M habrá
asestado el golpe decisivo a la Segunda restauración, abriendo el tiempo de la
república presidencialista vacante en la que vivimos.
Sin caer en las
comparaciones estrambóticas que amalgaman a Rajoy a un discípulo de Sun Tzu, lo
cierto es que Rajoy presenta las cualidades que exige la fase actual de la
crisis civilizatoria del capitalismo. Si Nikolai Bujarin veía en las teorías de
Böhm-Bawerk, supuesto refutador de la teoría del valor marxiana, una “economía
política del rentista[6]”,
hoy cabe decir que Mariano Rajoy es el político adecuado para la gestión del tour de force del bloque de poder financiero
y rentista que domina la Unión Europea. Mariano Rajoy actúa administrando y
esperando, como se espera la renta y se teme su retraso o su merma. En una
situación como la española y en una coyuntura como la europea-global, Rajoy
sabe que los axiomas de la continuidad del Estado y de los intereses que tiene
bajo su potestad garantizan, con el rigor de los vencimientos, su posición de
única opción viable en la jefatura del Estado y en el cargo de primer ministro
de la república regente de la renta parasitaria. La forma del futuro en Rajoy
es la del vencimiento.
Renta y por ende
procura de la seguridad. Renta y, por lo tanto, cálculo actuarial de los
riesgos. Rajoy regenta una empresa de seguros, que es a lo que más se asemejan
las estructuras estatales con pretensión nacional en la actualidad. Si
extendemos el comportamiento criminal de las instituciones financieras al
conjunto del sistema de partidos, cabe decir que el rajoynato vende seguridad, plazo fijo para el conjunto de
perceptores de rentas del Estado, de pensionistas a funcionarios a parados de
larga duración, mientras que garantiza la salvación para todos los perceptores
de renta variable vinculados a las instituciones financieras. Para el resto,
Rajoy vende “acciones preferentes”, hipotecas subprime, todo tipo de productos tóxicos gubernamentales. El
“sentido común” vinculado y promovido hasta la saciedad por el rajoynato consiste en lo siguiente: solo
la obediencia política produce renta y/o supervivencia. Quienes pretenden
terminar con el régimen podrían terminar a su vez con la jerarquía de las
rentas garantizadas de obediencia política. A quienes aducen, como en nuestro
caso entre muchos miles, que un régimen político de crecimiento basado en la
renta parasitaria y en la destrucción de fuerza productiva y de los potenciales
ecológicos es inviable y ha de terminar estallando, con consecuencias
gravísimas para la mayoría y para la cohesión social y territorial, el rajoynato replica con la hoja de
servicios desde 2012 hasta hoy: un país mutilado y sin otro futuro que el de un
persistir vegetativo, pero que si no hubiera respetado la regla de la
obediencia al poder de mando financiero europeo y a sus jerarquías de la renta,
estaría en camino de su propia desaparición histórica y política, o probablemente
habría abandonado la senda constitucional, con consecuencias sociales
inimaginables.
De esta suerte, para
entender la relativa estabilidad del rajoynato
tenemos que entender la transacción de expectativas sociales y políticas en las
que se basa: el miedo que promueve activamente es un miedo basado en la
gubernamentalidad neoliberal, no en el recurso posible a la violencia del
Estado. Se trata de que individuos, familias, entidades colectivas, introyecten
ese cálculo de riesgos, en el que la identificación con el tronco histórico de
la forma Estado española por parte del rajoynato
sirve de título de garantía de una mediación contra un peligro sistémico que es
entendido como riesgo ambiental, desguarnecimiento, precariedad ontológica
generalizada. La forma misma de la “estabilidad” en la que se basa el rajoynato –la garantía de las rentas y
de su jerarquía parasitaria mediante el desarrollo y la promoción estatal de
las sucesivas burbujas inmobiliarias, de obra pública y del capitalismo de
plataformas– contiene la certeza de la recesión, pero no como un riesgo mortal,
sino como un estado específico con el que ha de medirse el sistema de
pluralismo político limitado. Aquí reside la gran diferencia respecto al
periodo del franquismo tardío y del régimen de pluralismo consolidado por la
constitución de 1978 o, si se quiere, por la Segunda restauración borbónica. Ni
en el Reino de España ni en el conjunto de la UE cabe hablar hoy de un sistema
de Estados del desarrollo, sino de una completa financiarización de las fuentes
de poder de los Estados (y, en esa medida, de una redefinición radical de su
supuesta soberanía), donde estos funcionan como “Estados de (in)seguridad”[7].
Cabe preguntarse qué
habrían hecho hoy los cerebros politológicos de la transición, de Conde a Linz.
¿Es el rajoynato un régimen
autoritario de pluralismo limitado, o más bien es esa la tendencia a la que
apunta la triple alianza aún en vigor, a pesar de Pedro Sánchez?
Recordemos también
que, en ciertos pasajes, Gramsci considera que la “forma” misma de la
democracia en su versión democrático liberal de Estado de derecho, es la
hegemonía política de la clase burguesa en cuanto tal.
Rajoy persiste porque
mide los choques según la ocasión propicia y porque es capaz de conocer a los
adversarios a partir de sus fechas o motivos de vencimiento, de su proceder en
el tiempo del proceso político normal. Las inyecciones de liquidez y solvencia
del BCE; la reforma laboral de febrero de 2012; el comisariamiento fiscal de
las instituciones públicas por obra de la llamada Ley Montoro; la acción
concertada de transferencia de rentas populares hacia el sistema del IBEX35
aseguran las bases del reinicio del proceso de la burbuja, en las condiciones
de una grave inseguridad social para las clases subalternas y empobrecidas. La
definición y el control relativo de esa temporalidad ha sido la mejor garantía
de domesticación de la alternativa antisistémica que al menos hasta las
elecciones del 26 de junio de 2016 podían expresar Podemos y las confluencias.
No obstante, la gran
vulnerabilidad de Rajoy está en las des-coyunturas, en los puntos de inflexión,
donde opta por la mínima acción y por la acción vicaria, tal y como acostumbra,
a sabiendas que nada, salvo su ausencia de obra, está en sus manos. Pero en
tales momentos se exige tanta inacción como intervención decisiva, se exige
acción y representación soberana de la misma. Tal era la coyuntura del primer
semestre de su gobierno, y solo Draghi con su intervención decisiva vino a
modificarla desde su despacho de Francfort. El rajoynato entra en crisis cuando las protestas y sus capacidades de
afectar y ser afectadas salen de los circuitos de neutralización política parlamentaria
y mediática y construyen un sistema red de contagio, enunciación, deliberación,
desobediencia. Las grandes conmociones de la opinión pública son un veneno
corrosivo para la lógica actuarial del rajoynato,
incapaz de prever los acontecimientos, de medir su importancia y extensión, de
establecer gradientes de seguridad-miedo en condiciones de neutralizar y
desactivar los grandes procesos de contagio y subjetivación colectiva asociados
a todo sistema red de protestas. Tal es el plano hojaldrado de un sistema de
contrapoderes, en cuyas consistencia y persistencia la radicalidad democrática,
la autonomía y la condición distribuida inherente a los municipalismos cobran
un papel decisivo, que estaba ausente en el 15M.
3. El atolladero estratégico tras el final de la hipótesis populista.
Podemos y la tortuga. Las paradojas de la autonomía de lo político.
En el momento en que
escribimos, pagamos la cuenta de las irreversibilidades: de una manera u otra,
con entusiasmo o con canastos de reservas, le hemos entregado la capacidad
política a Podemos, a los gobiernos municipales, a una leva de representantes,
asesores, liberados, creciente en número y crecientemente cansada, desorientada
e impolítica. Y, aunque es ley de vida en todo ciclo de neutralización o restauración,
todavía al margen de los circuitos de corrupción y expolio de rentas.
La “máquina de guerra
mediático-electoral”, que había sido el as en la manga de la mayoría de los
dirigentes y fundadores de Podemos para establecer el modelo de partido-empresa
en el Congreso fundacional de Vista Alegre en noviembre de 2014, ha venido a
enfangarse en la viscosidad del tiempo financiero y fiscal del rajoynato.
Hoy se plantea a
todas luces el problema de cómo salir de la trampa, del trade-off entre conservación del poder institucional y movilización
no controlada en el que se ha dejado atrapar Podemos y buena parte del
municipalismo. La enfermedad, que ya conoce casos terminales, se conoce popularmente como “gobernismo”.
Sin la energía
negativa del espacio político que se creó entre 2009 y 2010 la probabilidad de
un 15M habría sido muy escasa. Y sin la consistencia expansiva y destituyente
del 15M el sistema de partidos e instituciones de la Segunda Restauración
habría permanecido casi intacto. Como ha recordado recientemente Isidro López[8],
si en vez de un sistema red abierto y autopoiético, indigerible por el sistema
vigente, las fuerzas del 15M se hubieran empleado en armar un artefacto
político electoral inmediato, el tiempo
constituyente de la sociedad de las luchas se habría visto truncado,
facilitando no solo la recuperación por parte del sistema de partidos y medios,
sino también y sobre todo malogrando la vacuna contra las variantes de la
guerra entre subalternos y de fascistización de las clases medias en
descomposición.
El proyecto de
autonomía de lo político que promueve Podemos ha entrado en una fase regresiva,
quién sabe si terminal. Esto se entiende mejor si decimos que, cuando surgió,
Podemos podía aspirar a resolver algunos de los problemas que estaban
bloqueando el proceso constituyente de otra sociedad desde su big bang en el 15M: en primer lugar, el
problema de expulsar del gobierno central a las elites políticas de la
austeridad y el expolio financiero (simplificando, el “PPSOE” y sus variantes
catalanas); gobernar deshaciendo los agravios o restituyendo los derechos y
conquistas destruidas; y, por último pero no obstante lo principal, gobernar
las libertades, esto es, desarrollar una gubernamentalidad que no es pasiva ni
activa, sino estratégica respecto a las tensiones, las demandas, las
constricciones y sobre todo los contrapoderes en el espacio tiempo político.
Esto quiere decir gobernar desde la conciencia estratégica de los límites y las
servidumbres del “gobierno del Estado”, es decir, adoptar una modalidad
“perversa” de la gubernamentalidad neoliberal. Esta alberga potencialidades de
las que carecen, en el marco geopolítico europeo, las ilusiones musculares del
“gobierno fuerte” tan caras a lo nacional-popular en sus distintas variantes,
así como las aspiraciones de “alma bella” que quieren un gobierno que no
gobierne, que deje hacer o se subordine a los mandatos desde abajo de la
ciudadanía, los “organismos de gobierno popular” si existieran o incluso los
“contrapoderes” entendidos como grupos de presión social organizada. En tanto
que perversa, esta gubernamentalidad es capaz de actuar sobre las acciones
posibles de los otros, a partir de un diagrama de agonismos y antagonismos
políticos y sociales de la formación social española y europea. Esta
gubernamentalidad perversa no aspira, con sus acciones estratégicas, a gobernar
los desequilibrios sociales sino a preparar las condiciones más favorables para
los procesos constituyentes que recorrer la sociedad. Ni activo ni pasivo, sino
estratégico. Cabe concebir de esta manera el “menos malo” de los gobiernos
posibles.
No cuesta pensar que
un gobierno de Podemos + confluencias habría podido abordar con cierto éxito
los dos primeros problemas. Nada lleva a pensar, sin embargo, que, en el caso
de Podemos (y muchísimo menos en el caso de IU o de las tentativas de “partido
orgánico” en curso) se conceda la menor relevancia o estudio al tercer
problema. Lo mismo puede aplicarse, a nuestro entender, a experiencias
organizativas de “notables” como Barcelona en Comú, hoy centro del “partido
orgánico” catalán con el nombre de Un País en Comú.
4. Ecología abierta de contrapoderes en red. Municipalismos, pluralismo
institucional, procesos constituyentes y fijación constitucional.
Cuando no se ven las
ventajas comparativas de acometer una reforma o una revolución, porque el
adversario no termina de pudrirse y dividirse y los interesados en la
revolución no parecen ni suficientes ni lo bastante resueltos, entonces
conviene centrarse en construir en las luchas las instituciones de contrapoder.
Solo las instituciones de contrapoder permiten estar en condiciones de hacer de
la revolución una reforma radical y de la reforma radical una revolución
profunda.
Parafraseando a
Artaud, tenemos una tarea: en finir avec
la topologie conventionelle: no solo izquierda/derecha, también
abajo/arriba. Es necesario romper con las dicotomías entre horizontalidad y
verticalidad. Ahora bien, ¿cómo hacerlo? En nuestro caso, cuando hablamos de
verticalización de los contrapoderes, ¿en qué se distingue ello de “jugar” en
el terreno de la autonomía de lo político? Sin duda tenemos que introducir la
noción de un operador de transformación topológica que transforma el espacio
tiempo y sus texturas en su proceso de constitución política y ontológica.
La noción de
contrapoder dista mucho de ser clara. Mucho menos claro está que podamos
utilizarla como una noción operatoria en la coyuntura europea hoy. Cuando, en
relación al electoralismo de Podemos y otras fuerzas –basado, no lo olvidemos,
en la idea de que “hay que tomar el gobierno (o las funciones ejecutivas del
Estado) para luego poder introducir políticas de cambio”– se introduce la
objeción de que no puede haber cambios legislativos efectivos, ni actos de
gobierno transformadores viables sin luchas populares, sin iniciativas desde
abajo, sin “contrapoderes sociales”. Y se trata de una objeción justa, que no
hace mucho Pablo Iglesias recogía como enmienda de la narración unilateralmente
electoral y mediática previa a las elecciones generales del 26J de 2016[9].
Allí, los contrapoderes forman parte del proceso de construcción del “bloque
histórico” y de su “partido orgánico”[10].
En este esquema, incomparablemente más realista que la fábula taumatúrgica del Blitzkrieg electoral, hecho de
“transversalidad” y de las que se antojaban formidables cadenas
equivalenciales, lo que se hace es devolver la problematización allí donde
había quedado varada, a la crisis del eurocomunismo de finales de la década de
1970. No fueron Santiago Carrillo, con su indigesto Eurocomunismo y Estado, ni las piezas de Enrico Berlinguer al
respecto –entre el golpe contra la Unidad Popular chilena del 11 de septiembre
de 1973, el “compromiso histórico” y la gran derrota sindical y política del
otoño de 1980 frente a la FIAT– los que contribuyeron a arrojar luz sobre este
problema. Antes bien, debemos a los últimos trabajos de Nicos Poulantzas la
exposición más adecuada del problema de la destitución, la ruptura y la “toma
del poder”. Aunque junto a la exposición del problema nos queden las aporías de
la práctica, que tampoco el ciclo latinoamericano de los 2000 ha conseguido
superar. Como sabemos, Poulantzas combina una crítica rigurosa de la concepción
del Estado como objeto, instrumento, o sustancia (proponiendo en su lugar una
concepción relacional y estratégica del Estado como condensación de relaciones
de fuerzas entre clases, que su vez son cambiantes en la lucha) con el
señalamiento de las aporías en las que incurren tanto la concepción
socialdemócrata (y por añadidura eurocomunista) como las concepciones de la
ruptura revolucionaria mediante la resolución favorable de la situación de
“doble poder”. Simplificando, para Poulantzas ambas concepciones son incapaces
de pensar la articulación del Estado de derecho con las formas consejistas y de
radicalidad democrática, apostando por unas en menoscabo de las otras[11].
Aquí es donde un concepción débil, “alternativa” o “resistencialista” de los
contrapoderes tampoco puede ayudarnos a pensar la situación actual. Los “contrapoderes”,
entendidos como dispositivos y organismos de lucha y decisión radicalmente
democráticas –cuando lo son– no pueden aislar al Estado, ni desarrollarse
“desentendiéndose” de este. En primer lugar, como hemos recordado, porque el
Estado es solo una “forma”, un “centro de gravedad desde el que se ejerce la
dominación” (Poulantzas) y en cuanto tal es móvil, flexible, relacional y
estratégico. Y, en segundo lugar, porque si tales contrapoderes expresan
intereses y proyectos de lucha de clases emancipatorios, podremos tener un
campo distribuido y difuso de batallas, pero no podemos evitar la atracción del
centro de gravedad estatal hacia una dualización.
Sin dejar de poder
reconocerse en los esquemas de la modernidad y de sus antagonismos (antimodernidad)
y alternativas de constitución (altermodernidad), en la medida en que manejamos
una idea materialista de poder tenemos que apuntar a los rasgos de novedad que
todo poder histórico presenta. Si hablamos de contrapoder lo hacemos de
contrapotencia, esto es, de un operador productivo y constitutivo.
Señalemos para
empezar las operaciones críticas necesarias para trabajar estratégicamente con
la noción de contrapoder:
A) Inmanentización del poder como relación.
En este sentido, si el Estado es una forma en la que se condensan relaciones de
fuerzas (de poder de mando) entre las clases, la forma Estado es inmanente
respecto al campo social de los contrapoderes. Esa inmanencia es completa
cuando la forma Estado, financiarizada, relativizada, interdependiente en las
redes híbridas de poder global, está subsumida plenamente en ciclos de
acumulación que son completamente políticos, es decir, ciclos cuya dinámica
solo se explica a partir de una matriz de antagonismos globales de clases.
B) Unilateralización, donde mediante esta
operación lo que tenemos ya no es el par, siempre asimétrico-transcendente,
entre Poder y contrapoder(s) o Estado y resistencias: el Poder no es más que un
concreto “plegado” de contrapoderes; el “gobierno” es un contrapoder; todo poder
es una relación que presupone gradientes de potencia (de trabajo vivo) que se
ejercen estratégicamente para construir poder de mando, dominio, subordinación,
obediencia, consentimiento. Pero tales operaciones son completamente isomorfas:
tan ejercicio de contrapoder son las maniobras financieras, fiscales y
policiales del rajoynato como, por
ejemplo, lo son las iniciativas del independentismo catalán. Contrapoder(s) y/o
contrapoder(s), uno(s) frente, con, contra otro(s). Ninguna transcendencia,
sino sólo, como escribe Spinoza,el hecho de que “los peces gozan del agua y los
grandes se comen a los chicos”[12].
C) Pluralización; los contrapoderes son
multiplicidades; consisten en distribuciones combinables, composibles,
ensamblables, pero siempre en dimensiones de multiplicidades fractales, de
donde siempre tenemos un número fractal de contrapoderes, esto es, donde las
distribuciones posibles no son reducibles a la unidad. Las relaciones
fundamentales entre distintas distribuciones de contrapoderes son de antagonismo
o de agonismo, y en el proceso real siempre tenemos distribuciones mixtas de
comportamiento de antagonismo y agonismo entre distribuciones concretas de
contrapoderes. Los procesos de inteligencia estratégica determinan
centralizaciones, enjambres, dualizaciones, diseminaciones de los
contrapoderes, pero solo en la cabeza de los teólogos de lo político
encontramos la Unidad que no sea puramente táctica o estratégica, nunca
sustancial o estructural, tanto en las distribuciones de forma Estado como en las
concatenaciones de contrapoderes.
D) Positivización; estas características,
que remiten a una positividad del contrapoder en cuanto tal, y a afirmar que el
poder de mando (o todo Poder o Estado con mayúsculas) precisa ser un
contrapoder como condición de su resultado eficaz, nos lleva a prescindir
provisionalmente de las nociones del contrapoder entendido como función
negativa, correctiva o equilibrante. Tal es el caso de las procedentes de la
tradición liberal (las funciones constitucionales del contrapoder, entendido
como countervailing power, checks and balances; la función de
contrapoder en la división de poderes del Estado de derecho); también de las de
la tradición teológico política y iusnaturalista (el ius resistentiae que, por derecho natural, legitima el tiranicidio)
y de la tradición socialista y comunista (tanto la dialéctica negativa del
“contrapoder” à la Holloway como el
doble poder bolchevique y leninista; pero tampoco nos encontramos en el
horizonte inconcluyente y irresoluble de los “contrapoderes en la democracia de
la influencia”, tal y como los conciben François-Bernard
Huyghe y Ludovic François)[13].
Con tales
consideraciones en mente, se presenta un problema que podríamos definir como el
problema de la democracia del común en el juego de las dualidades. Lo
teológico-político se presenta como un juego de dualidades insolubles salvo
como mediación o Aufhebung
recuperadora.
Lo político se
encierra en la dualidad, y admite la terceridad como mediación o como
transcendencia: desde el modelo de la Trinidad al de la separación de poderes.
La ruptura con lo teológico político pasa por un tratamiento dividual de la
numeración. De esta suerte, el tres no es la captura en la triangulación
edípica o dialéctica, sino que es el desvío, la inmediación de una serie n-1. Con el tres comienza la
multiplicidad[14].
En este esquema de un
sistema de contrapoderes, el papel del municipalismo resulta crucial. El
carácter radicalmente democrático al que se prestan con rasgos de cercanía y
concreción las instituciones de gobierno municipal ya ha sido señalado con
frecuencia. Pero cabe prestar atención a las metrópolis y ciudades del Reino de
España como una red capaz de soportar redes bayesianas de contrapoder, capaces
de determinar una fijación constitucional de su autonomía y de sus formas de
democracia. Atendiendo al problema de la unidad soberana, el sistema de
contrapoderes, que tiene en el municipalismo su estrato fundamental, se muestra
capaz de llegar a pactos constitucionales que permitan estabilizaciones relativas
Asimismo, las
batallas internas del movimiento municipalista desde 2015 son una buena
ilustración de esa evolución –no necesariamente feliz, no hace falta decirlo–
de las redes bayesianas de contrapoder. Por ejemplo, en el caso de Ahora
Madrid, el objetivo compartido de ganar o al menos consolidarse como
contrapoder en el ayuntamiento madrileño permitió un juego arriesgado, pero
finalmente eficaz, entre estrategias agonistas y antagonistas. La apuesta y el
método de Ganemos[15],
basado en la radicalidad democrática y en su reflejo en los métodos de votación
digital (el sistema Dowdall, para simplificar), tuvo que enfrentarse a la
estrategia casi antagonista de Podemos Madrid, que llegó incluso a jugar al
juego de la gallina, amenazando en el último momento con una espantada de la
confluencia. Ganemos Madrid, en lugar de amilanarse, decidió hacer algo
imprevisible, que fue publicar tales amenazas, que se habían hecho fuera de los
focos. Esto hizo que la posición de partida de Podemos, que fue siempre a la
zaga de Ganemos en el proceso madrileño, tuviera que rectificar y avenirse a la
confluencia en los términos de radicalidad democrática que habían fijado las
asambleas de Ganemos. Se trata de uno de los ejemplos más logrados de la
validez de las estrategias ago-antagonistas o convergentes, que presuponen la
imposibilidad de consensos duraderos entre actores e intereses heterogéneos,
pero permiten hacerlos bayesianamente productivos en un cuadro pluralista de
agentes y contrapoderes.
5. De lo orgánico a lo cyborgánico y del partido a la plataforma
Tras la resaca del
periodo electoral, comprobamos que la idea de un “partido orgánico” de
inspiración gramsciana tan sólo apunta, en las condiciones presentes, a dar un
nombre digno a la suma de siglas, grupos y corporaciones de la sociedad
política y civil de la izquierda. Pero ese sumatorio no solo dista mucho de ser
orgánico, por más voluntarismo o “liderazgo” que se le inyecte, sino que es
también completamente insuficiente. Conforme a nuestra propuesta de un sistema
de contrapoderes, entendido como máquina ontológica y política del cambio
constituyente, el “partido orgánico” sólo puede ser una parte, cuyo papel
determinante, subordinado, táctico, etc., dependerá de las composiciones de los
vectores éticos, políticos del sistema red de contrapoderes, que a su vez
dependen en grado determinante de las evoluciones del rajoynato y del subsistema europeo.
Por el contrario, si,
gracias a la experiencia reciente, conseguimos librarnos de la superstición de
la autonomía de la esfera de lo político-estatal y consideramos el
funcionamiento real de los sistemas red desde el 15M, lo cierto es que
necesitamos un proceso ciborganizativo
completamente distinto. No se trata de establecer una dicotomía entre un
partido (o la criatura aún desconocida llamada “partido movimiento”) y sus
inevitables jerarquías y liderazgos, frente a una organización distribuida,
relativamente anónima o de débil personalización. No, no se trata de una
reformulación de esa vieja cuestión. Se trata más bien de que, en la dimensión
bio y tecnopolítica política del poder, la rebelión, la explotación y la
emancipación, que es en la que vivimos, sólo un enorme proceso de trabajo,
evaluación, inferencia y decisión colectivas, multitudinario, distribuido, puede
hacer verosímil la apuesta por una democracia contra la austeridad y la
dictadura comisaria actuales.
El proceso
ciborganizativo es el único que puede dar cuenta de la potencia política
adecuada a cada singularidad de contrapoder, en el que el telos del proceso no es (sólo) “el Estado”, “el gobierno” o “los
parlamentos”, sino el proceso de transición a una sociedad en la que las
instituciones del común son hegemónicas respecto a las instituciones del
capital, y en la que los actos de gobierno y las instituciones coercitivas
están sometidas, de facto y de iure, al procedimiento ciborgánico de validación
en el sistema de contrapoderes. El proceso ciberorganizativo construye los
algoritmos y prepara las decisiones de la constitución del común en cada momento
de su determinación política, histórica y geográfica.
Las redes aprenden, y
los contrapoderes también. La tradición bendita de la multitud y del Estado
dice que los muchos son caóticos y no se pueden organizar. Esa es la
justificación de la unicidad y la transcendencia del poder, corregida por un
sistema de controles y contrapesos. Sin embargo, cada vez más sabemos que no
hay decisión sin computación previa, y que la mejor computación es la
distribuida. Y asimismo sabemos que la computación implica algoritmos y que los
mejores algoritmos son los que pueden ser controlados y revisados de manera
distribuida (léase democrática, abierta, autónoma). La inferencia bayesiana nos
remite a la retroalimentación mutua entre hipótesis creíble y probabilidad basada
en la iteración de hechos compatibles con la hipótesis. El sistema red creado
en el 15M es una red de creencias, una red bayesiana de inferencias y
decisiones constituyentes. Tal es el método con el que ensayamos y erramos
desde 2011[16]. El
largo 2011 hispano no ha dicho aún su última palabra.
[1]Quiero agradecer a Gerald Raunig por su estímulo a la
escritura de este texto, preparado para un libro colectivo sobre los municipalismos
de próxima publicación en http://transversal.at/books
[2]Véase Rubén Juste, IBEX 35: Una historia
herética del poder en España, Madrid, Capitán Swing, 2017.
[3]Usamos esta definición, producto de una discusión en curso
con Antonio Negri, como una manera provisional de denominar a las nuevas
fuerzas de la derecha racista e islamófoba europea.
[4]En este parágrafo me apoyo en los distintos trabajos al
respecto a Gregorio Morán, Carles Sirera y Emmanuel Rodríguez, entre otros.
[5]En este sentido, las resonancias entre la
retórica de la gran conmemoración franquista de los "25 años de Paz"
en 1964 y el discurso de seguridad y estabilidad en tiempo de zozobra que emite
el rajoynato no pueden pasarse por
alto.
[6]Nicolai Ivanovich Bujarin, La economía política del rentista,
(1927), en https://www.marxists.org/espanol/bujarin/obras/austria.htm
[7]Véase Isabell Lorey, Estado
de inseguridad, trad. de Raúl Sánchez Cedillo, Madrid, Traficantes de
Sueños, 2016.
[9]Un comentario crítico de la discusión en Emmanuel Rodríguez,
“El post-Podemos: contrapoder o «movimiento popular» a golpe de silbato”,
https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/31567-post-podemos-contrapoder-o-movimiento-popular-golpe-silbato.html
[10]Recordemos las observaciones de Gramsci en los Quaderni sobre la noción de “bloque
histórico”: “El pensamiento de Croce debe pues, por lo menos, ser apreciado
como valor instrumental, y así puede decirse que ha atraído enérgicamente la
atención sobre la importancia de los hechos de cultura y de pensamiento en el
desarrollo de la historia, sobre la función de los grandes intelectuales en la
vida orgánica de la sociedad civil y del Estado, sobre el momento de la hegemonía y del
consenso como forma necesaria del bloque histórico concreto”; Antonio Gramsci, Cuadernos de
la cárcel, Vol. IV, México DF,
Ediciones Era, 1986. p. 135.
[11]"Cómo emprender una
transformación radical del Estado articulando la ampliación y la profundización
de las instituciones de la democracia representativa y de las libertades (que
fueron también una conquista de las masas populares) con el despliegue de las
formas de democracia directa de base y el enjambre
de los focos autogestionarios: aquí está el problema esencial de una vía
democrática al socialismo y de un socialismo democrático"; Nicos
Poulantzas, Estado, poder y socialismo,
México DF, 1987, p. 313-314 (la cursiva es nuestra).
[12]Baruch Spinoza, Tratado
teológico-político, cap. 16, “De los fundamentos del Estado; del derecho
natural y civil del individuo y de las supremas potestades”, trad. de Atilano
Domínguez, Madrid, Alianza.
[13]“Un poder disperso, en redes, resultado de un equilibrio
entre juegos de influencia. Un poder, en definitiva, cuya naturaleza no se
revela nunca mejor que a través de su contrario absoluto: las nuevas formas de
la protesta. Paradoja en la paradoja: esas fuerzas de protesta participan a su
vez del poder (o del no poder) como elemento de críticas, de inspiración, de
influencia a fin de cuentas”, François-Bernard
Huyghe y Ludovic François, Contre-pouvoirs,
París, Ellipses, 2009, “Introduction”.
[14]Sobre estas cuestiones, véase Dividuum. Maschinischer Kapitalismus und molekulare Revolution, Band 1,
de Gerald Raunig: http://transversal.at/books/dividuum
[15]Véase Montserrat Galcerán, “El «método Ganemos» o
aprendiendo a hacer política en común”, Diagonal,
junio de 2015,
https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/27036-metodo-ganemos-o-aprendiendo-hacer-politica-comun.html
[16]Un problema actual y que está de lejos de haberse expuesto y
detallado es que la Internet social y todos los protocolos de comunicaciones
entran/en en un régimen de ciberguerra. El proceso social
subjetivo-algorítmico-energético tiende a configurarse en su interior como
guerra. Esto impide localizar las condiciones genéricas de formación posible de
sistemas-red socio-algorítmicos de tipo autopoiético como el 15M.